domingo, 26 de febrero de 2012

Curso apresurado de filosofía china

Sin que Cervantes lo supiera ni imaginara, se libra en este capítulo el tema de nuestro tiempo. Comienza éste capítulo como los otros; don Quijote, representante de la cultura occidental, cree literalmente todo lo que se le dice, parte de modelos platónicos y de los fines aristotélicos, que si bien han deparado la técnica y así también el dominio de la naturaleza y sobre los otros hombres dada la enorme capacidad de sus armas, es un pensamiento realmente inadecuado para la indeterminación que caracteriza las relaciones humanas. Mientras que Sancho es analfabeto e ignorante de la cultura, su mente es flexible, atento a la evolución de sus circunstancias para vincularlas a lo que le interesa, apropiarse de lo que pueda. Como el pensamiento chino. Cervantes aporta a Occidente una nueva manera de pensar, quizás ya iniciada por la picaresca, posiblemente producto de su experiencia en el extranjero y militar, tal como le sucede al pensamiento chino cuya filosofía surge como diálogo con El arte de la guerra. Veámoslo:

Iba el vencido y asendereado don Quijote pensativo además por una parte y muy alegre por otra. Causaba su tristeza el vencimiento, y la alegría, el considerar en la virtud de Sancho, como lo había mostrado en la resurrección de Altisidora, aunque con algún escrúpulo se persuadía a que la enamorada doncella fuese muerta de veras. No iba nada Sancho alegre, porque le entristecía ver que Altisidora no le había cumplido la palabra de darle las camisas; y yendo y viniendo en esto, dijo a su amo:

—En verdad, señor, que soy el más desgraciado médico que se debe de hallar en el mundo, en el cual hay físicos que, con matar al enfermo que curan, quieren ser pagados de su trabajo, que no es otro sino firmar una cedulilla de algunas medicinas, que no las hace él, sino el boticario, y cátalo cantusado; y a mí, que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas, pellizcos, alfilerazos y azotes, no me dan un ardite. Pues yo les voto a tal que si me traen a las manos otro algún enfermo, que antes que le cure me han de untar las mías, que el abad de donde canta yanta, y no quiero creer que me haya dado el cielo la virtud que tengo para que yo la comunique con otros de bóbilis, bóbilis.

—Tú tienes razón, Sancho amigo —respondió don Quijote—, y halo hecho muy mal Altisidora en no haberte dado las prometidas camisas; y puesto que tu virtud es gratis data, que no te ha costado estudio alguno, más que estudio es recebir martirios en tu persona. De mí te sé decir que si quisieras paga por los azotes del desencanto de Dulcinea, ya te la hubiera dado tal como buena, pero no sé si vendrá bien con la cura la paga, y no querría que impidiese el premio a la medicina. Con todo eso, me parece que no se perderá nada en probarlo: mira, Sancho, el que quieres, y azótate luego y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos.

A cuyos ofrecimientos abrió Sancho los ojos y las orejas de un palmo y dio consentimiento en su corazón a azotarse de buena gana, y dijo a su amo:

—Agora bien, señor, yo quiero disponerme a dar gusto a vuestra merced en lo que desea, con provecho mío, que el amor de mis hijos y de mi mujer me hace que me muestre interesado. Dígame vuestra merced cuánto me dará por cada azote que me diere.

Correcto, amigo Sancho. Mentecatos los que te critican. Echa la cuenta Sancho con mucha gracia. Y aún le añade el generoso don Quijote 100 reales con lo que queda muy contento Sancho. Pero aún nos manifiesta una vez más la flexibilidad de su mente, frente a la de don Quijote, la “metis” griega, o astucia, incluso, picaresca entre nosotros (don Quijote es el creyente o interlocutor del pícaro); no por haber cerrado un contrato un chino va a desaprovechar una ventaja si ésta queda a la mano más adelante. La mente sigue siembre actgiva y abierta.

Desnudose luego de medio cuerpo arriba y, arrebatando el cordel, comenzó a darse, y comenzó don Quijote a contar los azotes. Hasta seis o ocho se habría dado Sancho, cuando le pareció ser pesada la burla y muy barato el precio della, y, deteniéndose un poco, dijo a su amo que se llamaba a engaño, porque merecía cada azote de aquellos ser pagado a medio real, no que a cuartillo.

—Prosigue, Sancho amigo, y no desmayes —le dijo don Quijote—, que yo doblo la parada del precio.

—Dese modo —dijo Sancho—, ¡a la mano de Dios, y lluevan azotes!

 Y aún, una vez más, es capaz de mejorarse el trato, sobra decir, sin haberlo planeado.

Pero el socarrón dejó de dárselos en las espaldas y daba en los árboles, con unos suspiros de cuando en cuando, que parecía que con cada uno dellos se le arrancaba el alma. Tierna la de don Quijote, temeroso de que no se le acabase la vida y no consiguiese su deseo por la imprudencia de Sancho, le dijo:

—No permita la suerte, Sancho amigo, que por el gusto mío pierdas tú la vida que ha de servir para sustentar a tu mujer y a tus hijos: espere Dulcinea mejor coyuntura, que yo me contendré en los límites de la esperanza propincua y esperaré que cobres fuerzas nuevas, para que se concluya este negocio a gusto de todos.

—Pues vuestra merced, señor mío, lo quiere así —respondió Sancho—, sea en buena hora, y écheme su ferreruelo sobre estas espaldas, que estoy sudando y no querría resfriarme, que los nuevos diciplinantes corren este peligro.

