Cuenta Cide Hamete que estando ya don Quijote sano de sus aruños, le pareció que la vida que en aquel castillo tenía era contra toda la orden de caballería que profesaba, y, así, determinó de pedir licencia a los duques para partirse a Zaragoza, cuyas fiestas llegaban cerca, adonde pensaba ganar el arnés que en las tales fiestas se conquista.Ésta le reitera la petición de salvar el honor de su embarazada hija obligando al rústico indómito, padre de la criatura, a casarse y sustentarla.
Y estando un día a la mesa con los duques y comenzando a poner en obra su intención y pedir la licencia, veis aquí a deshora entrar por la puerta de la gran sala dos mujeres, como después pareció, cubiertas de luto de los pies a la cabeza; y la una dellas, llegándose a don Quijote, se le echó a los pies tendida de largo a largo, la boca cosida con los pies de don Quijote, y daba unos gemidos tan tristes, tan profundos y tan dolorosos, que puso en confusión a todos los que la oían y miraban. Y aunque los duques pensaron que sería alguna burla que sus criados querían hacer a don Quijote, todavía, viendo con el ahínco que la mujer suspiraba, gemía y lloraba, los tuvo dudosos y suspensos, hasta que don Quijote, compasivo, la levantó del suelo y hizo que se descubriese y quitase el manto de sobre la faz llorosa.
Ella lo hizo así y mostró ser lo que jamás se pudiera pensar, porque descubrió el rostro de doña Rodríguez, la dueña de casa, y la otra enlutada era su hija, la burlada del hijo del labrador rico.
Vamos a echar primero leña al fuego de los correctores deste libro: véase que don Quijote está en la mesa donde va a pedir licencia para marcharse, cuando le llega, como veremos más adelante, la carta que Sancho le ha escrito en el capítulo anterior en respuesta a la que leimos donde le decía don Quijote que tenía un asunto –que pensaba satisfacer- que le podría poner en indisposición con los duques. ¿Lo iba a resolver, como decía en la carta a Sancho, o se había olvidado de ello y se iba sin más a Zaragoza?
Se nos resuelve el caso, sin necesidad de quebrarnos la cabeza, la intervención de la señorita Rodríguez y su madre. Es una de las muchas contradicciones cervantinas que avivan el entendimiento del espíritu, la libertad que nos debemos, por encima de la letra.
A cuyas razones respondió don Quijote, con mucha gravedad y prosopopeya:
—Buena dueña, templad vuestras lágrimas o, por mejor decir, enjugadlas y ahorrad de vuestros suspiros, que yo tomo a mi cargo el remedio de vuestra hija, a la cual le hubiera estado mejor no haber sido tan fácil en creer promesas de enamorados, las cuales por la mayor parte son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir; y, así, con licencia del duque mi señor, yo me partiré luego en busca dese desalmado mancebo, y le hallaré y le desafiaré y le mataré cada y cuando que se escusare de cumplir la prometida palabra. Que el principal asumpto de mi profesión es perdonar a los humildes y castigar a los soberbios, quiero decir, acorrer a los miserables y destruir a los rigurosos.
Ha sido el destacado e ilustre cervantista Maldonado de Guevara, hijo del rector de la Universidad de Salamanca, catedrático de Filología primero en esa misma universidad y luego en la Central de Madrid, fundador y presidente de los Anales Cervantinos, una revista del CSIC que recoge todo lo reseñable sobre Cervantes desde 1950 hasta el presente, quien en denodado esfuerzo consiguió una aparente victoria para el régimen al alinear la figura del muñeco, debe ser una costumbre católica, al servicio de los ideales imperiales del franquismo con su obra principal “La maiestas cesárea en el Quijote” y es esa maiestas cesárea la que precisamente le vemos ahora balbucear ante los duques, expresión repetidamente expresada en el trascurso de sus hazañas, así ya de modo burlesco en boca de Sancho en el último capítulo de la primera parte, cuando le cree muerto a manos de los disciplinantes, que rescato ahora:
—¡Oh flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual, faltando tú en él, quedará lleno de malhechores sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!
