sábado, 24 de diciembre de 2011

Que Dios reparta suerte

Cuando Roque Guinart regresó a su campamento, tras dejar a Claudia Jerónima
“halló a sus escuderos en la parte donde les había ordenado, y a don Quijote entre ellos, sobre Rocinante, haciéndoles una plática en que les persuadía dejasen aquel modo de vivir tan peligroso así para el alma como para el cuerpo; pero como los más eran gascones, gente rústica y desbaratada, no les entraba bien la plática de don Quijote.”



Una vez más ironiza Cervantes sobre el predicador, que se cree que los hombres pueden elegir su destino en función de unos principios. Como si a ellos les gustase ser bandidos en lugar de burgueses, por ejemplo.

Este post está comentado aquí en diciembre de 2010. Fue tratado como pintura viva de las Armas y las Letras, estas últimas no las irracionales de la religión, que como hemos visto en los caballeros santos también padecen fuerza, sino como justicia distributiva o REPARTO (tanto de recursos como de cargos) –siendo este nombre de REPARTO suficiente para que el concepto nos quede claro y distinto.

Y lo repito por ser tan conveniente para nuestro tiempo, ya que el engaño que resulta de la guerra, la irracionalidad de nuestros días no está ya basado en el simple ocultamiento o en la religión, sino en la economía, en los dictámenes de los mercados incontrolables, cuya jerga, términos y entendimiento solo es asequible a ciertos expertos, pero no al sentido común y son los que dan lugar una política, justicia distributiva, específica e inexorable.


“Roque Guinart, mandando poner los suyos en ala, mandó traer allí delante todos los vestidos, joyas y dineros y todo aquello que desde la última repartición habían robado; y haciendo brevemente el tanteo, volviendo lo no repartible y reduciéndolo a dineros, lo repartió por toda su compañía, con tanta legalidad y prudencia, que no pasó un punto ni defraudó nada de la justicia distributiva. Hecho esto, con lo cual todos quedaron contentos, satisfechos y pagados, dijo Roque a don Quijote:


—Si no se guardase esta puntualidad con estos, no se podría vivir con ellos.


A lo que dijo Sancho:


—Según lo que aquí he visto, es tan buena la justicia, que es necesaria que se use aun entre los mesmos ladrones.

El robo, o quizás mejor dicho, el abuso, si mantenido se puede solo llevar a cabo con el engaño, no con los objetos a la vista.

—Nueva manera de vida le debe de parecer al señor don Quijote la nuestra, nuevas aventuras, nuevos sucesos, y todos peligrosos; y no me maravillo que así le parezca, porque realmente le confieso que no hay modo de vivir más inquieto ni más sobresaltado que el nuestro. A mí me han puesto en él no sé qué deseos de venganza, que tienen fuerza de turbar los más sosegados corazones. Yo de mi natural soy compasivo y bienintencionado, pero, como tengo dicho, el querer vengarme de un agravio que se me hizo, así da con todas mis buenas inclinaciones en tierra, que persevero en este estado, a despecho y pesar de lo que entiendo; y como un abismo llama a otro y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las venganzas de manera que no solo las mías, pero las ajenas tomo a mi cargo. Pero Dios es servido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir dél a puerto seguro.

Vamos a dar ahora una nueva vuelta a las Letras o Reparto

Llegaron en esto los escuderos de la presa, trayendo consigo dos caballeros a caballo y dos peregrinos a pie, y un coche de mujeres con hasta seis criados, que a pie y a caballo las acompañaban, con otros dos mozos de mulas que los caballeros traían. Cogiéronlos los escuderos en medio, guardando vencidos y vencedores gran silencio, esperando a que el gran Roque Guinart hablase; el cual preguntó a los caballeros que quién eran y adónde iban y qué dinero llevaban. Uno dellos le respondió:


—Señor, nosotros somos dos capitanes de infantería española; tenemos nuestras compañías en Nápoles y vamos a embarcarnos en cuatro galeras que dicen están en Barcelona con orden de pasar a Sicilia; llevamos hasta docientos o trecientos escudos, con que a nuestro parecer vamos ricos y contentos, pues la estrecheza ordinaria de los soldados no permite mayores tesoros.


Preguntó Roque a los peregrinos lo mesmo que a los capitanes; fuele respondido que iban a embarcarse para pasar a Roma y que entre entrambos podían llevar hasta sesenta reales. Quiso saber también quién iba en el coche y adónde, y el dinero que llevaban, y uno de los de a caballo dijo:


—Mi señora doña Guiomar de Quiñones, mujer del regente de la Vicaría de Nápoles, con una hija pequeña, una doncella y una dueña, son las que van en el coche; acompañámosla seis criados, y los dineros son seiscientos escudos.


—De modo —dijo Roque Guinart— que ya tenemos aquí novecientos escudos y sesenta reales: mis soldados deben de ser hasta sesenta; mírese a cómo le cabe a cada uno, porque yo soy mal contador.


Oyendo decir esto los salteadores, levantaron la voz, diciendo:


—¡Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los lladres que su perdición procuran!


Mostraron afligirse los capitanes, entristecióse la señora regenta y no se holgaron nada los peregrinos, viendo la confiscación de sus bienes. Túvolos así un rato suspensos Roque, pero no quiso que pasase adelante su tristeza, que ya se podía conocer a tiro de arcabuz, y volviéndose a los capitanes dijo:


—Vuesas mercedes, señores capitanes, por cortesía, sean servidos de prestarme sesenta escudos, y la señora regenta ochenta, para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad, de lo que canta yanta, y luego puédense ir su camino libre y desembarazadamente, con un salvoconduto que yo les daré, para que si toparen otras de algunas escuadras mías que tengo divididas por estos contornos, no les hagan daño, que no es mi intención de agraviar a soldados ni a mujer alguna, especialmente a las que son principales.


Infinitas y bien dichas fueron las razones con que los capitanes agradecieron a Roque su cortesía y liberalidad, que por tal la tuvieron, en dejarles su mismo dinero. La señora doña Guiomar de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque, pero él no lo consintió en ninguna manera, antes le pidió perdón del agravio que le había hecho forzado de cumplir con las obligaciones precisas de su mal oficio. Mandó la señora regenta a un criado suyo diese luego los ochenta escudos que le habían repartido, y ya los capitanes habían desembolsado los sesenta. Iban los peregrinos a dar toda su miseria, pero Roque les dijo que se estuviesen quedos y, volviéndose a los suyos, les dijo:


—Destos escudos dos tocan a cada uno, y sobran veinte: los diez se den a estos peregrinos, y los otros diez a este buen escudero, porque pueda decir bien de esta aventura.


Y trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído, Roque les dio por escrito un salvoconduto para los mayorales de sus escuadras y, despidiéndose dellos, los dejó ir libres y admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno que por ladrón conocido. Uno de los escuderos dijo en su lengua gascona y catalana:


—Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si de aquí adelante quisiere mostrarse liberal, séalo con su hacienda, y no con la nuestra.


No lo dijo tan paso el desventurado, que dejase de oírlo Roque, el cual, echando mano a la espada, le abrió la cabeza casi en dos partes, diciéndole:


—Desta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos.


Pasmáronse todos y ninguno le osó decir palabra: tanta era la obediencia que le tenían.

Dos conclusiones vamos a extraer de este suceso. Uno primero secundario:

El motivo por el que Roque se emplea tan rápidamente y tan a fondo, tan fuera de su naturaleza de compasivo y bienintencionado, es su condición de jefe de unas fuerzas armadas. Los jefes, todos, pero especialmente los militares, tienen que actuar sin "humanidad". Este desdoblamiento del carácter persona lo señalaba Vicens Llorens en su Historia y ficción en el Quijote como característico de la novela de Cervantes en relación con la expulsión de los moriscos. Y otro elemento a considerar es que siendo la guerra una tragedia, una vez desatada enciende la pasión de venganza y de odio, así lo dice Roque, y así nos lo manifestaba el Caballero de los Espejos tras su inesperada derrota.

Pero más interesante para nuestro tema de hoy es como el jefe, aquel que tiene poder, puede romper la justicia a su antojo, de modo que vemos, aunque sea para bien en este caso, extraordinaria maestría de Cervantes, la supremacía de las Arms sobre las Letras, de la fuerza sobre el reparto.

Finalmente nos describe la actividad de las Armas, la tragedia humana.

Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trecientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida: aquí amanecían, acullá comían; unas veces huían, sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién; dormían en pie, interrompiendo el sueño, mudándose de un lugar a otro. Todo era poner espías, escuchar centinelas, soplar las cuerdas de los arcabuces, aunque traían pocos, porque todos se servían de pedreñales. Roque pasaba las noches apartado de los suyos, en partes y lugares donde ellos no pudiesen saber dónde estaba, porque los muchos bandos que el visorrey de Barcelona había echado sobre su vida le traían inquieto y temeroso, y no se osaba fiar de ninguno, temiendo que los mismos suyos o le habían de matar o entregar a la justicia. Vida, por cierto, miserable y enfadosa.

domingo, 18 de diciembre de 2011

No son los celos

“Era fresca la mañana y daba muestras de serlo asimesmo el día en que don Quijote salió de la venta”. Y “yendo fuera de camino, le tomó la noche entre unas espesas encinas o alcornoques que en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele.”



“don Quijote, a quien desvelaban sus imaginaciones mucho más que la hambre, no podía pegar sus ojos, antes iba y venía con el pensamiento por mil géneros de lugares”, “si la condición deste remedio está en que Sancho reciba los tres mil y tantos azotes, ¿qué se me da a mí que se los dé él o que se los dé otro, pues la sustancia está en que él los reciba, lleguen por do llegaren?