No puede Cervantes dejar de acordarse de los disciplinantes también en esta Segunda Parte que, no pudiendo ser en menoscabo de los de su patria, ha de referir a los masoquistas chiitas o, en general, a los musulmanes dándose con la cabeza en el suelo.

Pero, a diferencia de don Quijote, que no admite la mentira, Cervantes la comete:

Apeáronse en un mesón, que por tal le reconoció don Quijote, y no por castillo de cava honda, torres, rastrillos y puente levadiza, que después que le vencieron con más juicio en todas las cosas discurría, como agora se dirá. Alojáronle en una sala baja, a quien servían de guadameciles unas sargas viejas pintadas, como se usan en las aldeas. En una dellas estaba pintada de malísima mano el robo de Elena, cuando el atrevido huésped se la llevó a Menalao, y en otra estaba la historia de Dido y de Eneas, ella sobre una alta torre, como que hacía de señas con una media sábana al fugitivo huésped, que por el mar sobre una fragata o bergantín se iba huyendo. Notó en las dos historias que Elena no iba de muy mala gana, porque se reía a socapa y a lo socarrón, pero la hermosa Dido mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos. Viendo lo cual don Quijote, dijo:

—Estas dos señoras fueron desdichadísimas por no haber nacido en esta edad, y yo sobre todos desdichado en no haber nacido en la suya: encontrara a aquestos señores yo, y ni fuera abrasada Troya ni Cartago destruida, pues con solo que yo matara a Paris se escusaran tantas desgracias.

Don Quijote, que se cree personaje literario, no tiene inconveniente imaginar todo aquello que pudiera darle más fama, a base de hacer el “bien”, claro. Y la mentira: ¿Dónde “discurría con mejor juicio”? Si acaso, por fuerza ha de referirse a lo que sigue:

—Yo apostaré —dijo Sancho— que antes de mucho tiempo no ha de haber bodegón, venta ni mesón o tienda de barbero donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas; pero querría yo que la pintasen manos de otro mejor pintor que el que ha pintado a estas.

—Tienes razón, Sancho —dijo don Quijote—, porque este pintor es como Orbaneja, un pintor que estaba en Úbeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: «Lo que saliere»; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: «Este es gallo», porque no pensasen que era zorra. Desta manera me parece a mí, Sancho, que debe de ser el pintor o escritor, que todo es uno, que sacó a luz la historia deste nuevo don Quijote que ha salido: que pintó o escribió lo que saliere; o habrá sido como un poeta que andaba los años pasados en la corte, llamado Mauleón, el cual respondía de repente a cuanto le preguntaban, y preguntándole uno que qué quería decir «Deum de Deo», respondió: «Dé donde diere».

Cervantes también a lo suyo. Y Sancho a lo nuestro:

(….) quisiera concluir con brevedad aquel negocio (de los azotes), a sangre caliente y cuando estaba picado el molino, porque en la tardanza suele estar muchas veces el peligro, y a Dios rogando y con el mazo dando, y que más valía un toma que dos te daré, y el pájaro en la mano que el buitre volando.

—No más refranes, Sancho, por un solo Dios —dijo don Quijote—, que parece que te vuelves al sicut erat: habla a lo llano, a lo liso, a lo no intricado, como muchas veces te he dicho, y verás como te vale un pan por ciento.

—No sé qué mala ventura es esta mía —respondió Sancho—, que no sé decir razón sin refrán, ni refrán que no me parezca razón; pero yo me emendaré si pudiere.

Los refranes son dichos populares de las leyes del sentido común y las relaciones de poder, también reflejan el tipo de sabiduría china, imagen que don Quijote no quiere admitir en su falso mundo, aunque lo hace.

domingo, 19 de febrero de 2012

Que trata de cosas no escusadas para la claridad desta historia

—¿Qué te parece, Sancho, del suceso desta noche? Grande y poderosa es la fuerza del desdén desamorado, como por tus mismos ojos has visto muerta a Altisidora, no con otras saetas, ni con otra espada, ni con otro instrumento bélico, ni con venenos mortíferos, sino con la consideración del rigor y el desdén con que yo siempre la he tratado.

De las palabras de don Quijote deducimos que, como es habitual en él, se cree la muerte de Altisidora y más; a socaire de ello es interesante notar como tendemos a creer en el mismo lenguaje metafórico de los poetas, al sostener que ha sido muerta por el rigor y desdén de su amado y no por instrumentos bélicos ni venenos mortíferos.

—Muriérase ella enhorabuena cuanto quisiera y como quisiera —respondió Sancho— y dejárame a mí en mi casa, pues ni yo la enamoré ni la desdeñé en mi vida. Yo no sé ni puedo pensar cómo sea que la salud de Altisidora, doncella más antojadiza que discreta, tenga que ver, como otra vez he dicho, con los martirios de Sancho Panza. Agora sí que vengo a conocer clara y distintamente que hay encantadores y encantos en el mundo, de quien Dios me libre, pues yo no me sé librar. Con todo esto, suplico a vuestra merced me deje dormir y no me pregunte más, si no quiere que me arroje por una ventana abajo.


De las palabras de Sancho, sin embargo, no podemos deducir que crea que ha muerto, pues su distanciamiento, “muérase ella enhorabuena cuanto quisiera y como quisiera”, nos manifiesta que aún, quizás, sin tener respuesta, sabe, como muchos casos requieren, ponerlo en el paréntesis de “lo inexplicado por ahora”, recurso que todos poseemos. Y esa ‘suspensión’ es válida para negarse a aceptar que exista una relación causa efecto entre su martirio y la resurrección de aquella, por lo que “debe haber encantadores en el mundo”, del que Dios le libre.

