domingo, 31 de julio de 2011

La caza




"La duquesa se admiraba de que la simplicidad de Sancho fuese tanta, que hubiese venido a creer ser verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuviese encantada, habiendo sido él mesmo el encantador y el embustero de aquel negocio".
Así interpreta la duquesa el pacifismo de Sancho:

Veamos la actitud de Sancho respecto a la caza, “imagen de la guerra”:


"Vistióse Sancho, y encima de su rucio, que no le quiso dejar aunque le daban un caballo, se metió entre la tropa de los monteros".


"Sancho se puso detrás de todos, sin apearse del rucio, a quien no osara desamparar, porque no le sucediese algún desmán."


"Solo Sancho, en viendo al valiente animal, desamparó al rucio y dio a correr cuanto pudo, y procurando subirse sobre una alta encina, no fue posible, antes estando ya a la mitad della, asido de una rama, pugnando por subir a la cima, fue tan corto de ventura y tan desgraciado, que se desgajó la rama, y al venir al suelo, se quedó en el aire, asido de un gancho de la encina, sin poder llegar al suelo. Y viéndose así, y que el sayo verde se le rasgaba, y pareciéndole que si aquel fiero animal allí allegaba le podía alcanzar, comenzó a dar tantos gritos y a pedir socorro con tanto ahínco, que todos los que le oían y no le veían creyeron que estaba entre los dientes de alguna fiera."


"Volviendo la cabeza don Quijote a los gritos de Sancho, que ya por ellos le había conocido, viole pendiente de la encina y la cabeza abajo, y al rucio junto a él, que no le desamparó en su calamidad, y dice Cide Hamete que pocas veces vio a Sancho Panza sin ver al rucio, ni al rucio sin ver a Sancho: tal era la amistad y buena fe que entre los dos se guardaban."


"Llegó don Quijote y descolgó a Sancho, el cual viéndose libre y en el suelo miró lo desgarrado del sayo de monte, y pesóle en el alma, que pensó que tenía en el vestido un mayorazgo."


"Sancho, mostrando las llagas a la duquesa de su roto vestido, dijo:


—Si esta caza fuera de liebres o de pajarillos, seguro estuviera mi sayo de verse en este estremo. Yo no sé qué gusto se recibe de esperar a un animal que, si os alcanza con un colmillo, os puede quitar la vida. Yo me acuerdo haber oído cantar un romance antiguo que dice:


De los osos seas comido


como Favila el nombrado."


"—Eso es lo que yo digo —respondió Sancho—, que no querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno."


"—Antes os engañáis, Sancho —respondió el duque—, porque el ejercicio de la caza de monte es el más conveniente y necesario para los reyes y príncipes que otro alguno. La caza es una imagen de la guerra: hay en ella estratagemas, astucias, insidias, para vencer a su salvo al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores intolerables; menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos; y lo mejor que él tiene es que no es para todos, como lo es el de los otros géneros de caza, excepto el de la volatería, que también es solo para reyes y grandes señores. Así que, ¡oh Sancho!, mudad de opinión, y cuando seáis gobernador, ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento."


"—Eso no —respondió Sancho—: el buen gobernador, la pierna quebrada, y en casa. ¡Bueno sería que viniesen los negociantes a buscarle fatigados, y él estuviese en el monte holgándose! ¡Así enhoramala andaría el gobierno! Mía fe, señor, la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores. En lo que yo pienso entretenerme es en jugar al triunfo envidado las pascuas, y a los bolos los domingos y fiestas, que esas cazas ni cazos no dicen con mi condición ni hacen con mi conciencia."


"—Plega a Dios, Sancho, que así sea, porque del dicho al hecho hay gran trecho."


"—Haya lo que hubiere —replicó Sancho—, que al buen pagador no le duelen prendas, y más vale al que Dios ayuda que al que mucho madruga, y tripas llevan pies, que no pies a tripas; quiero decir que si Dios me ayuda, y yo hago lo que debo con buena intención, sin duda que gobernaré mejor que un gerifalte. ¡No, sino pónganme el dedo en la boca, y verán si aprieto o no!"
Y así pinta el autor a la víctima –próximo capítulo-; poniendo de manifiesto su simplicidad, ingenuidad, e inocencia.

La inocencia e ingenuidad son maneras de ser pacífico, pero el autor se diferencia de ellas al exponerlas.

lunes, 25 de julio de 2011

Creame

Que Sancho se les mostrase creyente por su propia voluntad para que le nombrasen gobernador era condición necesaria, pero a duras penas suficiente, así que la duquesa le dijo:


El buen Sancho nunca vio a Dulcinea, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, ni le llevó la carta del señor don Quijote, porque se quedó en el libro de memoria en Sierra Morena, cómo se atrevió a fingir la respuesta y aquello de que la halló ahechando trigo, siendo todo burla y mentira, y tan en daño de la buena opinión de la sin par Dulcinea, y cosas todas que no vienen bien con la calidad y fidelidad de los buenos escuderos.
—Ahora, señora mía, que he visto que no nos escucha nadie de solapa, fuera de los circunstantes, sin temor ni sobresalto responderé a lo que se me ha preguntado y a todo aquello que se me preguntare. Y lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas veces dice cosas que a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escuchan, son tan discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo a mí se me ha asentado que es un mentecato. Pues como yo tengo esto en el magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda.

