jueves, 30 de junio de 2011

La otra vida de Cervantes

En la línea de lo que decíamos en el post anterior, ya algunos intérpretes han señalado que el Quijote al burlarse de los libros de caballería en aquello que les hace inverosímiles, se burla de las mismas características que se dan también en los textos religiosos. De hecho, en muchas ocasiones se entrelazan unos y otros textos; al hablar de la existencia de los gigantes se hace la referencia Goliat, los encantamientos, los milagros, las fuerzas sobrenaturales, incluso la última escena de la primera parte de los disciplinantes es un disparate o rito religioso. El argumento de la burla o parodia vale exactamente igual para unos que para otros, aunque, por supuesto, el Quijote solo menciona como su referencia a los libros de caballería y, por lo demás, dice que en él no hay cosa que no sea plenamente “católica cristiana”. Sin embargo, la inteligencia no puede menos de establecer esa relación, que, de otro modo, no puede probarse, y, por tanto, se nos presenta como un muy verosímil motivo de que se crease una reacción contra el Quijote entre sus contemporáneos como es el caso de Lope, máximo defensor de la ortodoxia literaria y hombre, por también escenificador, seguramente inteligente. Pero la misma rabia de Lope tuvo que ser ya soterrada y manifestarse en insulto y desprecio, nunca en argumento, o en la aparición del Quijote beatón de Avellaneda, que acaba curando su locura en el Nuncio de Toledo. Quiero decir que los intérpretes del Quijote, hasta épocas muy recientes, tampoco hubieran podido hacer pública ésta su inteligencia del Quijote, pues la fe no soporta el pecado de la duda, venga de quien venga, y, si ésta interpretación se expresa, puede ser inmediatamente contra-argumentada y dejar al intérprete con el culo al aire y con el peso de la ley no escrita sobre su pobre cabeza y la de sus familiares y amigos….En el Quijote no se apela a la razón, como dicen los intelectuales, sino a la inteligencia.


Pero, más allá de la crítica a los libros de caballería y a la religión, por inverosímiles, apunta Cervantes en el prólogo a todos los libros en general; a la filosofía pasada, presente y a las ideologías del porvenir, las que, en efecto, hemos conocido y las vivimos actualmente, donde la locura de don Quijote no es solo la confusión de molinos por gigantes, que no es sino una metáfora de la realidad, el objeto, sustituido por la abstracción, la figuración.

Finalmente, si asumimos este pensamiento de Cervantes, es decir, de total distanciamiento de las abstracciones o figuraciones –lo que no quiere decir que no se arrodillase en la iglesia y tomase el agua bendita, la extremaunción, la de don Quijote, se hiciese de la Orden de los Esclavos del Santísimo Sacramento y otras disposiciones semejantes que no veo diferentes a como nosotros nos vemos en situación de alabar al rey o a la república, condenar la dictadura de los mercados y alabar la bondades de la democracia-….¿cómo entender el prólogo al Persiles que transcribo a continuación escrito por Cervantes unos días antes de su muerte? Caso que, por cierto, me planteó un su traductor chino, el Sr Cui Weiben:

Mi vida se va acabando, y, al paso de las efeméridas de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida (como así fue, en efecto) es entonces cuando:

sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno

que cuando les alcanzó dijo:

“Este es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas!

Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello.dije:

-Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced
Platicaron y no quedó muy satisfecho Cervantes de él, pero:

Tornéle a abrazar, volvióseme a ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.

¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!

Cervantes rechaza primero ser el escritor alegre, el regocijo de las musas…Ese es un error en el que han caído muchos ignorantes, dice.

Ese lector, "dejóme mal dispuesto…el iba caballero en su burra…a quien había dado ocasión mi pluma para escribir donaires…."

"Pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía. "

Cervantes expone directamente -como ya en otras ocasiones- que no puede decir lo que le falta por decir, lo que sabe que conviene decir.

Ese es el tiempo de la otra vida (no la del cielo, el infierno, o algo semejante), sino la que anude el roto hilo.

domingo, 26 de junio de 2011

El eclesiástico

El narrador nos describe al eclesiástico del Castillo:


“La duquesa y el duque salieron a la puerta de la sala a recebirle, y con ellos un grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los príncipes: destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables. Destos tales digo que debía de ser el grave religioso que con los duques salió a recebir a don Quijote.”

