domingo, 12 de febrero de 2012

De como se especula ridículamente con la muerte y se utiliza para abusar de la gente

Introducción:
Al declinar de la tarde vieron que hacia ellos venían hasta diez hombres de a caballo y cuatro o cinco de a pie. Sobresaltóse el corazón de don Quijote y azoróse el de Sancho, porque la gente que se les llegaba traía lanzas y adargas y venía muy a punto de guerra. Volvióse don Quijote a Sancho y díjole:

—Si yo pudiera, Sancho, ejercitar mis armas y mi promesa no me hubiera atado los brazos, esta máquina que sobre nosotros viene la tuviera yo por tortas y pan pintado; pero podría ser fuese otra cosa de la que tememos.


No pierde ocasión Cervantes para exponernos al pobre don Quijote.

Los que llegan les hacen callar y les fuerzan a seguirles.

Llegaron en esto, un hora casi de la noche, a un castillo que bien conoció don Quijote que era el del duque, donde había poco que habían estado.

—¡Válame Dios! —dijo así como conoció la estancia—, ¿y qué será esto? Sí, que en esta casa todo es cortesía y buen comedimiento; pero para los vencidos el bien se vuelve en mal y el mal en peor.


Bien; la muerte.

En el patio del castillo se levantaba un túmulo con el cadáver de Altisidora.

A un lado del patio estaba puesto un teatro, y en dos sillas sentados dos personajes, que por tener coronas en la cabeza y ceptros en las manos daban señales de ser algunos reyes, ya verdaderos o ya fingidos. Al lado deste teatro, adonde se subía por algunas gradas, estaban otras dos sillas, sobre las cuales los que trujéronlos presos sentaron a don Quijote y a Sancho,

Subieron en esto al teatro con mucho acompañamiento dos principales personajes, que luego fueron conocidos de don Quijote ser el duque y la duquesa, sus huéspedes, los cuales se sentaron en dos riquísimas sillas, junto a los dos que parecían reyes.


El poder condena al sentido común y para ello utiliza la muerte y le impide hablar para que la realidad se quede en pura representación

Salió en esto, de través, un ministro, y llegándose a Sancho le echó una ropa de bocací negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y quitándole la caperuza le puso en la cabeza una coroza, al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio, y díjole al oído que no descosiese los labios, porque le echarían una mordaza o le quitarían la vida. Mirábase Sancho de arriba abajo, veíase ardiendo en llamas, pero como no le quemaban no las estimaba en dos ardites. Quitóse la coroza, viola pintada de diablos; volviósela a poner, diciendo entre sí:

—Aun bien que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan.


Cantó un mancebo al son de la música para entretener y adornar el espectáculo:



—En tanto que en sí vuelve Altisidora,

muerta por la crueldad de don Quijote,

y en tanto que en la corte encantadora

se vistieren las damas de picote,

y en tanto que a sus dueñas mi señora

vistiere de bayeta y de anascote,

cantaré su belleza y su desgracia,

con mejor plectro que el cantor de Tracia.




Y también asegura que cantará aún muerto; con dejar su canto escrito moveremos nosotros nuestra lengua por él.



Y aun no se me figura que me toca

aqueste oficio solamente en vida,

mas con la lengua muerta y fría en la boca

pienso mover la voz a ti debida.

Libre mi alma de su estrecha roca,

por el estigio lago conducida,

celebrándote irá, y aquel sonido

hará parar las aguas del olvido.




—No más —dijo a esta sazón uno de los dos que parecían reyes—, no más, cantor divino, que sería proceder en infinito representarnos ahora la muerte y las gracias de la sin par Altisidora, no muerta, como el mundo ignorante piensa, sino viva en las lenguas de la fama y en la pena que para volverla a la perdida luz ha de pasar Sancho Panza, que está presente;

Apenas hubo dicho esto Minos, juez y compañero de Radamanto, cuando levantándose en pie Radamanto dijo:

—¡Ea, ministros de esta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid unos tras otros y sellad el rostro de Sancho con veinte y cuatro mamonas, y con doce pellizcos y seis alfilerazos brazos y lomos, que en esta ceremonia consiste la salud de Altisidora!


Sancho, que se opone airado

—¡Morirás! —dijo en alta voz Radamanto—. Ablándate, tigre; humíllate, Nembrot soberbio, y sufre y calla, pues no te piden imposibles, y no te metas en averiguar las dificultades deste negocio: mamonado has de ser, acrebillado te has de ver, pellizcado has de gemir. ¡Ea, digo, ministros, cumplid mi mandamiento; si no, por la fe de hombre de bien que habéis de ver para lo que nacistes!

—Bien podré yo dejarme manosear de todo el mundo, pero consentir que me toquen dueñas, que me toquen dueñas no lo consentiré si me llevase el diablo.


Los verdugos son los de su misma condición, con los que se mantiene dividido. Pero interviene el caballero del Ideal:

—Ten paciencia, hijo, y da gusto a estos señores, y muchas gracias al cielo por haber puesto tal virtud en tu persona, que con el martirio della desencantes los encantados y resucites los muertos.

Ya estaban las dueñas cerca de Sancho, cuando él, más blando y más persuadido, poniéndose bien en la silla, dio rostro y barba a la primera, la cual le hizo una mamona muy bien sellada y luego una gran reverencia.

—¡Menos cortesía, menos mudas, señora dueña —dijo Sancho—, que por Dios que traéis las manos oliendo a vinagrillo!

Finalmente, todas las dueñas le sellaron, y otra mucha gente de casa le pellizcaron; pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los alfileres y, así, se levantó de la silla, al parecer mohíno, y, asiendo de una hacha encendida que junto a él estaba, dio tras las dueñas y tras todos sus verdugos, diciendo:

—¡Afuera, ministros infernales, que no soy yo de bronce, para no sentir tan extraordinarios martirios!

En esto, Altisidora, que debía de estar cansada, por haber estado tanto tiempo supina (tumbada), se volvió de un lado; visto lo cual por los circunstantes, casi todos a una voz dijeron:

—¡Viva es Altisidora! ¡Altisidora vive!

Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillas delante de Sancho, diciéndole:

—Agora es tiempo, hijo de mis entrañas, no que escudero mío, que te des algunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto de Dulcinea. Ahora, digo, que es el tiempo donde tienes sazonada la virtud, y con eficacia de obrar el bien que de ti se espera.


El desencanto de Dulcinea y la resurrección están cortados por el mismo patrón caballeresco

Ya en esto se había sentado en el túmulo Altisidora la cual, haciendo de la desmayada, se inclinó a los duques y a los reyes, y mirando de través a don Quijote le dijo:

—Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estado en el otro mundo, a mi parecer, más de mil años. Y a ti, ¡oh el más compasivo escudero que contiene el orbe!, te agradezco la vida que poseo: dispón desde hoy más, amigo Sancho, de seis camisas mías que te mando, para que hagas otras seis para ti; y si no son todas sanas, a lo menos son todas limpias.

Besóle por ello las manos Sancho, con la coroza en la mano y las rodillas en el suelo. Mandó el duque que se la quitasen, y le volviesen su caperuza y le pusiesen el sayo y le quitasen la ropa de las llamas. Suplicó Sancho al duque que le dejasen la ropa y mitra, que las quería llevar a su tierra por señal y memoria de aquel nunca visto suceso.


También nos recuerda a la aventura de los disciplinantes de la Primera Parte que se azotan para conseguir que llueva, la diferencia es que aquellos se lo creen mientras que aquí es el poder el que se encarga de imponer la ley (relación causa-efecto).

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