Don Quijote es un mentecato y, Sancho, por lo tanto, contesta francamente que sabe hacerle “creer” al modo de los pícaros, mientras que la duquesa, al modo de los poderosos, le ordena “créame” y “no hay que poner más duda en esta verdad que en las cosas que nunca vimos” (definición de fe del catecismo cristiano) para que Sancho pase a creer a quien es su superior, y aún, en flagrante contradicción con lo que acaba de decir, contribuya amablemente a confirmar la figuración que le impone la duquesa con nuevos argumentos -como antes aportó novedades en dirección inversa:

—Vos tenéis razón, Sancho —dijo la duquesa—, que nadie nace enseñado, y de los hombres se hacen los obispos, que no de las piedras. Pero volviendo a la plática que poco ha tratábamos del encanto de la señora Dulcinea, tengo por cosa cierta y más que averiguada que aquella imaginación que Sancho tuvo de burlar a su señor y darle a entender que la labradora era Dulcinea, y que si su señor no la conocía, debía de ser por estar encantada, toda fue invención de alguno de los encantadores que al señor don Quijote persiguen. Porque real y verdaderamente yo sé de buena parte que la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea del Toboso, y que el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado, y no hay poner más duda en esta verdad que en las cosas que nunca vimos; y sepa el señor Sancho Panza que también tenemos acá encantadores que nos quieren bien, y nos dicen lo que pasa por el mundo pura y sencillamente, sin enredos ni máquinas, y créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió, y cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive.



—Bien puede ser todo eso —dijo Sancho Panza—, y agora quiero creer lo que mi amo cuenta de lo que vio en la cueva de Montesinos, donde dice que vio a la señora Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por solo mi gusto ; y todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco, que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una cosa tan fuera de todo término. Pero, señora, no por esto será bien que vuestra bondad me tenga por malévolo, pues no está obligado un porro como yo a taladrar los pensamientos y malicias de los pésimos encantadores: yo fingí aquello por escaparme de las riñas de mi señor don Quijote, y no con intención de ofenderle; y si ha salido al revés, Dios está en el cielo, que juzga los corazones.

Y así es que Sancho cree por bueno, para no discutir (que en efecto así quiere Cervantes a Sancho <> y, qué carajo, porque quiere probar lo del gobierno.

Si mi señora Dulcinea del Toboso está encantada, su daño, que yo no me tengo de tomar, yo, con los enemigos de mi amo, que deben de ser muchos y malos. Verdad sea que la que yo vi fue una labradora, y por labradora la tuve, y por tal labradora la juzgué; y si aquella era Dulcinea, no ha de estar a mi cuenta, ni ha de correr por mí… Y pues que tengo buena fama y, según oí decir a mi señor, que más vale el buen nombre que las muchas riquezas, encájenme ese gobierno y verán maravillas, que quien ha sido buen escudero será buen gobernador.

lunes, 18 de julio de 2011

El nombramiento de Sancho

Como hemos ya relatado, se fue Sancho a comer aparte, “quedándose a la mesa los duques y don Quijote, hablando en muchas y diversas cosas, pero todas tocantes al ejercicio de las armas y de la andante caballería

Me fuerza a recordar la desacertada introducción que hace el autor de la conversación que sigue entre don Quijote y los Duques a la Primera Parte de esta historia donde la actitud de don Quijote cuando se menciona a Dulcinea del Toboso es echar mano a la espada y hacer confesar al que se le ponga por delante lo que ésta es y conviene que ésta sea, pero ante los duques, como inferior jerárquicamente y como huésped, no puede utilizar tales términos y modales y se ve forzado justificar el carácter de Dulcinea dialécticamente.

“La duquesa rogó a don Quijote que le delinease y describiese la hermosura y facciones de la señora Dulcinea del Toboso”


—Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerle ante los ojos de vuestra grandeza, aquí sobre esta mesa y en un plato, quitara el trabajo a mi lengua de decir lo que apenas se puede pensar, porque Vuestra Excelencia la viera en él toda retratada; pero ¿para qué es ponerme yo ahora a delinear y describir punto por punto y parte por parte la hermosura de la sin par Dulcinea, siendo carga digna de otros hombros que de los míos, empresa en quien se debían ocupar los pinceles de Parrasio, de Timantes y de Apeles, y los buriles de Lisipo, para pintarla y grabarla en tablas, en mármoles y en bronces, y la retórica ciceroniana y demostina para alabarla?”