¿Podría referirse, digo, a Lope y a sus cliqué que habían recibido con tanta aversión el Quijote.

“De poetas no digo […], pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote”.
Así se expresa Lope en una carta de 1604, un año antes de la publicación del Quijote que, sin duda, ya había conocido como manuscrito.
“El eclesiástico, que oyó decir de gigantes, de follones y de encantos, cayó en la cuenta de que aquel debía de ser don Quijote de la Mancha, cuya historia leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido muchas veces, diciéndole que era disparate leer tales disparates.”

Los autores que desto se ocupan señalan generalmente que la crítica formal de Cervantes al arte dramático del Fenix es el motivo de la rivalidad y reacción de Lope también demostrada en poemas insultantes y, seguramente, en la publicación del Quijote apócrifo. A nadie parece habérsele ocurrido pensar a Lope le disguste un o el significado del Quijote, que desde mi propio punto de vista es la trampa y la burla que Cervantes había tramado contra la ideología, contra la abstracción, en la figura del caballero loco:
"—Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el celebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad enhorabuena, y en tal se os diga: «Volveos a vuestra casa y criad vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen». ¿En dónde nora tal habéis vos hallado que hubo ni hay ahora caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o malandrines en la Mancha, ni Dulcineas encantadas, ni toda la caterva de las simplicidades que de vos se cuentan?"


Me imagino que he de ser de otro mundo como para no obviar, como la mayoría de los autores que de esto tratan, que este tipo de sucesos extraordinarios y protagonistas descomunales y desaforados se nutre la religión, de la que el eclesiástico es portavoz. Diré más; el Quijote, aparte de otras muchas connotaciones, se ocupa permanentemente en revelarnos la realidad prosaica frente a la romántica ideología, no ya de don Quijote que cree que el mundo es movido por encantadores o espíritus o si no, de todo suceso fuera de lo común o natural, como la cabeza encantada, el mono adivino, etc. Ese espíritu no se pone especialmente en boca de un personaje, como para que le hagamos una cita –en ningún caso, por supuesto, del protagonista- sino que es el espíritu más obvio y general de la obra. Para mí, que Lope –como otros disgustados posteriores, caso de Gracián, etc.- lo vieran; no hay duda.

Ante la afrenta del clérigo, Cervantes cede la palabra al héroe quien, comedido, pide a los duques que le defiendan. Y coincide con él el duque en que, en efecto, ha sido agravio y no afrenta, pues no pueden los curas, como las mujeres, hacerla.

Pero, esto no es todo, como siempre el autor va más lejos, hasta el final, y apela para ello entonces, como os tengo acostumbrados, a la inteligencia de Sancho:

"—¡Bien, por Dios! —dijo Sancho—. No diga más vuestra merced, señor y amo mío, en su abono, porque no hay más que decir, ni más que pensar, ni más que perseverar en el mundo. Y más que negando este señor, como ha negado, que no ha habido en el mundo, ni los hay, caballeros andantes, ¿qué mucho que no sepa ninguna de las cosas que ha dicho?"


Recompensa enternecido el autor entonces a Sancho con la Ínsula.

La literatura, expresión humana en su origen, busca, en efecto, como tal contribuir al bien humano, resolver la indignidad en la que éste se encuentra. Algo de lo que reniega el eclesiástico, como el mismo Lope, solo atentos, intolerantes como perros guardianes, a salvaguardar la ortodoxia. Como también hay autores que utilizan el Quijote para manipularlo burdamente y hacerle asiento de infame verborrea en defensa de alguna otra semejante abstraccion o ideología.

domingo, 19 de junio de 2011

En el Castillo

El (suceso) que yo he tenido en veros, valeroso príncipe —respondió don Quijote—, es imposible ser malo, aunque mi caída no parara hasta el profundo de los abismos, pues de allí me levantara y me sacara la gloria de haberos visto…… como quiera que yo me halle, caído o levantado, a pie o a caballo, siempre estaré al servicio vuestro y al de mi señora la duquesa, digna consorte vuestra y digna señora de la hermosura y universal princesa de la cortesía.




¡Qué bárbaro! ¡Y que gallarda disposición!

Cuenta, pues, la historia que, antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote.

 

Vimos en la primera parte como la fuerza del poder nos hace confesar, ahora vemos como nos lleva también a representar:

Por eso envía el Señor a su ángel para desbaratar ese orden antinatural; simplemente poniéndolo en evidencia.