“vengo a suplir tus faltas y a remediar mis trabajos: véngote a azotar, Sancho, y a descargar en parte la deuda a que te obligaste. Dulcinea perece, tú vives en descuido, yo muero deseando; y, así, desatácate por tu voluntad, que la mía es de darte en esta soledad por lo menos dos mil azotes.


Los azotes a que yo me obligué han de ser voluntarios, y no por fuerza, y ahora no tengo gana de azotarme.


Don Quijote, procuraba y pugnaba por desenlazarle; viendo lo cual Sancho Panza, se puso en pie y, arremetiendo a su amo, se abrazó con él a brazo partido y, echándole una zancadilla, dio con él en el suelo boca arriba, púsole la rodilla derecha sobre el pecho y con las manos le tenía las manos de modo que ni le dejaba rodear ni alentar. Don Quijote le decía:


—¿Cómo, traidor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves?


—Ni quito rey ni pongo rey —respondió Sancho—, sino ayúdome a mí, que soy mi señor. Vuesa merced me prometa que se estará quedo y no tratará de azotarme por agora.


Levantóse Sancho y desvióse de aquel lugar un buen espacio; y yendo a arrimarse a otro árbol, sintió que le tocaban en la cabeza y, alzando las manos, topó con dos pies de persona, con zapatos y calzas. Tembló de miedo, acudió a otro árbol, y sucedióle lo mesmo. Dio voces llamando a don Quijote que le favoreciese. Hízolo así don Quijote, y preguntándole qué le había sucedido y de qué tenía miedo, le respondió Sancho que todos aquellos árboles estaban llenos de pies y de piernas humanas. Tentólos don Quijote y cayó luego en la cuenta de lo que podía ser, y díjole a Sancho:


—No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados, que por aquí los suele ahorcar la justicia, cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta.

Una vez más el loco manifiesta que es peligroso. Pero su rigor como amo es nada comparado con el del poder.



Y si los muertos los habían espantado, no menos los atribularon más de cuarenta bandoleros vivos que de improviso les rodearon, diciéndoles en lengua catalana que estuviesen quedos y se detuviesen, hasta que llegase su capitán.


—No estéis tan triste, buen hombre, porque no habéis caído en las manos de algún cruel Osiris, sino en las de Roque Guinart, que tienen más de compasivas que de rigurosas.


Luego Roque Guinart conoció que la enfermedad de don Quijote tocaba más en locura que en valentía y así, le dijo:


—Valeroso caballero, no os despechéis ni tengáis a siniestra fortuna esta en que os halláis, que podía ser que en estos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase: que el cielo, por estraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres.


Ya le iba a dar las gracias don Quijote, cuando sintieron a sus espaldas un ruido, volvió Roque la cabeza y vio una hermosa figura, la cual, en llegando a él, dijo:


Yo soy Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, tu singular amigo y enemigo particular de Clauquel Torrellas, que asimismo lo es tuyo, por ser uno de los de tu contrario bando, y ya sabes que este Torrellas tiene un hijo que don Vicente Torrellas se llama, o a lo menos se llamaba no ha dos horas. Este, pues, por abreviar el cuento de mi desventura, te diré en breves palabras la que me ha causado. Viome, requebróme, escuchéle, enamoréme, a hurto de mi padre, porque no hay mujer, por retirada que esté y recatada que sea, a quien no le sobre tiempo para poner en ejecución y efecto sus atropellados deseos. Finalmente, él me prometió de ser mi esposo y yo le di la palabra de ser suya, sin que en obras pasásemos adelante. Supe ayer que, olvidado de lo que me debía, se casaba con otra, y que esta mañana iba a desposarse, nueva que me turbó el sentido y acabó la paciencia; y por no estar mi padre en el lugar, le tuve yo de ponerme en el traje que vees, y apresurando el paso a este caballo, alcancé a don Vicente obra de una legua de aquí, y, sin ponerme a dar quejas ni a oír disculpas, le disparé esta escopeta, y por añadidura estas dos pistolas, abriéndole puertas por donde envuelta en su sangre saliese mi honra.


Roque se partió con Claudia a toda priesa a buscar al herido o muerto don Vicente. Llegaron al lugar” y “descubrieron por un recuesto arriba alguna gente y diéronse a entender, como era la verdad, que debía ser don Vicente, a quien sus criados o muerto o vivo llevaban o para curarle o para enterrarle. Diéronse priesa a alcanzarlos, que, como iban de espacio, con facilidad lo hicieron [*]; hallaron a don Vicente en los brazos de sus criados, a quien con cansada y debilitada voz rogaba que le dejasen allí morir. Este dijo:


—Bien veo, hermosa y engañada señora, que tú has sido la que me has muerto, pena no merecida ni debida a mis deseos, con los cuales ni con mis obras jamás quise ni supe ofenderte.


—Luego ¿no es verdad —dijo Claudia— que ibas esta mañana a desposarte con Leonora, la hija del rico Balvastro?


—No, por cierto —respondió don Vicente—: mi mala fortuna te debió de llevar estas nuevas para que celosa me quitases la vida;


—¡Oh cruel e inconsiderada mujer —decía—, con qué facilidad te moviste a poner en ejecución tan mal pensamiento! ¡Oh fuerza rabiosa de los celos, a qué desesperado fin conducís a quien os da acogida en su pecho! ¡Oh esposo mío, cuya desdichada suerte, por ser prenda mía, te ha llevado del tálamo a la sepultura!


Y este fin tuvieron los amores de Claudia Jerónima. Pero ¿qué mucho, si tejieron la trama de su lamentable historia las fuerzas invencibles y rigurosas de los celos?

En efecto, la auténtica causa de la desgracia no son en sí los celos; el origen de la TRAGEDIA, es la INCOMUNICACIÓN, la carencia de comunidad, generada por pertenecer los amantes a clanes opuestos, esa es la causa de la violencia, al igual que en la guerra de los rebuznos.

domingo, 11 de diciembre de 2011

El otro y el mismo

Afirma Ortega que, en comparación con Cervantes, Shakespeare parece un ideólogo, pues, aun siendo el Quijote la obra de arte que más claves nos da para entender la vida humana no nos ofrece indicios o señales de cómo entenderla, interpretarla. Sin embargo, acabamos de ver el anterior capítulo que, siendo discreto -como discreto es Cervantes, es pura ideología. Y ahora entiendo que el capítulo anterior era previsión de éste.


Cervantes se encuentra con que el Ingenioso Hidalgo logra el aplauso general como obra cómica, pero no entendimiento público de su sentido, más que por ser éste ininteligible porque trata de lo que no se puede hablar, comienza así desde el primer momento la paradoja de que el protagonista loco gane fama mientras se arrincona a su autor. Si había alguien capacitado para alcanzar entendimiento del Quijote era Lope, maestro confesor, al que le horrorizó, y muy probablemente El Quijote apócrifo tuvo su origen en él. Cervantes ve ahora como el sentido de El Quijote se difumina, incluso se contradice, a manos de otro autor, y también comprende que es reacción a cierto entendimiento. Pero ese entendimiento es incompleto, por eso Cervantes hará algo que nadie ha entendido (con lo que también hace su penitencia por el ideológico capítulo anterior): que don Quijote renuncie a sus caballerías y muera cristianamente; porque a Cervantes las Letras le dan igual.

Y son estos mismos hechos los que fuerzan a Cervantes a encarnarse en el protagonista loco a costa de tener que hacer explícito reiteradamente que éste tiene momentos lúcidos.

Quizás esa encarnación se muestre ya en ésta su melancolía:


“Considérame impreso en historias, famoso en las armas, comedido en mis acciones, respetado de príncipes, solicitado de doncellas: al cabo al cabo, cuando esperaba palmas, triunfos y coronas, granjeadas y merecidas por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado y acoceado y molido de los pies de animales inmundos y soeces. Esta consideración me embota los dientes, entorpece las muelas y entomece las manos y quita de todo en todo la gana del comer, de manera que pienso dejarme morir de hambre, muerte la más cruel de las muertes.”

Durmieron por fin, y
“despertaron algo tarde, volvieron a subir y a seguir su camino, dándose priesa para llegar a una venta que al parecer una legua de allí se descubría. Digo que era venta porque don Quijote la llamó así, fuera del uso que tenía de llamar a todas las ventas castillos".

Y Sancho daba

“particulares gracias al cielo de que a su amo no le hubiese parecido castillo aquella venta.”



Ofrece el posadero a Sancho lo que éste desee; le pide pollos, pollas, ternera, cabrito, tocino y huevos, para resultar que solo tenía uñas de vaca, a lo que no tiene más remedio que acomodarse Sancho.


Iban ya a cenar cuando
“en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no le dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote:


—Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que traen la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.


Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie y con oído alerto escuchó lo que dél trataban y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió:


—¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates, si el que hubiere leído la primera parte de la historia de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda?


—Con todo eso —dijo el don Juan—, será bien leerla, pues no hay libro tan malo, que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí en este más desplace es que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso.


Oyendo lo cual don Quijote, lleno de ira y de despecho alzó la voz y dijo:


—Quienquiera que dijere que don Quijote de la Mancha ha olvidado ni puede olvidar a Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión, el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna.


—¿Quién es el que nos responde? —respondieron del otro aposento.


—¿Quién ha de ser —respondió Sancho— sino el mismo don Quijote de la Mancha, que hará bueno cuanto ha dicho y aun cuanto dijere, que al buen pagador no le duelen prendas?


Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando entraron por la puerta de su aposento dos caballeros, que tales lo parecían, y uno dellos, echando los brazos al cuello de don Quijote, le dijo:


—Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia: sin duda vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro que aquí os entrego.


Y poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó don Quijote y, sin responder palabra, comenzó a hojearle, y de allí a un poco se le volvió, diciendo:


—En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza: y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.