Interviene entonces el autor, encantador o manipulador acreditado, como es habitual, para poner a los hechos, y los encantadores si lo fueran, en claro:

Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia, qué les movió a los duques a levantar el edificio de la máquina referida.


Sansón siguió la pista del paje que los duques enviaron a la mujer de Sancho hasta éstos, los cuales le contaron

(….) cómo la duquesa había dado a entender a Sancho que él era el que se engañaba, porque verdaderamente estaba encantada Dulcinea, de que no poco se rió y admiró el bachiller, considerando la agudeza y simplicidad de Sancho, como del estremo de la locura de don Quijote”.


Raro es que Sancho crea en que Dulcinea estuviera encantada, pues Sancho ya sabe que Dulcinea no existe, pero si es seguro que dio a entender a la duquesa que se lo creía y ella, en efecto, se lo creyó. Las relaciones humanas, a diferencia de la naturaleza y los objetos, tienen esta condición ineludible de indeterminación, algo que queda al centro del pensamiento chino en contraste con el pensamiento idealista occidental.

Sansón a su regreso informa al duque de la derrota de don Quijote y de su regreso a la aldea y

(….) de aquí tomó ocasión el duque de hacerle aquella burla;… así como tuvo noticia de su llegada mandó encender las hachas y las luminarias del patio y poner a Altisidora sobre el túmulo, con todos los aparatos que se han contado, tan al vivo y tan bien hechos, que de la verdad a ellos había bien poca diferencia.

Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos. 

En que mal puesto deja el autor arábigo los rituales de Confucio….

Volvemos a la historia ya de mañana, cuando acudió Altisidora a visitar a nuestros héroes:

Sentóse Altisidora en una silla, junto a su cabecera, y después de haber dado un gran suspiro, con voz tierna y debilitada le dijo:

—Cuando las mujeres principales y las recatadas doncellas atropellan por la honra y dan licencia a la lengua que rompa por todo inconveniente, dando noticia en público de los secretos que su corazón encierra, en estrecho término se hallan. Yo, señor don Quijote de la Mancha, soy una destas, apretada, vencida y enamorada, pero, con todo esto, sufrida y honesta: tanto, que por serlo tanto, reventó mi alma por mi silencio y perdí la vida. Dos días ha que con la consideración del rigor con que me has tratado.

Esa indeterminación que caracteriza las relaciones humanas se manifiesta en la conocida  semejanza entre el amor y en la guerra; declarar el amante su amor es lo mismo que descubrir el combatiente donde es vulnerable. Por eso toda la literatura china trata de eso; en la política interna o en la diplomacia se trata de identificar la pasión o motivos del otro para manipularle.

¿Qué es lo que vio en el otro mundo? ¿Qué hay en el infierno? Porque quien muere desesperado, por fuerza ha de tener aquel paradero, preguntó a Altisidora Sancho.

—La verdad que os diga —respondió Altisidora—, yo no debí de morir del todo, pues no entré en el infierno, que si allá entrara, una por una no pudiera salir dél, aunque quisiera. La verdad es que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota; les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer llenos de viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos se maldecían.

—Eso no es maravilla —respondió Sancho—, porque los diablos, jueguen o no jueguen, nunca pueden estar contentos, ganen o no ganen.

Es lo que tiene oficiar la condena.

A uno de los libros, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo, que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: «Mirad qué libro es ese». Y el diablo le respondió: «Esta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas». «Quitádmele de ahí —respondió el otro diablo— y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos.» «¿Tan malo es? —respondió el otro.» «Tan malo —replicó el primero—, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara.» Prosiguieron su juego, peloteando otros libros, y yo, por haber oído nombrar a don Quijote, a quien tanto adamo y quiero, procuré que se me quedase en la memoria esta visión.


Que casualidad, ¡caramba!

—Visión debió de ser, sin duda —dijo don Quijote—, porque no hay otro yo en el mundo, y ya esa historia anda por acá de mano en mano, pero no para en ninguna, porque todos la dan del pie. Yo no me he alterado en oír que ando como cuerpo fantástico por las tinieblas del abismo, ni por la claridad de la tierra, porque no soy aquel de quien esa historia trata. Si ella fuere buena, fiel y verdadera, tendrá siglos de vida; pero si fuere mala, de su parto a la sepultura no será muy largo el camino.

Bien cerca nos pone Cide Hamete la fingida muerte de Altisidora con la verdadera de don Quijote para que nos valga por lo que no se entretuvo en contarnos luego; –en el Cielo se servían de él los sonrientes ángeles para hacer equilibrios poniéndole sobre sus cabezas.

—Muchas veces os he dicho, señora, que a mí me pesa de que hayáis colocado en mí vuestros pensamientos, pues de los míos antes pueden ser agradecidos que remediados: yo nací para ser de Dulcinea del Toboso, y los hados (si los hubiera) me dedicaron para ella, y pensar que otra alguna hermosura ha de ocupar el lugar que en mi alma tiene es pensar lo imposible. Suficiente desengaño es este para que os retiréis en los límites de vuestra honestidad, pues nadie se puede obligar a lo imposible.

Oyendo lo cual Altisidora, mostrando enojarse y alterarse, le dijo:

—¡Vive el señor don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos! ¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido, que no soy yo mujer que por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme.