Le pide ingenua y bondadosamente a doña Rodríguez que se ocupe de su rucio:

“¡medradas estamos! Andad, hermano, mucho de enhoramala para vos y para quien acá os trujo, y tened cuenta con vuestro jumento, que las dueñas desta casa no estamos acostumbradas a semejantes haciendas”


“solo lo dije porque es tan grande el cariño que tengo a mi jumento, que me pareció que no podía encomendarle a persona más caritativa que a la señora doña Rodríguez”


le responde el atribulado Sancho.

Y aún acaba añadiendo:

cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere: aquí se me acordó del rucio y aquí hablé dél; y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara.


Poco más adelante, don Quijote

“viéndose solo con Sancho le dijo:

—Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto como aquella? ¿Tiempos eran aquellos para acordarte del rucio o señores son estos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños? Por quien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. Mira, pecador de ti, que en tanto más es tenido el señor cuanto tiene más honrados y bien nacidos criados, y que una de las ventajas mayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que se sirven de criados tan buenos como ellos. ¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos o algún caballero de mohatra? No, no, Sancho amigo: huye, huye destos inconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado. Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes que te salgan de la boca, y advierte que hemos llegado a parte donde con el favor de Dios y valor de mi brazo hemos de salir mejorados en tercio y quinto en fama y en hacienda.

Sancho le prometió con muchas veras de coserse la boca o morderse la lengua antes de hablar palabra que no fuese muy a propósito y bien considerada, como él se lo mandaba, y que descuidase acerca de lo tal, que nunca por él se descubriría quién ellos eran.


Fueron a cenar y:

Convidó el duque a don Quijote con la cabecera de la mesa, y aunque él lo rehusó, las importunaciones del duque fueron tantas, que la hubo de tomar.

—Si sus mercedes me dan licencia, les contaré un cuento que pasó en mi pueblo acerca desto de los asientos. El caso de un hidalgo que invitó a comer a su mesa a un labrador.

—Digo, así —dijo Sancho—, que estando, como he dicho, los dos para sentarse a la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase; pero el labrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo, mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza, diciéndole: «Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera». Y este es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito.


No hubiera debido avergonzarse don Quijote, ni nosotros reirnos, pues había rehusado el puesto correctamente y solo lo tomó, en efecto, obligado.

¿No es así que, en general y posiblemente en el Quijote en particular, nos reimos de la iniciativa, de la acción no forzada, cuando resulta fallida?

sábado, 11 de junio de 2011

pueblo, público, piltrafa

El Quijote es, ante todo, un libro generoso en el sentido cabal y humano de la palabra. Refiere ya en el prólogo al lector, que se lo pone a su juicio libre e independiente para que lo juzgue, incluso, entiendase, que lo complete a su mejor sabor. De ahí que, en efecto, haya habido tantos voluntarios para la tarea y hayan siempre encontrado a Cervantes bien dispuesto y de buen carácter para ello. Pero si penetramos esta superficie, lo que encontramos en la oferta es una propuesta y una llamada democrática, a la igualdad, a la complicidad de todos como personas, de manera tal que podemos decir que realmente la propuesta del Quijote es en último término de comunidad, pues cualquier persona - de las Antillas o de Malasia- por el hecho de serlo tiene el mismo juicio, entendimiento, comprensión….y no necesita de autoridades para definir las cosas, sino al contrario. Ese es el ideal humano que nos propone Cervantes, que es, si lo pensamos, y no puede ser de otra manera, simplemente el ideal humano.

Don Quijote, sin embargo, no tiene nada de “persona”, (cuanto menos de ideal humano) es un títere en manos de su autor, y ahí si es un tanto penoso el desarrollo del Quijote por parte de un gran número de sus recreadores lectores. Todos somos iguales, todos tenemos la misma dignidad como personas, y todos lo sabemos; cierto es que tenemos que representar un papel en la vida, ese es nuestro yugo; uno hacen de duques y otros de escuderos, pero cada uno piensa como persona, punto en el que reside esa igualdad y esa comunidad. Así lo hace Sancho siempre, y lo manifiesta aquí cuando queda encargado de anunciar a la Duquesa la disposición de don Quijote, su personalidad, su “persona” no puede ser aniquilada por el servicio que realiza, está presente en él como en cada uno de nosotros –esperándonos siempre:

—Hermosa señora, aquel caballero que allí se parece, llamado «el Caballero de los Leones», es mi amo, y yo soy un escudero suyo, a quien llaman en su casa Sancho Panza. Este tal Caballero de los Leones, que no ha mucho que se llamaba el de la Triste Figura, envía por mí a decir a vuestra grandeza sea servida de darle licencia para que, con su propósito y beneplácito y consentimiento, él venga a poner en obra su deseo, que no es otro, según él dice y yo pienso, que de servir a vuestra encumbrada altanería y fermosura; que en dársela vuestra señoría hará cosa que redunde en su pro y él recibirá señaladísima merced y contento.