A esto dijo Sancho:


—¡Donosa cosa de historiador! ¡Por cierto, bien debe de estar en el cuento de nuestros sucesos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, «Mari Gutiérrez»! Torne a tomar el libro, señor, y mire si ando yo por ahí y si me ha mudado el nombre.

Cervantes, para criticar al de Avellaneda, ha de limitarse al cuento, el espacio compartido con nosotros, y con los recursos de los que dispone en él, rechaza el de Avellaneda, sobre todo, apelando a la diferencia de intención o propósito de ambas obras, o mejor dicho, que El Quijote más allá de ser broma o sátira encierra un propósito. De otro modo el de Avellaneda solo podría haber sido desdeñado por su inferior calidad literaria así como lo es por su zafiedad.

—Por lo que he oído hablar, amigo —dijo don Jerónimo—, sin duda debéis de ser Sancho Panza, el escudero del señor don Quijote.


—Sí soy —respondió Sancho—, y me precio dello.


—Pues a fe —dijo el caballero— que no os trata este autor moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra: píntaos comedor y simple y nonada gracioso, y muy otro del Sancho que en la primera parte de la historia de vuestro amo se describe.


—Dios se lo perdone —dijo Sancho—. Dejárame en mi rincón, sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma.


Los dos caballeros pidieron a don Quijote se pasase a su estancia a cenar con ellos. En el discurso de la cena preguntó don Juan a don Quijote qué nuevas tenía de la señora Dulcinea del Toboso, si se había casado, si estaba parida o preñada o si, estando en su entereza, se acordaba, guardando su honestidad y buen decoro, de los amorosos pensamientos del señor don Quijote. A lo que él respondió:


—Dulcinea se está entera, y mis pensamientos, más firmes que nunca; las correspondencias, en su sequedad antigua; su hermosura, en la de una soez labradora transformada.


Y luego les fue contando punto por punto el encanto de la señora Dulcinea y lo que le había sucedido en la cueva de Montesinos, con la orden que el sabio Merlín le había dado para desencantarla, que fue la de los azotes de Sancho.


Sumo fue el contento que los dos caballeros recibieron de oír contar a don Quijote los estraños sucesos de su historia, y así quedaron admirados de sus disparates como del elegante modo con que los contaba. Aquí le tenían por discreto y allí se les deslizaba por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre la discreción y la locura.


Acabó de cenar Sancho y, dejando hecho equis al ventero, se pasó a la estancia de su amo y en entrando dijo:


—Que me maten, señores, si el autor deste libro que vuesas mercedes tienen no quiere que no comamos buenas migas juntos: yo querría que ya que me llama comilón, como vuesas mercedes dicen, no me llamase también borracho.


—Sí llama —dijo don Jerónimo—, pero no me acuerdo en qué manera, aunque sé que son malsonantes las razones, y además, mentirosas, según yo echo de ver en la fisonomía del buen Sancho que está presente.


—Créanme vuesas mercedes —dijo Sancho— que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado, y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.


—Yo así lo creo —dijo don Juan—, y, si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, si no fuese Cide Hamete, su primer autor, bien así como mandó Alejandro que ninguno fuese osado a retratarle sino Apeles.


—Retráteme el que quisiere —dijo don Quijote—, pero no me maltrate, que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias.


—Ninguna —dijo don Juan— se le puede hacer al señor don Quijote de quien él no se pueda vengar, si no la repara en el escudo de su paciencia, que a mi parecer es fuerte y grande.


En estas y otras pláticas se pasó gran parte de la noche, y aunque don Juan quisiera que don Quijote leyera más del libro, por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo que él lo daba por leído y lo confirmaba por todo necio, y que no quería, si acaso llegase a noticia de su autor que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído, pues de las cosas obscenas y torpes los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos. Preguntáronle que adónde llevaba determinado su viaje. Respondió que a Zaragoza, a hallarse en las justas del arnés, que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años. Díjole don Juan que aquella nueva historia contaba como don Quijote, sea quien se quisiere, se había hallado en ella en una sortija falta de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica de simplicidades.


Con esto se despidieron, y don Quijote y Sancho se retiraron a su aposento, dejando a don Juan y a don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura, y verdaderamente creyeron que estos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés.

sábado, 3 de diciembre de 2011

A Apolo, patrón de El Quijote (Cap LVIII - II)

¡Oh, Apolo! Dame tu virtud para que estas letras se eleven sobre los temporales giros de la Tierra y sin que ésta les haga ya más sombra queden para siempre expuestas a Ti y Cervantes pueda, cuatrocientos años después, por fin dejar de dar en derredor melancólicas miradas y suspirar de alivio.


Nos dice el autor al principio de la primera parte y al final de la segunda que escribe para acabar con los libros de caballerías. Aquí los tenemos; que un cuadro no es diferente a un libro. Adelante:

Un aviso: este capítulo aparece en las habituales interpretaciones del Quijote, pues muchos son los que indagan la religión y aquí tienen a los santos, otros dicen que su tema es la libertad, y aquí sobre ella hace el loco su discurso:


Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías, y volviéndose a Sancho le dijo:


—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!


—Con todo eso —dijo Sancho— que vuesa merced me ha dicho, no es bien que se quede sin agradecimiento de nuestra parte docientos escudos de oro que en una bolsilla me dio el mayordomo del duque, que como píctima y confortativo la llevo puesta sobre el corazón, para lo que se ofreciere, que no siempre hemos de hallar castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas donde nos apaleen.
El cielo, por cierto, no da pan.

Ocurre, en efecto, que el obvio discurso sobre la libertad del caballero se ofrece descontextualizado, sin añadirle la habitual enmienda de Sancho. Como descontextualizado se suele leer lo que sigue, que es el encuentro con las imágenes de los santos:


“Fue a quitar la cubierta de la primera imagen, que mostró ser la de San Jorge puesto a caballo, con una serpiente enroscada a los pies y la lanza atravesada por la boca, con la fiereza que suele pintarse. Toda la imagen parecía una ascua de oro, como suele decirse. Viéndola don Quijote, dijo:


—Este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina: llamóse don San Jorge y fue además defendedor de doncellas. Veamos esta otra.


Descubrióla el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo:


—Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.


—No debió de ser eso —dijo Sancho—, sino que se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.


Rióse don Quijote y pidió que quitasen otro lienzo, debajo del cual se descubrió la imagen del Patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas; y en viéndola, dijo don Quijote:


—Este sí que es caballero, y de las escuadras de Cristo: este se llama don San Diego Matamoros, uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo.


Luego descubrieron otro lienzo y pareció que encubría la caída de San Pablo del caballo abajo, con todas las circunstancias que en el retablo de su conversión suelen pintarse. Cuando le vido tan al vivo, que dijeran que Cristo le hablaba y Pablo respondía:


—Este —dijo don Quijote— fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios Nuestro Señor en su tiempo y el mayor defensor suyo que tendrá jamás: caballero andante por la vida y santo a pie quedo por la muerte, trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de escuelas los cielos y de catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo.


No había más imágines, y, así, mandó don Quijote que las volviesen a cubrir y dijo a los que las llevaban:


—Por buen agüero he tenido, hermanos, haber visto lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza.

Interludia la aventura con el tema de los agüeros, pues don Quijote lo tiene a bueno haberse topado con los que pretende son sus iguales. Pero Cervantes lo utiliza para incidir en su pensamiento sobre las Letras, expuesto en muchas otras ocasiones:
El discreto y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el cielo. Llega Cipión a África, tropieza en saltando en tierra, tiénenlo por mal agüero sus soldados, pero él, abrazándose con el suelo, dijo: «No te me podrás huir, África, porque te tengo asida y entre mis brazos». Así que, Sancho, el haber encontrado con estas imágines ha sido para mí felicísimo acontecimiento.

Es decir, que nuestra voluntad es capaz de imponer el sentido a las señales indeterminadas, como son las palabras. De modo que más nos vale tener todo encuentro por felicísimo acontecimiento.
—Yo así lo creo —respondió Sancho— y querría que vuestra merced me dijese qué es la causa porque dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: «¡Santiago, y cierra España!». ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta?


—Simplicísimo eres, Sancho —respondió don Quijote—, y mira que este gran caballero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles han tenido, y, así, le invocan y llaman como a defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas veces le han visto visiblemente en ellas derribando, atropellando, destruyendo y matando los agarenos escuadrones; y desta verdad te pudiera traer muchos ejemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan.

Hacen otro interludio tratando el caso de Altisidora donde especulan como pudo enamorarse de don Quijote, a lo que responde que por ser bueno –buen motivo si se trata de convivir con alguien- y pasan a la siguiente aventura, que es el encuentro con un grupo de gente que se entretienen representando la Arcadia, los cuales invitan y tratan muy cortésmente a don Quijote, quien habiendo sido ya sido motivado arriba con el tema del agradecimiento les paga con su virtud o moneda caballeresca:
Yo, pues, agradecido a la merced que aquí se me ha hecho, no pudiendo corresponder a la misma medida, conteniéndome en los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha; y, así, digo que sustentaré dos días naturales, en mitad de ese camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas (disfrazadas) que aquí están son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo, excetando solo a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis pensamientos, con paz sea dicho de cuantos y cuantas me escuchan.

Y con el siguiente edicto lo puso en práctica:
—¡Oh vosotros, pasajeros y viandantes, caballeros, escuderos, gente de a pie y de a caballo que por este camino pasáis o habéis de pasar en estos dos días siguientes! Sabed que don Quijote de la Mancha, caballero andante, está aquí puesto para defender que a todas las hermosuras y cortesías del mundo exceden las que se encierran en las ninfas habitadoras destos prados y bosques, dejando a un lado a la señora de mi alma Dulcinea del Toboso. Por eso, el que fuere de parecer contrario acuda, que aquí le espero.