—Eso creo yo muy bien —dijo Sancho—, que esto del morirse los enamorados es cosa de risa: bien lo pueden ellos decir, pero hacer, créalo Judas.

Y este punto nos aclara la historia; podemos preguntarnos, ¿estaba enamorada Altisidora de don Quijote?, con ‘enamorada’ pretendemos fijar lo que no es fijable como intentamos con las relaciones humanas con lo justo, lo correcto, bondadoso, etc.; posiblemente quiso ver si se interesaba por ella y fingió, sintió algo y ahora, rechazada ella, vencido y derrotado él, no le interesa…, aunque la manifestación se produce como reacción; cuando se ha sentido mal juzgada.

En esto, entró el músico, que dijo contarse entre los fans de las hazañas y fingimientos de don Quijote, y después los duques. La duquesa le preguntó a don Quijote por Altisidora:

—Señora mía, sepa vuestra señoría que todo el mal desta doncella nace de ociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua. Ella me ha dicho aquí que se usan randas en el infierno, y pues ella las debe de saber hacer, no las deje de la mano, que ocupada en menear los palillos no se menearán en su imaginación la imagen o imágines de lo que bien quiere; y esta es la verdad, este mi parecer y este es mi consejo.

—Y el mío —añadió Sancho—, pues no he visto en toda mi vida randera que por amor se haya muerto, que las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas que en pensar en sus amores. Por mí lo digo, pues mientras estoy cavando no me acuerdo de mi oíslo, digo, de mi Teresa Panza, a quien quiero más que a las pestañas de mis ojos.

Este consejo, tanto de don Quijote, como de Sancho, nos descubre también la psicología humana; no son las palabras o pensamientos condenatorios sobre una actividad si fuera ‘viciosa’ , una tal que se caracteriza precisamente por el vínculo que establece el pensamiento y el recuerdo de su efecto en el cuerpo, como el alcohol, el tabaco, el sexo, etc., los que nos pueden liberar de ella, sino que al contrario, nos la fomentan y llevan a cometerla. Con lo que la solución es precisamente evitar el pensamiento de ella. Precisamente el autor nos pedía en su Prólogo que usásemos el sentido común, que no partiésemos con ideas (sobra decir, predeterminadas), así por ejemplo, no todo lo que dice el loco es para ser ridiculizado, también Cervantes puede hablar por él, como lo confirma que le de la razón Sancho, y, en efecto, también se puede rezar para apartar los pensamientos del vicio. Y también entendemos así como alguien puede ser vulnerable.

Altisidora aclara que no hace falta tomar medidas pues la realidad es que le aborrece sinceramente. A esto también dice el duque

Porque aquel que dice injurias,

cerca está de perdonar.

Expresión que, abundando en la misma línea de razonamientos, nos manifiesta también como las palabras sirven más para ocultar que para desvelar.

domingo, 12 de febrero de 2012

De como se especula ridículamente con la muerte y se utiliza para abusar de la gente

Introducción:
Al declinar de la tarde vieron que hacia ellos venían hasta diez hombres de a caballo y cuatro o cinco de a pie. Sobresaltóse el corazón de don Quijote y azoróse el de Sancho, porque la gente que se les llegaba traía lanzas y adargas y venía muy a punto de guerra. Volvióse don Quijote a Sancho y díjole:

—Si yo pudiera, Sancho, ejercitar mis armas y mi promesa no me hubiera atado los brazos, esta máquina que sobre nosotros viene la tuviera yo por tortas y pan pintado; pero podría ser fuese otra cosa de la que tememos.


No pierde ocasión Cervantes para exponernos al pobre don Quijote.

Los que llegan les hacen callar y les fuerzan a seguirles.

Llegaron en esto, un hora casi de la noche, a un castillo que bien conoció don Quijote que era el del duque, donde había poco que habían estado.

—¡Válame Dios! —dijo así como conoció la estancia—, ¿y qué será esto? Sí, que en esta casa todo es cortesía y buen comedimiento; pero para los vencidos el bien se vuelve en mal y el mal en peor.


Bien; la muerte.

En el patio del castillo se levantaba un túmulo con el cadáver de Altisidora.

A un lado del patio estaba puesto un teatro, y en dos sillas sentados dos personajes, que por tener coronas en la cabeza y ceptros en las manos daban señales de ser algunos reyes, ya verdaderos o ya fingidos. Al lado deste teatro, adonde se subía por algunas gradas, estaban otras dos sillas, sobre las cuales los que trujéronlos presos sentaron a don Quijote y a Sancho,

Subieron en esto al teatro con mucho acompañamiento dos principales personajes, que luego fueron conocidos de don Quijote ser el duque y la duquesa, sus huéspedes, los cuales se sentaron en dos riquísimas sillas, junto a los dos que parecían reyes.


El poder condena al sentido común y para ello utiliza la muerte y le impide hablar para que la realidad se quede en pura representación

Salió en esto, de través, un ministro, y llegándose a Sancho le echó una ropa de bocací negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y quitándole la caperuza le puso en la cabeza una coroza, al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio, y díjole al oído que no descosiese los labios, porque le echarían una mordaza o le quitarían la vida. Mirábase Sancho de arriba abajo, veíase ardiendo en llamas, pero como no le quemaban no las estimaba en dos ardites. Quitóse la coroza, viola pintada de diablos; volviósela a poner, diciendo entre sí:

—Aun bien que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan.