En este punto es revelador la manera simplísima de algunos en entender el Quijote, de los que da cumplida imagen y expresión Madariaga quien, alabando y subiendo el valor del Quijote al objeto de demostrar la europeidad de España, se confiesa en este capítulo con desorientado y doloroso compungimiento afirmando ingenuamente que no entiende la “innecesaria crueldad” de Cervantes para con su caballero (pues, y no es éste un caso de "el fracaso" del héroe, como de costumbre refieren los apologistas del loco)

Pero para mi es aún más cruel e indignante el olvido que Madariaga hace de Sancho -que también da bruces en tierra ¡¡¿¿Dios mío, ¡que triste!. Y que defraudada queda aquí esa esperanza !!??

Independientemente de que bien merecido se lo tienen los dos babosos:

En esto llegó don Quijote, alzada la visera, y dando muestras de apearse, acudió Sancho a tenerle el estribo; pero fue tan desgraciado, que al apearse del rucio se le asió un pie en una soga del albarda, de tal modo, que no fue posible desenredarle, antes quedó colgado dél, con la boca y los pechos en el suelo. Don Quijote, que no tenía en costumbre apearse sin que le tuviesen el estribo, pensando que ya Sancho había llegado a tenérsele, descargó de golpe el cuerpo y llevóse tras sí la silla de Rocinante, que debía de estar mal cinchado, y la silla y él vinieron al suelo, no sin vergüenza suya, y de muchas maldiciones que entre dientes echó al desdichado de Sancho, que aún todavía tenía el pie en la corma.

El duque mandó a sus cazadores que acudiesen al caballero y al escudero, los cuales levantaron a don Quijote maltrecho de la caída, y, renqueando y como pudo, fue a hincar las rodillas ante los dos señores.
Como se ve, en total, el autor no más que les ayuda en su propósito, que es acercarles los dientes al suelo para tratar como corresponde a sus altanerías.

domingo, 5 de junio de 2011

El barco encantado

Te lo dije; solo hacía falta ya poner al nuevo Ulises a merced de Neptuno.
—Has de saber, Sancho, que este barco que aquí está, derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y convidando a que entre en él y vaya en él a dar socorro a algún caballero o a otra necesitada y principal persona que debe de estar puesta en alguna grande cuita. Porque este es estilo de los libros de las historias caballerescas y de los encantadores que en ellas se entremeten y platican.

Para don Quijote, que se sabe protagonista, el casual encuentro del bote es tanto como la aventura completa, envasada, empaquetada y con lazo, ya que, en efecto, así debe escribir las aventuras de su héroe un escritor consecuente.

Toda representación humana parte de su final; así también se diseña al malo, como tal muy malo, para que luego le ajusticien los buenos, ese es nuestro pensamiento que de la misma manera cree también modelar el mundo o adjudica ese poder a una voluntad divina.
Lo mismo que un fumador cuando ve un paquete de cigarrillos se le ofrece fumar, a don Quijote cuando ve la barca se le ofrece una aventura. El sentido de los objetos es la sugerencia de una actividad, pero nosotros tendemos a pensar que la genera nuestro pensamiento de la nada –de Dios. El pensamiento asume la responsabilidad porque lo que hace es justificarla, o imaginar su justificación, (ante un público naturalmente).
Cuando las cosas no le salen como espera, don Quijote aún se aferra a una explicación homérica:
—En esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.
Sancho resulta muy desmoralizado de esta aventura y se dispone a regresar a casa; el pago que tuvieron que hacer por la barca después del que antes hicieron al titiritero es superior a lo que pueden soportar sus ya mermadas fuerzas (mentales). Es en esta desesperada situación cuando el autor se compadece y ven el azor............. Encuentran a los duques que les cuidan, regalan y darán a Sancho su merecido gobierno. ¡Ah! Y otros doscientos escudos.