Dos veces repitió estas mismas razones y dos veces no fueron oídas de ningún aventurero;

Pero si por un

“tropel de los lanceros, y uno dellos que venía más delante a grandes voces comenzó a decir a don Quijote:


—¡Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros!


—¡Ea, canalla —respondió don Quijote—, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría el Jarama en sus riberas! Confesad, malandrines, así, a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Un amor no correspondido

Como le dieran a Sancho las cartas de su mujer, lamenta en lo que quedan ahora sus esperanzas. La alaba por no dejar de enviar a la duquesa las bellotas, que no han de ser consideradas cohecho, dice, y acaba con “Desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano”. Repite algunas veces Sancho esta falsedad; cierto que desnudo nació pero todos somos deudores de todos los que nos anteceden y de todos los que nos rodean, por lo que, aunque se entiende el sentido de la expresión, todos ganamos, perdemos y, sobre todo, nos estamos a deber.

Y acaba:

—¿No lo dije yo? —dijo Sancho—. ¡Bonico soy yo para encubrir hurtos! Pues, a quererlos hacer, de paleta me había venido la ocasión en mi gobierno
Siente mala conciencia don Quijote de su ociosidad y decide irse, fueron a verle los del castillo cuando salía, y allí le recita Altisidora otro romance recriminándole y cubriéndole de maldiciones por rechazarla y acusándole de quedarse con tres tocadores y unas ligas suyos. El duque le afea su conducta y le reta si no se los devuelve. Don Quijote no sabe de qué habla Altisidora, pero Sancho le devuelve los tocadores, en cuanto a las ligas había olvidado que las llevaba puestas.

Se rememora la partida de Eneas con los suyos antes del alba dejando a la enamorada reina Dido que se suicida por despecho, tal como representa más adelante Altisidora.

Los escuderos no solo obtienen botín de los restos de las batallas que libran y vencen los amos, también de sus amores.

La duquesa no está al tanto de esta burla y es sorprendida por el atrevimiento de Altisidora, pero el duque “quiso reforzar el donaire”. Pobre Altisidora, pobre duquesa, que también se enamora del loco. Cruel don Quijote, al que todas se le rinden sin provecho alguno.

sábado, 19 de noviembre de 2011

De cómo la atención al tonto de don Quijote impide ver el sentido de algunas historietas

De la descomunal (¿dónde, donde?) y nunca vista ¡ah!) batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos en la defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez


“Fue condición de los combatientes que si don Quijote vencía, su contrario se había de casar con la hija de doña Rodríguez, y si él fuese vencido, quedaba libre su contendor de la palabra que se le pedía, sin dar otra satisfacción alguna”.


“Venía el valeroso combatiente (Tosilos) bien informado del duque su señor de cómo se había de portar con el valeroso don Quijote de la Mancha, advertido que en ninguna manera le matase, sino que procurase huir el primer encuentro, por escusar el peligro de su muerte, que estaba cierto si de lleno en lleno le encontrase”.


“Parece ser que cuando estuvo mirando a su enemiga le pareció la más hermosa mujer que había visto en toda su vida.”


“Digo, pues, que cuando dieron la señal de la arremetida estaba nuestro lacayo transportado, pensando en la hermosura de la que ya había hecho señora de su libertad, y, así, no atendió al son de la trompeta, como hizo don Quijote, que apenas la hubo oído cuando arremetió y a todo el correr que permitía Rocinante partió contra su enemigo; y viéndole partir su buen escudero Sancho, dijo a grandes voces:


—¡Dios te guíe, nata y flor de los andantes caballeros! ¡Dios te dé la vitoria, pues llevas la razón de tu parte!”


Me doy por vencido y que quiero casarme luego con aquella señora.


He aquí y hasta aquí la victoria de Dios.


Quedó admirado el maese de campo de las razones de Tosilos, y como era uno de los sabidores de la máquina de aquel caso no le supo responder palabra. El duque no sabía la ocasión por que no se pasaba adelante en la batalla, pero el maese de campo le fue a declarar lo que Tosilos decía, de lo que quedó suspenso y colérico en estremo.


Tosilos se llegó adonde doña Rodríguez estaba y dijo a grandes voces:


—Yo, señora, quiero casarme con vuestra hija y no quiero alcanzar por pleitos ni contiendas lo que puedo alcanzar por paz y sin peligro de la muerte.


Quedo descubierto y patente su rostro de lacayo. Viendo lo cual doña Rodríguez y su hija, dando grandes voces dijeron:


—¡Este es engaño, engaño es este! ¡A Tosilos, el lacayo del duque mi señor, nos han puesto en lugar de mi verdadero esposo! ¡Justicia de Dios y del rey de tanta malicia, por no decir bellaquería!


—Son tan extraordinarias las cosas que suceden al señor don Quijote, que estoy por creer que este mi lacayo no lo es; pero usemos deste ardid y maña: dilatemos el casamiento quince días siquiera, y tengamos encerrado a este personaje que nos tiene dudosos, en los cuales podría ser que volviese a su prístina figura, que no ha de durar tanto el rancor que los encantadores tienen al señor don Quijote, y más yéndoles tan poco en usar estos embelecos y transformaciones.


A lo que dijo la hija de Rodríguez:


—Séase quien fuere este que me pide por esposa, que yo se lo agradezco, que más quiero ser mujer legítima de un lacayo que no amiga y burlada de un caballero, puesto que el que a mí me burló no lo es.

He aquí y hasta aquí la victoria humana

Fuese la gente, volviéronse el duque y don Quijote al castillo, encerraron a Tosilos.

Sin embargo, acabamos con

la victoria del estado.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Un paseo por la vida eterna

Ha ocupado Sancho un puesto alto en la jerarquía al que muchos servían, dimite y cae “en una honda y escurísima sima” en ausencia absoluta de un semejante que por caridad le le pueda sacar de ella.

Cae creyendo hacerlo hasta el abismo, por lo que se “encomendó a Dios de todo corazón” pero aterrizó sobre el asno y, cuando se aseguró que se encontraba con vida y sin rasguño alguno, “no cesaba de dar gracias a Dios por la merced que le había hecho” de hacerlo caer en la sima sin daño. Aunque se dolía por el asno.

No puede salir, ni encuentra nadie que le pueda ayudar, piensa que la muerte le sobreviene; en este pensamiento adopta un tono poético reflexionando sobre el momento del deceso en la compañía del asno, la lejanía de su patria y de los suyos.... Así pasó la noche hasta que vino el día y volvióa gritar pidiendo socorro sin que nadie le oyese con lo que le retornó el pensamiento de como se le cernía la muerte.

Levantó al asno que apenas se podía tener y lo animó con pan. Y en esto halló un agujero en la pared, entró por él como pudo y vio que se ensanchaba y “púdolo ver porque entraba un rayo que lo descubría todo”, de aquí paso a otra concavidad, luego regresó hasta donde estaba el jumento y ensanchó el paso con una piedra para abrirle paso, y así anduvieron a veces a oscuras y a vecen sin luz, pero ninguna sin miedo. “le pareció que habría caminado poco más de media legua, al cabo de la cual descubrió una confusa claridad, que pareció ser ya de día, y que por alguna parte entraba, que daba indicio de tener fin abierto aquel, para él, camino de la otra vida.” La nuestra, la finita.

Y mejor aún, la de su amigo don Quijote que andaba por ahí dándose una vuelta.

“Ah de arriba! ¿Hay algún cristiano que me escuche o algún caballero caritativo que se duela de un pecador enterrado en vida, a un desdichado desgobernado gobernador-“


“Oyendo lo cual don Quijote, se le dobló la admiración y se le acrecentó el pasmo, viniéndosele al pensamiento que Sancho Panza debía de ser muerto y que estaba allí penando su alma.”


“Si eres mi escudero Sancho Panza y te has muerto, como no te hayan llevado los diablos, y por la misericordia de Dios estés en el purgatorio, sufragios tiene nuestra santa madre la Iglesia Católica Romana bastantes a sacarte de las penas en que estás, y yo, que lo solicitaré con ella por mi parte con cuanto mi hacienda alcanzare”.

Le trajo maromas y sogas para sacarle del castillo y de los duques y cuando salía dijo un estudiante:

“—Desta manera habían de salir de sus gobiernos todos los malos gobernadores: como sale este pecador del profundo del abismo, muerto de hambre, descolorido y sin blanca, a lo que yo creo.”

Estamos ya en Juicio Final de su gobierno. Ha hablado primero el fiscal, ante el que se justifica Sancho:

—Ocho días o diez ha, hermano murmurador, que entré a gobernar la ínsula que me dieron, en los cuales no me vi harto de pan siquiera un hora; en ellos me han perseguido médicos y enemigos me han brumado los güesos , ni he tenido lugar de hacer cohechos ni de cobrar derechos; y siendo esto así, como lo es, no merecía yo, a mi parecer, salir de esta manera. Pero el hombre pone y Dios dispone, y Dios sabe lo mejor y lo que le está bien a cada uno, y cual el tiempo, tal el tiento, y nadie diga «desta agua no beberé», que adonde se piensa que hay tocinos, no hay estacas; y Dios me entiende, y basta, y no digo más, aunque pudiera.

—No te enojes, Sancho, ni recibas pesadumbre de lo que oyeres, que será nunca acabar: ven tú con segura conciencia, y digan lo que dijeren; y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mesmo que querer poner puertas al campo. Si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen dél que ha sido un ladrón, y si sale pobre, que ha sido un parapoco y un mentecato".

Contribución al juicio del abogado de los nobles, don Quijote.

—A buen seguro —respondió Sancho— que por esta vez antes me han de tener por tonto que por ladrón.