Cantó un mancebo al son de la música para entretener y adornar el espectáculo:



—En tanto que en sí vuelve Altisidora,

muerta por la crueldad de don Quijote,

y en tanto que en la corte encantadora

se vistieren las damas de picote,

y en tanto que a sus dueñas mi señora

vistiere de bayeta y de anascote,

cantaré su belleza y su desgracia,

con mejor plectro que el cantor de Tracia.




Y también asegura que cantará aún muerto; con dejar su canto escrito moveremos nosotros nuestra lengua por él.



Y aun no se me figura que me toca

aqueste oficio solamente en vida,

mas con la lengua muerta y fría en la boca

pienso mover la voz a ti debida.

Libre mi alma de su estrecha roca,

por el estigio lago conducida,

celebrándote irá, y aquel sonido

hará parar las aguas del olvido.




—No más —dijo a esta sazón uno de los dos que parecían reyes—, no más, cantor divino, que sería proceder en infinito representarnos ahora la muerte y las gracias de la sin par Altisidora, no muerta, como el mundo ignorante piensa, sino viva en las lenguas de la fama y en la pena que para volverla a la perdida luz ha de pasar Sancho Panza, que está presente;

Apenas hubo dicho esto Minos, juez y compañero de Radamanto, cuando levantándose en pie Radamanto dijo:

—¡Ea, ministros de esta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid unos tras otros y sellad el rostro de Sancho con veinte y cuatro mamonas, y con doce pellizcos y seis alfilerazos brazos y lomos, que en esta ceremonia consiste la salud de Altisidora!


Sancho, que se opone airado

—¡Morirás! —dijo en alta voz Radamanto—. Ablándate, tigre; humíllate, Nembrot soberbio, y sufre y calla, pues no te piden imposibles, y no te metas en averiguar las dificultades deste negocio: mamonado has de ser, acrebillado te has de ver, pellizcado has de gemir. ¡Ea, digo, ministros, cumplid mi mandamiento; si no, por la fe de hombre de bien que habéis de ver para lo que nacistes!

—Bien podré yo dejarme manosear de todo el mundo, pero consentir que me toquen dueñas, que me toquen dueñas no lo consentiré si me llevase el diablo.


Los verdugos son los de su misma condición, con los que se mantiene dividido. Pero interviene el caballero del Ideal:

—Ten paciencia, hijo, y da gusto a estos señores, y muchas gracias al cielo por haber puesto tal virtud en tu persona, que con el martirio della desencantes los encantados y resucites los muertos.

Ya estaban las dueñas cerca de Sancho, cuando él, más blando y más persuadido, poniéndose bien en la silla, dio rostro y barba a la primera, la cual le hizo una mamona muy bien sellada y luego una gran reverencia.

—¡Menos cortesía, menos mudas, señora dueña —dijo Sancho—, que por Dios que traéis las manos oliendo a vinagrillo!

Finalmente, todas las dueñas le sellaron, y otra mucha gente de casa le pellizcaron; pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los alfileres y, así, se levantó de la silla, al parecer mohíno, y, asiendo de una hacha encendida que junto a él estaba, dio tras las dueñas y tras todos sus verdugos, diciendo:

—¡Afuera, ministros infernales, que no soy yo de bronce, para no sentir tan extraordinarios martirios!

En esto, Altisidora, que debía de estar cansada, por haber estado tanto tiempo supina (tumbada), se volvió de un lado; visto lo cual por los circunstantes, casi todos a una voz dijeron:

—¡Viva es Altisidora! ¡Altisidora vive!

Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillas delante de Sancho, diciéndole:

—Agora es tiempo, hijo de mis entrañas, no que escudero mío, que te des algunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto de Dulcinea. Ahora, digo, que es el tiempo donde tienes sazonada la virtud, y con eficacia de obrar el bien que de ti se espera.


El desencanto de Dulcinea y la resurrección están cortados por el mismo patrón caballeresco

Ya en esto se había sentado en el túmulo Altisidora la cual, haciendo de la desmayada, se inclinó a los duques y a los reyes, y mirando de través a don Quijote le dijo:

—Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estado en el otro mundo, a mi parecer, más de mil años. Y a ti, ¡oh el más compasivo escudero que contiene el orbe!, te agradezco la vida que poseo: dispón desde hoy más, amigo Sancho, de seis camisas mías que te mando, para que hagas otras seis para ti; y si no son todas sanas, a lo menos son todas limpias.

Besóle por ello las manos Sancho, con la coroza en la mano y las rodillas en el suelo. Mandó el duque que se la quitasen, y le volviesen su caperuza y le pusiesen el sayo y le quitasen la ropa de las llamas. Suplicó Sancho al duque que le dejasen la ropa y mitra, que las quería llevar a su tierra por señal y memoria de aquel nunca visto suceso.


También nos recuerda a la aventura de los disciplinantes de la Primera Parte que se azotan para conseguir que llueva, la diferencia es que aquellos se lo creen mientras que aquí es el poder el que se encarga de imponer la ley (relación causa-efecto).

lunes, 6 de febrero de 2012

Más amor del malo


Noche oscura. No puede dormir el caballero y no quiere, por tanto, que duerma el escudero.

Quiere don Quijote que crea como él, que confiese, a lo que Sancho no se opondría, pero es que quiere también que, como consecuencia, se azote “voluntariamente”.

