domingo, 30 de octubre de 2011

Fin y remate del gobierno

«Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado, antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el viento, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten.»


Todo es efímero para lo que es efímero como la vida; la conciencia subjetiva tiene su acabamiento asegurado con el de su soporte, pero las estaciones se renuevan con el giro de los astros y los individuos se reproducen con la unión de los sexos misteriosamente individualizados para ello. Sabemos ahora de la evolución natural de las especies, quizás pronto podamos hacernos evolucionar artificialmente y lograr soportes que llevarán a la inmortalidad a alguna conciencia, pero la subjetividad vivida nunca podrá ser recobrada, pues todo contenido en ella está relacionado con la experiencia, incluso viviendo olvidamos la mayor parte de nuestro pasado. Y la mayor certeza de nuestro futuro es, en efecto, horizonte sin términos que le limiten, y es que así es el horizonte por lo general aquí en la Tierra al ser esta redonda…..

“Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético, porque esto de entender la ligereza e instabilidad de la vida presente, y de la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo han entendido”.


Pero, Cide Hamete no lo ha entendido sin lumbre de fe, sino en virtud de la creencia en su religión, aunque falsa.

Nuestro autor (Cide Hamete) lo dice por la presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno de Sancho.


Que parece insinuarnos que el origen del gobierno vuelve a su fin, que es la violencia, para empezar de nuevo, la cual se produce con la misma certidumbre que el ciclo o retorno de las estaciones, pues es así que, aún mejor que en comparación con las estaciones con las plantas, la violencia se mantiene larvada o contenida para explotar regularmente, aunque en largos intervalos, según el funcionamiento de un motor.

Así que, estando Sancho a punto de coger el sueño, oyó terrible ruido y,

“salió a la puerta de su aposento a tiempo cuando vio venir por unos corredores más de veinte personas con hachas encendidas en las manos y con las espadas desenvainadas, gritando todos a grandes voces:

—¡Arma, arma, señor gobernador, arma, que han entrado infinitos enemigos en la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre!

Con este ruido, furia y alboroto llegaron donde Sancho estaba, atónito y embelesado de lo que oía y veía, y cuando llegaron a él, uno le dijo:

—¡Ármese luego vuestra señoría, si no quiere perderse y que toda esta ínsula se pierda!

—¿Qué me tengo de armar —respondió Sancho—, ni qué sé yo de armas ni de socorros? Estas cosas mejor será dejarlas para mi amo don Quijote, que en dos paletas las despachará y pondrá en cobro, que yo, pecador fui a Dios, no se me entiende nada destas priesas.

—¡Ah, señor gobernador! —dijo otro—. ¿Qué relente es ese? Ármese vuesa merced, que aquí le traemos armas ofensivas y defensivas, y salga a esa plaza y sea nuestra guía y nuestro capitán, pues de derecho le toca el serlo, siendo nuestro gobernador.

—Ármenme norabuena —replicó Sancho.


Y le armaron poniéndole una lanza en la mano y amarrándole entre dos escudos grandes o paveses que no le dejaban moverse, sino que le hicieron caer al suelo y tras apagar las antorchas le empezaron a dar cuchilladas sobre los paveses y a pasarle por encima. Hasta que:

—¡Vitoria, vitoria, los enemigos van de vencida! ¡Ea, señor gobernador, levántese vuesa merced y venga a gozar del vencimiento y a repartir los despojos que se han tomado a los enemigos por el valor dese invencible brazo!

Preguntó qué hora era, respondiéronle que ya amanecía. Calló, y sin decir otra cosa comenzó a vestirse, todo sepultado en silencio, y todos le miraban y esperaban en qué había de parar la priesa con que se vestía. Vistióse, en fin, y poco a poco, porque estaba molido y no podía ir mucho a mucho, se fue a la caballeriza, siguiéndole todos los que allí se hallaban, y llegándose al rucio le abrazó y le dio un beso de paz en la frente, y no sin lágrimas en los ojos le dijo:

—Venid vos acá, compañero mío y amigo mío y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.


Es el burro representa la naturaleza, que incluye la humana, frente al artificio de la sociedad.

—Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador, más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre, y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. Y apártense, déjenme ir, que me voy a bizmar, que creo que tengo brumadas todas las costillas, merced a los enemigos que esta noche se han paseado sobre mí.

Esta capacidad que tiene Sancho de elegir es, sin embargo, lo propio de la novela que se ejercita en aventuras, pero la realidad prosaica, monótona e insoslayable, cada cual cumple con lo suyo tal como señala más adelante; los ricos han de dormir en sábanas de Holanda manque les pese.

Pues esa desigualdad está basada en la violencia, en la guerra que no le da su burro.

No son estas burlas para dos veces. Por Dios que así me quede en este ni admita otro gobierno, aunque me le diesen entre dos platos, como volar al cielo sin alas. Yo soy del linaje de los Panzas, que todos son testarudos, y si una vez dicen nones, nones han de ser, aunque sean pares, a pesar de todo el mundo. Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda. Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana; y déjenme pasar, que se me hace tarde.


Y así fue que no quiso más que;

Un poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él, que pues el camino era tan corto, no había menester mayor ni mejor repostería.

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