Finalmente van a ver a los jueces, pero Sancho, no quiso subir a ver al duque sin que primero no hubiese acomodado al rucio en la caballeriza, porque decía que había pasado muy mala noche en la posada; y luego subió a ver a sus señores, ante los cuales puesto de rodillas les resume sus andanzas como gobernador;

“acometiéronnos enemigos de noche, y, habiéndonos puesto en grande aprieto, dicen los de la ínsula que salieron libres y con vitoria por el valor de mi brazo, que tal salud les dé Dios como ellos dicen verdad. En resolución, en este tiempo yo he tanteado las cargas que trae consigo, y las obligaciones, el gobernar, y he hallado por mi cuenta que no las podrán llevar mis hombros, ni son peso de mis costillas, ni flechas de mi aljaba; y, así, antes que diese conmigo al través el gobierno, he querido yo dar con el gobierno al través”

Y como sepultado, para concluir:

“Así que, mis señores duque y duquesa, aquí está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha granjeado en solos diez días que ha tenido el gobierno a conocer que no se le ha de dar nada por ser gobernador, no que de una ínsula, sino de todo el mundo.”

domingo, 6 de noviembre de 2011

Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna

Se encuentra Sancho a unos peregrinos que piden limosna, les ofrece comida, pero no querían más que dinero para aumentar lo que ya habían conseguido.

Cuando les entendió, que no hablaban bien, y se daba el piro, le detuvo su vecino Ricote, morisco expulsado que venía entre los peregrinos. Primero no le conocía pero:

Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, y finalmente le vino a conocer de todo punto y, sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello y le dijo:


—¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime quién te ha hecho franchote y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura.

Tras tomar algo, Ricote le expone su manera de afrontar los hechos.

—Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón y bando que Su Majestad mandó publicar contra los de mi nación puso terror y espanto en todos nosotros: a lo menos, en mí le puso de suerte que me parece que antes del tiempo que se nos concedía para que hiciésemos ausencia de España, ya tenía el rigor de la pena ejecutado en mi persona y en la de mis hijos.

Entendió pronto que la amenaza era ley.

Ordené, pues, a mi parecer como prudente, bien así como el que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa donde vive y se provee de otra donde mudarse; ordené, digo, de salir yo solo, sin mi familia, de mi pueblo y ir a buscar donde llevarla con comodidad y sin la priesa con que los demás salieron, porque bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran solo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su determinado tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían, y tales, que me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos había cristianos firmes y verdaderos, pero eran tan pocos, que no se podían oponer a los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, teniendo los enemigos dentro de casa.

Que la respuesta de la mayoría de los suyos era inadecuada (para resolverla)

Finalmente, con justa razón fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero al nuestro la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería y en todas las partes de África donde esperábamos ser recebidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan. No hemos conocido el bien hasta que le hemos perdido; y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua, como yo, se vuelven a ella y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse, que es dulce el amor de la patria.

Rememora la expulsión y los sufrimientos que conlleva.

Salí, como digo, de nuestro pueblo, entré en Francia, y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia.

Se refugió en Alemania por hallar allí más libertad.

Dejé tomada casa en un pueblo junto a Augusta; juntéme con estos peregrinos, que tienen por costumbre de venir a España muchos dellos cada año a visitar los santuarios della, que los tienen por sus Indias, y por certísima granjería y conocida ganancia: ándanla casi toda, y no hay pueblo ninguno de donde no salgan comidos y bebidos, como suele decirse, y con un real, por lo menos, en dineros, y al cabo de su viaje salen con más de cien escudos de sobra, que, trocados en oro, o ya en el hueco de los bordones o entre los remiendos de las esclavinas o con la industria que ellos pueden, los sacan del reino y los pasan a sus tierras, a pesar de las guardas de los puestos y puertos donde se registran.

Y como viene con los peregrinos y lo que estos hacen, caso de picaresca (aunque realmente estos ya se van).

Ahora es mi intención, Sancho, sacar el tesoro que dejé enterrado, que por estar fuera del pueblo lo podré hacer sin peligro, y escribir o pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que están en Argel, y dar traza como traerlas a algún puerto de Francia y desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Dios quisiere hacer de nosotros. Que, en resolución, Sancho, yo sé cierto que la Ricota mi hija y Francisca Ricota mi mujer son católicas cristianas, y aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengo de servir. Y lo que me tiene admirado es no saber por qué se fue mi mujer y mi hija antes a Berbería que a Francia, adonde podía vivir como cristiana.

A lo que respondió Sancho:

—Mira, Ricote, eso no debió estar en su mano, porque las llevó Juan Tiopieyo, el hermano de tu mujer, y como debe de ser fino moro, fuese a lo más bien parado.

Lo mismo que Ricote no pudo llevar a los suyos a tomar disposición más razonable ante la disposición de su Majestad, tampoco su mujer y su hija pudieron tomar otro destino. Así como la conversión de Zoraida se manifiesta inverosimil en la violenta ruptura con el padre, aquí es el tio, el que se impone a la hermana y la sobrina, del mismo modo que la comunidad de los moriscos se impone a la disposición que pueda tener Ricote. Esa es la realidad también de nuestros oponentes, que no pueden renegar de los suyos, y eso es lo que tenemos que comprender como seres humanos.

Y en esa oposición sobrehumana, inhumana, es el Arma la determinación final. Mucho se ha hablado de este capítulo a fin de averiguar la opinión de Cervantes al respecto de la expulsión de los moriscos, como si Cervantes hiciera política, sin embargo, este acercamiento es errado; Cervantes no manifiesta, como en muchos otros lugares donde se le adjudican, opiniones sino que se ciñe a recrear el mundo objetivo, el de su historia y al tiempo el del mundo real, y ese es su interés desde el principio al escribir el Quijote. Desde ese punto de vista entiendo el título; el Quijote tiene éste tema, y este hecho, la expulsión de los moriscos, lo manifiesta sin cambiar una coma.

Lo que algunos han dado en decir que el entendimiento del mundo pasa por el “yo soy yo y mis circunstancias”, donde la idea de circunstancia es la aportación de Cervantes, han dejado en indeterminación lo que sea la circunstancia, algo que, sin embargo, Cervantes si identifica en lo que denomina la supremacía de las Armas sobre las Letras. Así Ricote, discreto –no dejemos pasar esa palabra en balde boca del autor-, y sometido a la discreción de su Majestad, asume el discurso oficial como propio ante Sancho que ya vemos lo fiel que es a sus señores. No tiene alternativa. Lo que no quiere decir que no esté en contra –que lo está; y de hecho se disfraza y regresa a por un tesoro sobre el que ya no tiene derecho legal.

No es cuestión de que se declare cristiano, no tiene ningún inconveniente en serlo. Su mujer y su hija lo son con lo que la “injusticia” es objetivamente absoluta, no tengamos duda al respecto. Lo que nos importa aquí es como Ricote se expresa sobre ella. Ni más ni menos que como hacemos todos en el mundo real, como tengo alguna vez dicho, asumiendo la tragedia; que los pobres dan a los ricos y además se ven en necesidad de llamar a eso justicia.

Si tú, Sancho, quieres venir conmigo y ayudarme a sacarlo y a encubrirlo, yo te daré docientos escudos, con que podrás remediar tus necesidades, que ya sabes que sé yo que las tienes muchas.


—Yo lo hiciera —respondió Sancho—, pero no soy nada codicioso, que, a serlo, un oficio dejé yo esta mañana de las manos donde pudiera hacer las paredes de mi casa de oro y comer antes de seis meses en platos de plata; y así por esto como por parecerme haría traición a mi rey en dar favor a sus enemigos, no fuera contigo, si como me prometes docientos escudos me dieras aquí de contado cuatrocientos.


—¿Y qué has ganado en el gobierno? —preguntó Ricote.


—He ganado —respondió Sancho— el haber conocido que no soy bueno para gobernar, si no es un hato de ganado, y que las riquezas que se ganan en los tales gobiernos son a costa de perder el descanso y el sueño, y aun el sustento, porque en las ínsulas deben de comer poco los gobernadores, especialmente si tienen médicos que miren por su salud.


Calla, Sancho, y vuelve en ti, y mira si quieres venir conmigo, como te he dicho, a ayudarme a sacar el tesoro que dejé escondido (que en verdad que es tanto, que se puede llamar tesoro), y te daré con que vivas, como te he dicho.


—Ya te he dicho, Ricote —replicó Sancho—, que no quiero: conténtate que por mí no serás descubierto, y prosigue en buena hora tu camino y déjame seguir el mío, que yo sé que lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño.

Sancho es tan discreto como Ricote, pues lo que está en juego ligándose a él es más decisivo que Ricote le dé con que viva, que eso necesario para vivir por otro lado lo puede buscar y obtener –esa es la sabiduría del pobre, del que renuncia a ser gobernador-, mientras que si pierde la vida que arriesga con Ricote, o incluso como gobernador, en ese punto se le acabaron las alternativas.

domingo, 30 de octubre de 2011

Fin y remate del gobierno

«Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado, antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el viento, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten.»


Todo es efímero para lo que es efímero como la vida; la conciencia subjetiva tiene su acabamiento asegurado con el de su soporte, pero las estaciones se renuevan con el giro de los astros y los individuos se reproducen con la unión de los sexos misteriosamente individualizados para ello. Sabemos ahora de la evolución natural de las especies, quizás pronto podamos hacernos evolucionar artificialmente y lograr soportes que llevarán a la inmortalidad a alguna conciencia, pero la subjetividad vivida nunca podrá ser recobrada, pues todo contenido en ella está relacionado con la experiencia, incluso viviendo olvidamos la mayor parte de nuestro pasado. Y la mayor certeza de nuestro futuro es, en efecto, horizonte sin términos que le limiten, y es que así es el horizonte por lo general aquí en la Tierra al ser esta redonda…..

“Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético, porque esto de entender la ligereza e instabilidad de la vida presente, y de la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo han entendido”.


Pero, Cide Hamete no lo ha entendido sin lumbre de fe, sino en virtud de la creencia en su religión, aunque falsa.