—Maravillado estoy, Sancho, de la libertad de tu condición: yo imagino que eres hecho de mármol o de duro bronce, en quien no cabe movimiento ni sentimiento alguno. Yo velo cuando tú duermes, yo lloro cuando cantas, yo me desmayo de ayuno cuando tú estás perezoso y desalentado de puro harto. De buenos criados es conllevar las penas de sus señores y sentir sus sentimientos, por el bien parecer siquiera. Mira la serenidad desta noche, la soledad en que estamos, que nos convida a entremeter alguna vigilia entre nuestro sueño. Levántate, por tu vida, y desvíate algún trecho de aquí, y con buen ánimo y denuedo agradecido date trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta de los del desencanto de Dulcinea-

—Señor —respondió Sancho—, no soy yo religioso para que desde la mitad de mi sueño me levante y me dicipline.


Le afea don Quijote su “desagradecimiento” e intenta provocar su ambición, como de costumbre

—¡Oh alma endurecida! ¡Oh escudero sin piedad! ¡Oh pan mal empleado y mercedes mal consideradas las que te he hecho y pienso de hacerte! Por mí te has visto gobernador y por mí te vees con esperanzas propincuas de ser conde o tener otro título equivalente, y no tardará el cumplimiento de ellas más de cuanto tarde en pasar este año, que yo «post tenebras spero lucem».


Pero Sancho cuando duerme no tiene temor ni esperanza

—No entiendo eso —replicó Sancho—: solo entiendo que en tanto que duermo ni tengo temor ni esperanza, ni trabajo ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia.


Que duermas tú, vamos. Que será la manera de que también dejes dormir.

Interviene el autor para impartir justicia, dando el merecido castigo a la mentecatez

En esto estaban, cuando sintieron un sordo estruendo y un áspero ruido, que por todos aquellos valles se estendía. Levantóse en pie don Quijote y puso mano a la espada, y Sancho se agazapó debajo del rucio, poniéndose a los lados el lío de las armas y la albarda de su jumento, tan temblando de miedo como alborotado don Quijote. De punto en punto iba creciendo el ruido y llegándose cerca a los dos temerosos: a lo menos, al uno, que al otro ya se sabe su valentía.

Es, pues, el caso que llevaban unos hombres a vender a una feria más de seiscientos puercos, con los cuales caminaban a aquellas horas, y era tanto el ruido que llevaban, y el gruñir y el bufar, que ensordecieron los oídos de don Quijote y de Sancho, que no advirtieron lo que ser podía. Llegó de tropel la estendida y gruñidora piara, y sin tener respeto a la autoridad de don Quijote, ni a la de Sancho, pasaron por cima de los dos, deshaciendo las trincheras de Sancho y derribando no solo a don Quijote, sino llevando por añadidura a Rocinante. El tropel, el gruñir, la presteza con que llegaron los animales inmundos, puso en confusión y por el suelo a la albarda, a las armas, al rucio, a Rocinante, a Sancho y a don Quijote.

Levantóse Sancho como mejor pudo y pidió a su amo la espada, diciéndole que quería matar media docena de aquellos señores y descomedidos puercos, que ya había conocido que lo eran. Don Quijote le dijo:

—Déjalos estar, amigo, que esta afrenta es pena de mi pecado, y justo castigo del cielo es que a un caballero andante vencido le coman adivas y le piquen avispas y le hollen puercos.


Vencido o sin vencer.

—También debe de ser castigo del cielo —respondió Sancho— que a los escuderos de los caballeros vencidos los puncen moscas, los coman piojos y les embista la hambre. Si los escuderos fuéramos hijos de los caballeros a quien servimos, o parientes suyos muy cercanos, no fuera mucho que nos alcanzara la pena de sus culpas hasta la cuarta generación; pero ¿qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes? Ahora bien, tornémonos a acomodar y durmamos lo poco que queda de la noche, y amanecerá Dios y medraremos.


El atropello es, en efecto, injusticia con Sancho, un efecto colateral de los designios de dios; pero por lo menos es capaz de volver a dormir.

—Duerme tú, Sancho —respondió don Quijote—, que naciste para dormir; que yo, que nací para velar, en el tiempo que falta de aquí al día daré rienda a mis pensamientos y los desfogaré en un madrigalete que, sin que tú lo sepas, anoche compuse en la memoria.

—A mí me parece —respondió Sancho— que los pensamientos que dan lugar a hacer coplas no deben de ser muchos. Vuesa merced coplee cuanto quisiere, que yo dormiré cuanto pudiere.

Y luego, tomando en el suelo cuanto quiso, se acurrucó y durmió a sueño suelto, sin que fianzas, ni deudas, ni dolor alguno se lo estorbase. Don Quijote, arrimado a un tronco de una haya, o de un alcornoque (que Cide Hamete Benengeli no distingue el árbol que era, al son de sus mesmos suspiros cantó de esta suerte:

—Amor, cuando yo pienso

en el mal que me das terrible y fuerte,

voy corriendo a la muerte,

pensando así acabar mi mal inmenso;

mas en llegando al paso

que es puerto en este mar de mi tormento,

tanta alegría siento,

que la vida se esfuerza, y no le paso.

Así el vivir me mata,

que la muerte me torna a dar la vida.

¡Oh condición no oída

la que conmigo muerte y vida trata!



Cada verso destos acompañaba con muchos suspiros y no pocas lágrimas, bien como aquel cuyo corazón tenía traspasado con el dolor del vencimiento y con la ausencia de Dulcinea.


Insiste Cervantes en parodiar la poesía y las fantasías; la pose, el “dolorido sentir” que hace ahora tema de si mismo; un vivir alienado en la palabra; amor

sábado, 4 de febrero de 2012

Sobre el amor privado

De la resolución que tomó don Quijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo en tanto que se pasaba el año de su promesa, con otros sucesos en verdad gustosos y buenos




Como don Quijote se cree los libros, en lugar de los de caballerías o guerra a los que, vencido, ya no puede acogerse, dirige su imaginación a los de la paz pastoril, la paz privada, la paz subjetiva o poética y también al amor privado y no del sentido común.