Se remonta esta expresión de la maiestas cesárea a la Eneida; refiere a la tarea de su héroe, la cual, según Maldonado de Guevara, fue asumida como lema del Imperio romano: “parcere subjectis et debelare superbos”, ensalzar a los sometidos o humildes y abatir a los soberbios o arrogantes –cuya lectura, en clave de imperio es, lógicamente, ensalzar a los que disciplinadamente se me someten y abatir a los arrogantes o a aquellos que me desafían. Este lema maiestatico, fue asumida por Roma solo una vez constituida como Imperio y juez de naciones y también le era comúnmente aplicada y atribuida al emperador Carlos V de Alemania y I de España. Y de todo ello, sin duda, era buen conocedor Cervantes.
Y es expresión válida para todos los imperios, o hegemonías: precisamente hoy han asesinado a Gadaffi y en el parte televisivo se nos ha comunicado como la OTAN ha atacado a su convoy porque “suponía un peligro para la población civil” –cito textualmente el telediario de la Primera, pese a que según se dicho también más tarde intentaban huir a toda velocidad hacia el desierto.
Obsérvese el titubeo del caballero, que no se aclara, ya que enuncia la “maiestas cesárea” ante alguien más poderoso; los duques allí presentes, lo que le hace, como siempre, ridículo.
Ahora vienen graciosas expresiones según el estado, o estatus, que no todo en el Quijote son Dulcineas y evidencias de las ridiculeces de las falsas religiones:
—No es menester —respondió el duque— que vuesa merced se ponga en trabajo de buscar al rústico de quien esta buena dueña se queja, ni es menester tampoco que vuesa merced me pida a mí licencia para desafiarle, que yo le doy por desafiado y tomo a mi cargo de hacerle saber este desafío y que le acete y venga a responder por sí a este mi castillo, donde a entrambos daré campo seguro, guardando todas las condiciones que en tales actos suelen y deben guardarse, guardando igualmente su justicia a cada uno, como están obligados a guardarla todos aquellos príncipes que dan campo franco a los que se combaten en los términos de sus señoríos.
—Pues con ese seguro, y con buena licencia de vuestra grandeza —replicó don Quijote—, desde aquí digo que por esta vez renuncio mi hidalguía y me allano y ajusto con la llaneza del dañador y me hago igual con él, habilitándole para poder combatir conmigo; y, así, aunque ausente, le desafío y repto, en razón de que hizo mal en defraudar a esta pobre que fue doncella y ya por su culpa no lo es, y que le ha de cumplir la palabra que le dio de ser su legítimo esposo o morir en la demanda.
Y luego, descalzándose un guante, le arrojó en mitad de la sala, y el duque le alzó diciendo que, como ya había dicho, él acetaba el tal desafío en nombre de su vasallo y señalaba el plazo de allí a seis días, y el campo, en la plaza de aquel castillo, y las armas, las acostumbradas de los caballeros: lanza y escudo, y arnés tranzado, con todas las demás piezas, sin engaño, superchería o superstición alguna, examinadas y vistas por los jueces del campo.
—Pero ante todas cosas es menester que esta buena dueña y esta mala doncella pongan el derecho de su justicia en manos del señor don Quijote, que de otra manera no se hará nada, ni llegará a debida ejecución el tal desafío.
—Yo sí pongo —respondió la dueña.
—Y yo también —añadió la hija, toda llorosa y toda vergonzosa y de mal talante.
Tomado, pues, este apuntamiento, y habiendo imaginado el duque lo que había de hacer en el caso, las enlutadas se fueron, y ordenó la duquesa que de allí adelante no las tratasen como a sus criadas, sino como a señoras aventureras que venían a pedir justicia a su casa; y, así, les dieron cuarto aparte y las sirvieron como a forasteras, no sin espanto de las demás criadas, que no sabían en qué había de parar la sandez y desenvoltura de doña Rodríguez y de su malandante hija.
Lo hemos visto. Se concluye en la maravillosa transformación de las dos damas en forasteras. Hoy celebramos que ETA renuncia definitivamente a la violencia. Este hecho ha venido por una conferencia internacional de paz, con lo que ETA ha intentado escenificar su carácter de forastera en España, pues de otro modo quedaría sometida a su ordenamiento civil, y así lo han visto algunos partidos aquí. Tal como lo vieron los duques allí.
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