Nuestro autor (Cide Hamete) lo dice por la presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno de Sancho.


Que parece insinuarnos que el origen del gobierno vuelve a su fin, que es la violencia, para empezar de nuevo, la cual se produce con la misma certidumbre que el ciclo o retorno de las estaciones, pues es así que, aún mejor que en comparación con las estaciones con las plantas, la violencia se mantiene larvada o contenida para explotar regularmente, aunque en largos intervalos, según el funcionamiento de un motor.

Así que, estando Sancho a punto de coger el sueño, oyó terrible ruido y,

“salió a la puerta de su aposento a tiempo cuando vio venir por unos corredores más de veinte personas con hachas encendidas en las manos y con las espadas desenvainadas, gritando todos a grandes voces:

—¡Arma, arma, señor gobernador, arma, que han entrado infinitos enemigos en la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre!

Con este ruido, furia y alboroto llegaron donde Sancho estaba, atónito y embelesado de lo que oía y veía, y cuando llegaron a él, uno le dijo:

—¡Ármese luego vuestra señoría, si no quiere perderse y que toda esta ínsula se pierda!

—¿Qué me tengo de armar —respondió Sancho—, ni qué sé yo de armas ni de socorros? Estas cosas mejor será dejarlas para mi amo don Quijote, que en dos paletas las despachará y pondrá en cobro, que yo, pecador fui a Dios, no se me entiende nada destas priesas.

—¡Ah, señor gobernador! —dijo otro—. ¿Qué relente es ese? Ármese vuesa merced, que aquí le traemos armas ofensivas y defensivas, y salga a esa plaza y sea nuestra guía y nuestro capitán, pues de derecho le toca el serlo, siendo nuestro gobernador.

—Ármenme norabuena —replicó Sancho.


Y le armaron poniéndole una lanza en la mano y amarrándole entre dos escudos grandes o paveses que no le dejaban moverse, sino que le hicieron caer al suelo y tras apagar las antorchas le empezaron a dar cuchilladas sobre los paveses y a pasarle por encima. Hasta que:

—¡Vitoria, vitoria, los enemigos van de vencida! ¡Ea, señor gobernador, levántese vuesa merced y venga a gozar del vencimiento y a repartir los despojos que se han tomado a los enemigos por el valor dese invencible brazo!

Preguntó qué hora era, respondiéronle que ya amanecía. Calló, y sin decir otra cosa comenzó a vestirse, todo sepultado en silencio, y todos le miraban y esperaban en qué había de parar la priesa con que se vestía. Vistióse, en fin, y poco a poco, porque estaba molido y no podía ir mucho a mucho, se fue a la caballeriza, siguiéndole todos los que allí se hallaban, y llegándose al rucio le abrazó y le dio un beso de paz en la frente, y no sin lágrimas en los ojos le dijo:

—Venid vos acá, compañero mío y amigo mío y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.


Es el burro representa la naturaleza, que incluye la humana, frente al artificio de la sociedad.

—Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador, más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre, y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. Y apártense, déjenme ir, que me voy a bizmar, que creo que tengo brumadas todas las costillas, merced a los enemigos que esta noche se han paseado sobre mí.

Esta capacidad que tiene Sancho de elegir es, sin embargo, lo propio de la novela que se ejercita en aventuras, pero la realidad prosaica, monótona e insoslayable, cada cual cumple con lo suyo tal como señala más adelante; los ricos han de dormir en sábanas de Holanda manque les pese.

Pues esa desigualdad está basada en la violencia, en la guerra que no le da su burro.

No son estas burlas para dos veces. Por Dios que así me quede en este ni admita otro gobierno, aunque me le diesen entre dos platos, como volar al cielo sin alas. Yo soy del linaje de los Panzas, que todos son testarudos, y si una vez dicen nones, nones han de ser, aunque sean pares, a pesar de todo el mundo. Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda. Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana; y déjenme pasar, que se me hace tarde.


Y así fue que no quiso más que;

Un poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él, que pues el camino era tan corto, no había menester mayor ni mejor repostería.

martes, 25 de octubre de 2011

De Teresa a Sancho

Tu carta recibí, Sancho mío de mi alma, y yo te prometo y juro como católica cristiana que no faltaron dos dedos para volverme loca de contento.

De mi alma mío. Discreta es Teresa por jurar a lo seguro.

Mira, hermano: cuando yo llegué a oír que eres gobernador, me pensé allí caer muerta de puro gozo, que ya sabes tú que dicen que así mata la alegría súbita como el dolor grande.

Un solo, hermano, corazón.

A Sanchica tu hija se le fueron las aguas sin sentirlo de puro contento. El vestido que me enviaste tenía delante, y los corales que me envió mi señora la duquesa al cuello, y las cartas en las manos, y el portador dellas allí presente, y, con todo eso, creía y pensaba que era todo sueño lo que veía y lo que tocaba, porque ¿quién podía pensar que un pastor de cabras había de venir a ser gobernador de ínsulas?

El vestido, delante; los corales, al cuello; las cartas, en las manos; su portador, allí presente y, con todo…lo que veía y tocaba, no podía pensar en un pastor de gobernador.

Ya sabes tú, amigo, que decía mi madre que era menester vivir mucho para ver mucho: dígolo porque pienso ver más si vivo más, porque no pienso parar hasta verte arrendador o alcabalero, que son oficios que aunque lleva el diablo a quien mal los usa, en fin en fin, siempre tienen y manejan dineros.

Te dije que ella era él; ha visto mucho, y se ha enriquecido mucho de experiencias. Hizo realidad su sueño de ser alcabalero, prácticamente banquero para manejar y repartir –pero el dinero para su mal no le interesaba.

Mi señora la duquesa te dirá el deseo que tengo de ir a la corte: mírate en ello y avísame de tu gusto, que yo procuraré honrarte en ella andando en coche.

Quedó llorando en el capítulo VII viendo al simple de su marido ir tras quimeras, pero ahora está presta a hacer lo posible por honrarle.

El cura, el barbero, el bachiller y aun el sacristán no pueden creer que eres gobernador y dicen que todo es embeleco o cosas de encantamento, como son todas las de don Quijote tu amo; y dice Sansón que ha de ir a buscarte y a sacarte el gobierno de la cabeza, y a don Quijote, la locura de los cascos. Yo no hago sino reírme y mirar mi sarta y dar traza del vestido que tengo de hacer del tuyo a nuestra hija.

Mientras trata de dar traza al vestido para su hija sonríe pensando en encantamientos.

Unas bellotas envié a mi señora la duquesa: yo quisiera que fueran de oro. Envíame tú algunas sartas de perlas, si se usan en esa ínsula.

La intención nos da la medida de lo justo.

Las nuevas deste lugar son que la Berrueca casó a su hija con un pintor de mala mano que llegó a este pueblo a pintar lo que saliese: mandóle el Concejo pintar las armas de Su Majestad sobre las puertas del Ayuntamiento, pidió dos ducados, diéronselos adelantados, trabajó ocho días, al cabo de los cuales no pintó nada y dijo que no acertaba a pintar tantas baratijas; volvió el dinero, y, con todo eso, se casó a título de buen oficial: verdad es que ya ha dejado el pincel y tomado el azada, y va al campo como gentilhombre.

Un artista deseoso de contribuir a la humanización del hombre encara durante ocho duros días que la realidad del arte es representar las baratijas, digo las armas, de su Majestad, devuelve el dinero, toma la azada y va al campo como un gentilhombre. Era un verdadero artista.

El hijo de Pedro de Lobo se ha ordenado de grados y corona, con intención de hacerse clérigo: súpolo Minguilla, la nieta de Mingo Silbato, y hale puesto demanda de que la tiene dada palabra de casamiento; malas lenguas quieren decir que ha estado encinta dél, pero él lo niega a pies juntillas.

Líos íntimos. Me aconsejó mi abuela no meter cuchara en ellos.

Hogaño no hay aceitunas, ni se halla una gota de vinagre en todo este pueblo.

Es lo normal, pero es noticia.

Por aquí pasó una compañía de soldados: lleváronse de camino tres mozas deste pueblo; no te quiero decir quién son: quizá volverán y no faltará quien las tome por mujeres, con sus tachas buenas o malas.

Viva Dios para hacer milagros.

Sanchica hace puntas de randas; gana cada día ocho maravedís horros, que los va echando en una alcancía para ayuda a su ajuar, pero ahora que es hija de un gobernador, tú le darás la dote sin que ella lo trabaje. La fuente de la plaza se secó, un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas.

Si Teresa, allí en lo más alto.

Espero respuesta desta, y la resolución de mi ida a la corte; y con esto Dios te me guarde más años que a mí, o tantos, porque no querría dejarte sin mí en este mundo. Tu mujer


Teresa Panza.

lunes, 24 de octubre de 2011

Teresa se confiesa

¡Bendito sea Cervantes! Bendito sea por dar voz a los humildes; voz digna, voz sin oprobio, voz que muestra y clama por la humanidad.


Voz que desvela la verdad.

Cartas que escribe Teresa Cascajo

«Carta para mi señora la duquesa tal de no sé dónde»


Y la otra:


«A mi marido Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, que Dios prospere más años que a mí».

CARTA DE TERESA PANZA A LA DUQUESA


Mucho contento me dio, señora mía, la carta que vuesa grandeza me escribió, que en verdad que la tenía bien deseada.

El contento lo da la satisfacción del deseo.

La sarta de corales es muy buena, y el vestido de caza de mi marido no le va en zaga. De que vuestra señoría haya hecho gobernador a Sancho mi consorte ha recebido mucho gusto todo este lugar, puesto que no hay quien lo crea, principalmente el cura y mase Nicolás el barbero y Sansón Carrasco el bachiller; pero a mí no se me da nada, que como ello sea así, como lo es, diga cada uno lo que quisiere: aunque, si va a decir verdad, a no venir los corales y el vestido tampoco yo lo creyera, porque en este pueblo todos tienen a mi marido por un porro, y que, sacado de gobernar un hato de cabras, no pueden imaginar para qué gobierno pueda ser bueno. Dios lo haga y lo encamine como vee que lo han menester sus hijos.