Si muchos pensamientos fatigaban a don Quijote antes de ser derribado, muchos más le fatigaron después de caído. A la sombra del árbol estaba, como se ha dicho, y allí, como moscas a la miel, le acudían y picaban pensamientos: unos iban al desencanto de Dulcinea y otros a la vida que había de hacer en su forzosa retirada. Llegó Sancho y alabóle la liberal condición del lacayo Tosilos. (que le había invitado a comer)

—¿Es posible —le dijo don Quijote— que todavía, ¡oh Sancho!, pienses que aquel sea verdadero lacayo? Parece que se te ha ido de las mientes haber visto a Dulcinea convertida y transformada en labradora, y al Caballero de los Espejos en el bachiller Carrasco, obras todas de los encantadores que me persiguen. Pero dime agora: ¿preguntaste a ese Tosilos que dices qué ha hecho Dios de Altisidora, si ha llorado mi ausencia o si ha dejado ya en las manos del olvido los enamorados pensamientos que en mi presencia la fatigaban?


Insiste don Quijote, tal como vimos en el anterior capítulo, en imponer su subjetividad a la realidad. Y es esa misma subjetividad, un tanto a la desesperada, la que le lleva a pensar en Altisidora donde encontrar alguna distensión.

—No eran —respondió Sancho— los que yo tenía tales que me diesen lugar a preguntar boberías. ¡Cuerpo de mí!, señor, ¿está vuestra merced ahora en términos de inquirir pensamientos ajenos, especialmente amorosos?

—Mira, Sancho —dijo don Quijote—, mucha diferencia hay de las obras que se hacen por amor a las que se hacen por agradecimiento. Bien puede ser que un caballero sea desamorado, pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido. Quísome bien, al parecer, Altisidora: diome los tres tocadores que sabes, lloró en mi partida, maldíjome, vituperóme, quejóse, a despecho de la vergüenza, públicamente, señales todas de que me adoraba, que las iras de los amantes suelen parar en maldiciones. Yo no tuve esperanzas que darle ni tesoros que ofrecerle, porque las mías las tengo entregadas a Dulcinea y los tesoros de los caballeros andantes son como los de los duendes, aparentes y falsos, y solo puedo darle estos acuerdos que della tengo, sin perjuicio, pero, de los que tengo de Dulcinea, a quien tú agravias con la remisión que tienes en azotarte y en castigar esas carnes que vea yo comidas de lobos, que quieren guardarse antes para los gusanos que para el remedio de aquella pobre señora.


Resulta ahora que puede haber caballero desenamorado, algo que antes negaba al de Avellaneda, con lo que vemos como realmente traiciona don Quijote a Dulcinea (–como, de alguna manera, ella a él, pues ha sido fue derrotado), y se justifica diciendo que si puede haber caballero desenamorado no puede haber desagradecido. Y en el mismo discurso regresa a Dulcinea, recordando que está encantada, cuya creencia propia pasa por que otros la crean.

—Señor —respondió Sancho—, si va a decir la verdad, yo no me puedo persuadir que los azotes de mis posaderas tengan que ver con los desencantos de los encantados, que es como si dijésemos: «Si os duele la cabeza, untaos las rodillas». A lo menos, yo osaré jurar que en cuantas historias vuesa merced ha leído que tratan de la andante caballería no ha visto algún desencantado por azotes; pero por sí o por no, yo me los daré, cuando tenga gana y el tiempo me dé comodidad para castigarme.

—Dios lo haga —respondió don Quijote— y los cielos te den gracia para que caigas en la cuenta y en la obligación que te corre de ayudar a mi señora, que lo es tuya, pues tú eres mío.


El ser suyo no solo implica su servicio, sino el pensamiento.

Llegan donde les atropellaron los toros y da paso don Quijote a la misma subjetividad amorosa o pastoril, civil.

—Este es el prado donde topamos a las bizarras pastoras y gallardos pastores que en él querían renovar e imitar a la pastoral Arcadia, pensamiento tan nuevo como discreto, a cuya imitación, si es que a ti te parece bien, querría, ¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo «el pastor Quijótiz» y tú «el pastor Pancino», nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados, cantando aquí, endechando allí, bebiendo de los líquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos o de los caudalosos ríos. Darános con abundantísima mano de su dulcísimo fruto las encinas, asiento los troncos de los durísimos alcornoques, sombra los sauces, olor las rosas, alfombras de mil colores matizadas los estendidos prados, aliento el aire claro y puro, luz la luna y las estrellas, a pesar de la escuridad de la noche, gusto el canto, alegría el lloro, Apolo versos, el amor conceptos, con que podremos hacernos eternos y famosos, no solo en los presentes, sino en los venideros siglos.

—Pardiez —dijo Sancho— que me ha cuadrado, y aun esquinado, tal género de vida; y más, que no la ha de haber aún bien visto el bachiller Sansón Carrasco y maese Nicolás el barbero, cuando la han de querer seguir y hacerse pastores con nosotros, y aun quiera Dios no le venga en voluntad al cura de entrar también en el aprisco, según es de alegre y amigo de holgarse.

—Tú has dicho muy bien —dijo don Quijote—, y podrá llamarse el bachiller Sansón Carrasco, si entra en el pastoral gremio, como entrará sin duda, «el pastor Sansonino», o ya «el pastor Carrascón»; el barbero Nicolás se podrá llamar «Niculoso », como ya el antiguo Boscán se llamó «Nemoroso»; al cura no sé qué nombre le pongamos, si no es algún derivativo de su nombre, llamándole «el pastor Curiambro». Las pastoras de quien hemos de ser amantes, como entre peras podremos escoger sus nombres; y pues el de mi señora cuadra así al de pastora como al de princesa, no hay para qué cansarme en buscar otro que mejor le venga; tú, Sancho, pondrás a la tuya el que quisieres.


No se trata sino de poner nombres

—No pienso —respondió Sancho— ponerle otro alguno sino el de Teresona, que le vendrá bien con su gordura y con el propio que tiene, pues se llama Teresa; y más, que celebrándola yo en mis versos vengo a descubrir mis castos deseos, pues no ando a buscar pan de trastrigo por las casas ajenas. El cura no será bien que tenga pastora, por dar buen ejemplo; y si quisiere el bachiller tenerla, su alma en su palma. (Cuando el paje fue a ver a Teresa, era pequeña y delgada)

—¡Válame Dios —dijo don Quijote—, y qué vida nos hemos de dar, Sancho amigo! ¡Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas zamoranas, qué de tamborines y qué de sonajas y qué de rabeles! Pues ¡qué si destas diferencias de músicas resuena la de los albogues! Allí se verá casi todos los instrumentos pastorales.

Como de hacer música

—¿Qué son albogues —preguntó Sancho—, que ni los he oído nombrar, ni los he visto en toda mi vida?

—Albogues son —respondió don Quijote— unas chapas a modo de candeleros de azófar, que dando una con otra por lo vacío y hueco hace un son, que, si no muy agradable ni armónico, no descontenta y viene bien con la rusticidad de la gaita y del tamborín. Y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía y otros semejantes, que deben ser pocos más; y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos y acaban en í, y son borceguí, zaquizamí y maravedí; alhelí y alfaquí, tanto por el al primero como por el í en que acaban, son conocidos por arábigos. Esto te he dicho de paso, por habérmelo reducido a la memoria la ocasión de haber nombrado albogues; y hanos de ayudar mucho al parecer en perfeción este ejercicio el ser yo algún tanto poeta, como tú sabes, y el serlo también en estremo el bachiller Sansón Carrasco. Del cura no digo nada, pero yo apostaré que debe de tener sus puntas y collares de poeta; y que las tenga también maese Nicolás, no dudo en ello, porque todos o los más son guitarristas y copleros. Yo me quejaré de ausencia; tú te alabarás de firme enamorado; el pastor Carrascón, de desdeñado, y el cura Curiambro, de lo que él más puede servirse, y, así, andará la cosa, que no haya más que desear.
Los árabes han dejado sus nombres en nuestro lenguaje y "no pasa nada".

—Yo soy, señor, tan desgraciado, que temo no ha de llegar el día en que en tal ejercicio me vea. ¡Oh, qué polidas cuchares tengo de hacer cuando pastor me vea! ¡Qué de migas, qué de natas, qué de guirnaldas y qué de zarandajas pastoriles, que, puesto que no me granjeen fama de discreto, no dejarán de granjearme la de ingenioso! Sanchica mi hija nos llevará la comida al hato. Pero, ¡guarda!, que es de buen parecer, y hay pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese por lana y volviese trasquilada; y tan bien suelen andar los amores y los no buenos deseos por los campos como por las ciudades y por las pastorales chozas como por los reales palacios, y quitada la causa, se quita el pecado, y ojos que no veen, corazón que no quiebra, y más vale salto de mata que ruego de hombres buenos.


Se pinchó el globo. El cambio de nombres no cambia la realidad.

—No más refranes, Sancho —dijo don Quijote—, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento; y muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródigo de refranes, y que te vayas a la mano en decirlos, pero paréceme que es predicar en desierto, y castígame mi madre, y yo trómpogelas.

Los refranes son realistas y no poéticos como desearía don Quijote.

—Paréceme —respondió Sancho— que vuesa merced es como lo que dicen: «Dijo la sartén a la caldera: Quítate allá, ojinegra». Estáme reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos.

—Mira, Sancho —respondió don Quijote—: yo traigo los refranes a propósito, y vienen cuando los digo como anillo en el dedo, pero tráeslos tú tan por los cabellos, que los arrastras, y no los guías; y si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios, y el refrán que no viene a propósito antes es disparate que sentencia. Pero dejémonos desto, y pues ya viene la noche retirémonos del camino real algún trecho, donde pasaremos esta noche, y Dios sabe lo que será mañana.


Que, por supuesto, también están sujetos a cualquier intención. Solo que don Quijote quiere apropiarse también de la intención de Sancho, por eso dice que los trae a despropósito.

Retiráronse, cenaron tarde y mal, bien contra la voluntad de Sancho, a quien se le representaban las estrechezas de la andante caballería usadas en las selvas y en los montes, si bien tal vez la abundancia se mostraba en los castillos y casas, así de don Diego de Miranda como en las bodas del rico Camacho y de don Antonio Moreno; pero consideraba no ser posible ser siempre de día ni siempre de noche, y, así, pasó aquella durmiendo, y su amo velando.

Ese desasosiego en don Quijote, intentando someter la realidad a su subjetividad, mientras que Sancho sabe que no es posible que sea siempre de día ni siempre de noche –y no hay más que eso para dormir.