Agradecimiento. Duras pruebas contra fuertes dudas. Deseos buenos.

Yo, señora de mi alma, estoy determinada, con licencia de vuesa merced, de meter este buen día en mi casa, yéndome a la corte a tenderme en un coche, para quebrar los ojos a mil envidiosos que ya tengo; y, así, suplico a vuesa excelencia mande a mi marido me envíe algún dinerillo, y que sea algo qué, porque en la corte son los gastos grandes: que el pan vale a real, y la carne, la libra a treinta maravedís, que es un juicio; y si quisiere que no vaya, que me lo avise con tiempo, porque me están bullendo los pies por ponerme en camino, que me dicen mis amigas y mis vecinas que si yo y mi hija andamos orondas y pomposas en la corte, vendrá a ser conocido mi marido por mí más que yo por él, siendo forzoso que pregunten muchos: «¿Quién son estas señoras deste coche?», y un criado mío responder: «La mujer y la hija de Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria», y desta manera será conocido Sancho, y yo seré estimada, y a Roma por todo.

Naturalidad o, llámese, ausencia de hipocresía, porque el hecho no objetivo, los sentimientos, son también comunes.

Reflexionamos y vemos que, quizas, apenas, sentimos amor alguno por nuestros semejantes y, consecuentemente, concluimos que una maldad interna, propia, natural impide nuestra convivencia en concordia. Esa conciencia es frecuentemente un medio de dominación del mismo sistema que nos induce y provoca a tener esos sentimientos. Tiene que venir el simple para manifestar que el emperador va desnudo, desnudo de justificación.

Parece como si hubiéramos sido creados con una tara, cuando realmente lo que más nos caracteriza es nuestra gran capacidad de la adaptación. La “desigualdad”, el estatus, que nos genera ese sentimiento ineludible de contradicción con los otros es, al tiempo, el medio para satisfacer y garantizar una necesidad prioritaria y legítima, que “Dios lo vea y lo encamine como han menester sus hijos”.

Pésame cuanto pesarme puede que este año no se han cogido bellotas en este pueblo; con todo eso, envío a vuesa alteza hasta medio celemín, que una a una las fui yo a coger y a escoger al monte, y no las hallé más mayores: yo quisiera que fueran como huevos de avestruz.

Más da el duro que el desnudo, decía mi abuela, así que es también lícito querer tener mucho.

No se le olvide a vuestra pomposidad de escribirme, que yo tendré cuidado de la respuesta, avisando de mi salud y de todo lo que hubiere que avisar deste lugar, donde quedo rogando a Nuestro Señor guarde a vuestra grandeza, y a mí no olvide. Sancha mi hija y mi hijo besan a vuestra merced las manos.


La que tiene más deseo de ver a vuestra señoría que de escribirla, su criada


Teresa Panza


Grande fue el gusto que todos recibieron de oír la carta de Teresa Panza, principalmente los duques,

A don Quijote, como hemos tenido ocasión de ver, le va más hipocresía.

y la duquesa pidió parecer a don Quijote si sería bien abrir la carta que venía para el gobernador, que imaginaba debía de ser bonísima. Don Quijote dijo que él la abriría por darles gusto, y así lo hizo y vio que decía desta manera:

Humilde ante los soberbios, al caballero no le importa descubrir la intimidad de sus criados.

sábado, 22 de octubre de 2011

La verdadera dueña Dolorida, escarnio y mofa de tantos insensibles, implacables, inclementes y sobre todo ideológicos lectores

Cuenta Cide Hamete que estando ya don Quijote sano de sus aruños, le pareció que la vida que en aquel castillo tenía era contra toda la orden de caballería que profesaba, y, así, determinó de pedir licencia a los duques para partirse a Zaragoza, cuyas fiestas llegaban cerca, adonde pensaba ganar el arnés que en las tales fiestas se conquista.

Y estando un día a la mesa con los duques y comenzando a poner en obra su intención y pedir la licencia, veis aquí a deshora entrar por la puerta de la gran sala dos mujeres, como después pareció, cubiertas de luto de los pies a la cabeza; y la una dellas, llegándose a don Quijote, se le echó a los pies tendida de largo a largo, la boca cosida con los pies de don Quijote, y daba unos gemidos tan tristes, tan profundos y tan dolorosos, que puso en confusión a todos los que la oían y miraban. Y aunque los duques pensaron que sería alguna burla que sus criados querían hacer a don Quijote, todavía, viendo con el ahínco que la mujer suspiraba, gemía y lloraba, los tuvo dudosos y suspensos, hasta que don Quijote, compasivo, la levantó del suelo y hizo que se descubriese y quitase el manto de sobre la faz llorosa.

Ella lo hizo así y mostró ser lo que jamás se pudiera pensar, porque descubrió el rostro de doña Rodríguez, la dueña de casa, y la otra enlutada era su hija, la burlada del hijo del labrador rico.

Ésta le reitera la petición de salvar el honor de su embarazada hija obligando al rústico indómito, padre de la criatura, a casarse y sustentarla.

Vamos a echar primero leña al fuego de los correctores deste libro: véase que don Quijote está en la mesa donde va a pedir licencia para marcharse, cuando le llega, como veremos más adelante, la carta que Sancho le ha escrito en el capítulo anterior en respuesta a la que leimos donde le decía don Quijote que tenía un asunto –que pensaba satisfacer- que le podría poner en indisposición con los duques. ¿Lo iba a resolver, como decía en la carta a Sancho, o se había olvidado de ello y se iba sin más a Zaragoza?

Se nos resuelve el caso, sin necesidad de quebrarnos la cabeza, la intervención de la señorita Rodríguez y su madre. Es una de las muchas contradicciones cervantinas que avivan el entendimiento del espíritu, la libertad que nos debemos, por encima de la letra.

A cuyas razones respondió don Quijote, con mucha gravedad y prosopopeya:

—Buena dueña, templad vuestras lágrimas o, por mejor decir, enjugadlas y ahorrad de vuestros suspiros, que yo tomo a mi cargo el remedio de vuestra hija, a la cual le hubiera estado mejor no haber sido tan fácil en creer promesas de enamorados, las cuales por la mayor parte son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir; y, así, con licencia del duque mi señor, yo me partiré luego en busca dese desalmado mancebo, y le hallaré y le desafiaré y le mataré cada y cuando que se escusare de cumplir la prometida palabra. Que el principal asumpto de mi profesión es perdonar a los humildes y castigar a los soberbios, quiero decir, acorrer a los miserables y destruir a los rigurosos.


Ha sido el destacado e ilustre cervantista Maldonado de Guevara, hijo del rector de la Universidad de Salamanca, catedrático de Filología primero en esa misma universidad y luego en la Central de Madrid, fundador y presidente de los Anales Cervantinos, una revista del CSIC que recoge todo lo reseñable sobre Cervantes desde 1950 hasta el presente, quien en denodado esfuerzo consiguió una aparente victoria para el régimen al alinear la figura del muñeco, debe ser una costumbre católica, al servicio de los ideales imperiales del franquismo con su obra principal “La maiestas cesárea en el Quijote” y es esa maiestas cesárea la que precisamente le vemos ahora balbucear ante los duques, expresión repetidamente expresada en el trascurso de sus hazañas, así ya de modo burlesco en boca de Sancho en el último capítulo de la primera parte, cuando le cree muerto a manos de los disciplinantes, que rescato ahora:

—¡Oh flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual, faltando tú en él, quedará lleno de malhechores sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!


Se remonta esta expresión de la maiestas cesárea a la Eneida; refiere a la tarea de su héroe, la cual, según Maldonado de Guevara, fue asumida como lema del Imperio romano: “parcere subjectis et debelare superbos”, ensalzar a los sometidos o humildes y abatir a los soberbios o arrogantes –cuya lectura, en clave de imperio es, lógicamente, ensalzar a los que disciplinadamente se me someten y abatir a los arrogantes o a aquellos que me desafían. Este lema maiestatico, fue asumida por Roma solo una vez constituida como Imperio y juez de naciones y también le era comúnmente aplicada y atribuida al emperador Carlos V de Alemania y I de España. Y de todo ello, sin duda, era buen conocedor Cervantes.

Y es expresión válida para todos los imperios, o hegemonías: precisamente hoy han asesinado a Gadaffi y en el parte televisivo se nos ha comunicado como la OTAN ha atacado a su convoy porque “suponía un peligro para la población civil” –cito textualmente el telediario de la Primera, pese a que según se dicho también más tarde intentaban huir a toda velocidad hacia el desierto.

Obsérvese el titubeo del caballero, que no se aclara, ya que enuncia la “maiestas cesárea” ante alguien más poderoso; los duques allí presentes, lo que le hace, como siempre, ridículo.

Ahora vienen graciosas expresiones según el estado, o estatus, que no todo en el Quijote son Dulcineas y evidencias de las ridiculeces de las falsas religiones:

—No es menester —respondió el duque— que vuesa merced se ponga en trabajo de buscar al rústico de quien esta buena dueña se queja, ni es menester tampoco que vuesa merced me pida a mí licencia para desafiarle, que yo le doy por desafiado y tomo a mi cargo de hacerle saber este desafío y que le acete y venga a responder por sí a este mi castillo, donde a entrambos daré campo seguro, guardando todas las condiciones que en tales actos suelen y deben guardarse, guardando igualmente su justicia a cada uno, como están obligados a guardarla todos aquellos príncipes que dan campo franco a los que se combaten en los términos de sus señoríos.

—Pues con ese seguro, y con buena licencia de vuestra grandeza —replicó don Quijote—, desde aquí digo que por esta vez renuncio mi hidalguía y me allano y ajusto con la llaneza del dañador y me hago igual con él, habilitándole para poder combatir conmigo; y, así, aunque ausente, le desafío y repto, en razón de que hizo mal en defraudar a esta pobre que fue doncella y ya por su culpa no lo es, y que le ha de cumplir la palabra que le dio de ser su legítimo esposo o morir en la demanda.

Y luego, descalzándose un guante, le arrojó en mitad de la sala, y el duque le alzó diciendo que, como ya había dicho, él acetaba el tal desafío en nombre de su vasallo y señalaba el plazo de allí a seis días, y el campo, en la plaza de aquel castillo, y las armas, las acostumbradas de los caballeros: lanza y escudo, y arnés tranzado, con todas las demás piezas, sin engaño, superchería o superstición alguna, examinadas y vistas por los jueces del campo.

—Pero ante todas cosas es menester que esta buena dueña y esta mala doncella pongan el derecho de su justicia en manos del señor don Quijote, que de otra manera no se hará nada, ni llegará a debida ejecución el tal desafío.

—Yo sí pongo —respondió la dueña.

—Y yo también —añadió la hija, toda llorosa y toda vergonzosa y de mal talante.

Tomado, pues, este apuntamiento, y habiendo imaginado el duque lo que había de hacer en el caso, las enlutadas se fueron, y ordenó la duquesa que de allí adelante no las tratasen como a sus criadas, sino como a señoras aventureras que venían a pedir justicia a su casa; y, así, les dieron cuarto aparte y las sirvieron como a forasteras, no sin espanto de las demás criadas, que no sabían en qué había de parar la sandez y desenvoltura de doña Rodríguez y de su malandante hija.


Lo hemos visto. Se concluye en la maravillosa transformación de las dos damas en forasteras. Hoy celebramos que ETA renuncia definitivamente a la violencia. Este hecho ha venido por una conferencia internacional de paz, con lo que ETA ha intentado escenificar su carácter de forastera en España, pues de otro modo quedaría sometida a su ordenamiento civil, y así lo han visto algunos partidos aquí. Tal como lo vieron los duques allí.

sábado, 15 de octubre de 2011

El progreso del gobierno

Va tocando a su fin el gobierno de Sancho y deja Cervantes su proyección humana para poner los ojos en el mundo real, dando entrada a un caso un tonto diferente a los anteriores, un caso irreal y teórico, donde, por ello, va a encajar la doctrina platónica de don Quijote, rarísima ocasión que acontece precisamente cuando, a la inversa, el irreal oficio de caballero andante ha sido introducido en el mundo real de la blanca mano de doña Rodríguez.


Es el caso que un forastero presenta al gobernador.

—Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío, y esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso... Digo, pues, que sobre este río estaba una puente, y al cabo della una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta forma: «Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar, y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna». Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento y dijeron: «Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre». Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán los jueces del tal hombre, que aún hasta agora están dudosos y suspensos, y, habiendo tenido noticia del agudo y elevado entendimiento de vuestra merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuestra merced de su parte diese su parecer en tan intricado y dudoso caso.


Pide Sancho que se le repita al caso, pues carece de sentido. ¿Cómo se puede saber si lo que uno dice que hará tras pasar el puente es verdad o mentira hasta después de haberlo pasado? Es un planteamiento, pues, solo teórico, pero es así como la irracionalidad real queda representada; la verdad y la mentira, ambas condenan, tal como decide la picaresca. Sancho, en todo caso, se dispone a juzgarlo, pero primero quiere asegurarse reduciéndolo y conformándolo a sus premisas de este modo:

El tal hombre jura que va a morir en la horca, y si muere en ella, juró verdad y por la ley puesta merece ser libre y que pase la puente; y si no le ahorcan, juró mentira y por la misma ley merece que le ahorquen.

—Digo yo, pues, agora —replicó Sancho— que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la ahorquen, y desta manera se cumplirá al pie de la letra la condición del pasaje.

—Pues, señor gobernador —replicó el preguntador—, será necesario que el tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide, y es de necesidad espresa que se cumpla con ella.

—Venid acá, señor buen hombre —respondió Sancho—: este pasajero que decís, o yo soy un porro o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente, porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal. Y esto lo diera firmado de mi nombre si supiera firmar, y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador desta ínsula, que fue que cuando la justicia estuviese en duda me decantase y acogiese a la misericordia, y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde.


En los casos “ideales” rige el juicio de don Quijote. Llega una carta suya. Y así ve él la manera que ha tenido de juzgar Sancho:

Cuando esperaba oír nuevas de tus descuidos e impertinencias, Sancho amigo, las oí de tus discreciones, de que di por ello gracias particulares al cielo, el cual del estiércol sabe levantar los pobres, y de los tontos hacer discretos. Dícenme que gobiernas como si fueses hombre, y que eres hombre como si fueses bestia, según es la humildad con que te tratas:


Le aconseja que se diferencie, que se distinga disfrazándose según corresponde a su cargo.

Y quiero que adviertas, Sancho, que muchas veces conviene y es necesario, por la autoridad del oficio, ir contra la humildad del corazón, porque el buen adorno de la persona que está puesta en graves cargos ha de ser conforme a lo que ellos piden, y no a la medida de lo que su humilde condición le inclina. Vístete bien, que un palo compuesto no parece palo: no digo que traigas dijes ni galas, ni que siendo juez te vistas como soldado, sino que te adornes con el hábito que tu oficio requiere, con tal que sea limpio y bien compuesto.


Le alecciona como tener contentos a los súbditos:

Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas, entre otras has de hacer dos cosas: la una, ser bien criado con todos, aunque esto ya otra vez te lo he dicho; y la otra, procurar la abundancia de los mantenimientos, que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía.


El rigor debe ser mantenido para mantener el temor.

No hagas muchas pragmáticas, y si las hicieres, procura que sean buenas, y sobre todo que se guarden y cumplan, que las pragmáticas que no se guardan lo mismo es que si no lo fuesen, antes dan a entender que el príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor para hacer que se guardasen; y las leyes que atemorizan y no se ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio las espantó, y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella.


Debe aparentar ser justo

Sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios. No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos estremos, que en esto está el punto de la discreción.


Ve con tus propios ojos. Que tu presencia traiga el recuerdo del de la justicia y su rigor.

Visita las cárceles, las carnicerías y las plazas, que la presencia del gobernador en lugares tales es de mucha importancia: consuela a los presos, que esperan la brevedad de su despacho; es coco a los carniceros, que por entonces igualan los pesos, y es espantajo a las placeras, por la misma razón.


Mira por donde perderás el juicio o la libertad.

No te muestres, aunque por ventura lo seas, lo cual yo no creo, codicioso, mujeriego ni glotón; porque en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te darán batería, hasta derribarte en el profundo de la perdición.


Don Quijote insiste en arrogarse valor a los consejos que ya le dio en el castillo de los duques y encarece el agradecimiento:

Mira y remira, pasa y repasa los consejos y documentos que te di por escrito antes que de aquí partieses a tu gobierno, y verás como hallas en ellos, si los guardas, una ayuda de costa que te sobrelleve los trabajos y dificultades que a cada paso a los gobernadores se les ofrecen. Escribe a tus señores y muéstrateles agradecido, que la ingratitud es hija de la soberbia y uno de los mayores pecados que se sabe, y la persona que es agradecida a los que bien le han hecho da indicio que también lo será a Dios, que tantos bienes le hizo y de contino le hace.


Finalmente manifiesta que, por esta vez, cogido en su propia trampa, se ha de poner al lado de los menesterosos, doña Rodríguez, frente a los levantados, los duques, que para mayor desgracia son precisamente sus anfitriones. Esta ocasión, como queda arriba dicho, nos reconcilia, pues no enaltece, como de costumbre, a los soberbios sino que los contesta.

Un negocio se me ha ofrecido, que creo que me ha de poner en desgracia destos señores; pero aunque se me da mucho, no se me da nada, pues, en fin en fin, tengo de cumplir antes con mi profesión que con su gusto, conforme a lo que suele decirse: «Amicus Plato, sed magis amica veritas». Dígote este latín porque me doy a entender que después que eres gobernador lo habrás aprendido. Y a Dios, el cual te guarde de que ninguno te tenga lástima
.

Le responde Sancho notificándole primero que aquellos sus consejos no han venido tan a cuento, como el supone:

La ocupación de mis negocios es tan grande, que no tengo lugar para rascarme la cabeza, ni aun para cortarme las uñas, y, así, las traigo tan crecidas cual Dios lo remedie. Digo esto, señor mío de mi alma, porque vuesa merced no se espante si hasta agora no he dado aviso de mi bien o mal estar en este gobierno, en el cual tengo más hambre que cuando andábamos los dos por las selvas y por los despoblados.

Hasta agora no he tocado derecho ni llevado cohecho, y no puedo pensar en qué va esto, porque aquí me han dicho que los gobernadores que a esta ínsula suelen venir, antes de entrar en ella o les han dado o les han prestado los del pueblo muchos dineros, y que esta es ordinaria usanza en los demás que van a gobiernos, no solamente en este.


Le preocupa que se enemiste con los duques por lo que a él le toca:

No querría que vuestra merced tuviese trabacuentas de disgusto con esos mis señores, porque si vuestra merced se enoja con ellos, claro está que ha de redundar en mi daño, y no será bien que pues se me da a mí por consejo que sea agradecido, que vuestra merced no lo sea con quien tantas mercedes le tiene hechas y con tanto regalo ha sido tratado en su castillo.


Anticipa Sancho la noche de su pasión dictando algunos decretos, desde el entendimiento de las competencias y responsabilidades del poder civil.