Quien tiene que dar referencias de algo o de alguien es quien lo conoce, amigo, y no otro, por muy buen artista o retórico que éste sea. Don Quijote, evidentemente, entiende que no tratan de un ser humano, sino de una “idea”.

Pero insiste el duque que “nos daría gran gusto el señor don Quijote si nos la pintase

Ahora vemos por qué don Quijote prefiere a los poetas; a él no le queda otra que el método inductivo y comenzar por la experiencia de como la encontró encantada sobre su borrica.

Y la duquesa, que tiene aún la idea de la idea en mente, puntúa:

“nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfeciones que quiso.


—En eso hay mucho que decir —respondió don Quijote—. Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y estas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que puedan hacerla famosa en todas las del mundo, como son hermosa sin tacha, grave sin soberbia, amorosa con honestidad, agradecida por cortés, cortés por bien criada, y, finalmente, alta por linaje, a causa que sobre la buena sangre resplandece y campea la hermosura con más grados de perfeción que en las hermosas humildemente nacidas.


Idea sí, pero marcada por los criterios del vano mundo sensible; como el que sea una perfección el linaje y como que no lo sea el montar en borrica en lugar de hacanea.

Y lo del linaje no lo deja pasar sin más el duque.

“—A eso puedo decir —respondió don Quijote— que Dulcinea es hija de sus obras.” El absurdo de la figuración poética supera a la contradicción dialéctica misma.

La duquesa aporta un nuevo y potente argumento; el carácter universal de la idea ha sido refutado por la experiencia.


“No puedo dejar de formar un escrúpulo y tener algún no sé qué de ojeriza contra Sancho Panza: el escrúpulo es que dice la historia referida que el tal Sancho Panza halló a la tal señora Dulcinea, cuando de parte de vuestra merced le llevó una epístola, ahechando un costal de trigo, y por más señas dice que era rubión, cosa que me hace dudar en la alteza de su linaje.”

Don Quijote le hace ver lo poco fiable que es la experiencia a manos de los malos encantadores:

“Habiéndola visto Sancho mi escudero en su mesma figura, que es la más bella del orbe, a mí me pareció una labradora tosca y fea, y nonada bien razonada. Todo esto he dicho para que nadie repare en lo que Sancho dijo del cernido ni del ahecho de Dulcinea, que pues a mí me la mudaron, no es maravilla que a él se la cambiasen….
Y acto seguido pasa a promocionarlo como gobernador; consecuencia de su capacidad de ver la “idea” como ella es.

“veo en él una cierta aptitud para esto de gobernar: que atusándole tantico el entendimiento, se saldría con cualquiera gobierno, como el rey con sus alcabalas, y más que ya por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer, y gobiernan como unos girifaltes; el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo, que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer.”

Lo interesante es que por ese o semejante motivo tomaron los duques la decisión de nombrarlo gobernador. Cuando salió en defensa de don Quijote frente al eclesiástico:

—¡Bien, por Dios! —dijo Sancho—. No diga más vuestra merced, señor y amo mío, en su abono, porque no hay más que decir, ni más que pensar, ni más que perseverar en el mundo. Y más que negando este señor, como ha negado, que no ha habido en el mundo, ni los hay, caballeros andantes, ¿qué mucho que no sepa ninguna de las cosas que ha dicho?


—¿Por ventura —dijo el eclesiástico— sois vos, hermano, aquel Sancho Panza que dicen, a quien vuestro amo tiene prometida una ínsula?


Sí soy —respondió Sancho—, y soy quien la merece tan bien como otro cualquiera; soy quien «júntate a los buenos, y serás uno de ellos», y soy yo de aquellos «no con quien naces, sino con quien paces», y de los «quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija». Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él, Dios queriendo; y viva él y viva yo, que ni a él le faltarán imperios que mandar, ni a mí ínsulas que gobernar.


—No, por cierto, Sancho amigo —dijo a esta sazón el duque—, que yo, en nombre del señor don Quijote, os mando el gobierno de una que tengo de nones, de no pequeña calidad.


Así como don Quijote y los caballeros hacen confesar a punta de espada la hermosura de Dulcinea, Sancho se ha mostrado ante los duques y ante don Quijote como un creyente por su propia voluntad – como poco ya no sería necesario tomar ciertas medidas de seguridad con él.

lunes, 11 de julio de 2011

El lavatorio de los pies

Finalmente, don Quijote se sosegó, y la comida se acabó, y en levantando los manteles llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata y la otra con un aguamanil asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas al hombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad, y en sus blancas manos —que sin duda eran blancas— una redonda pella de jabón napolitano. Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y, así, tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no solo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero, tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza.

“creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas” Don Quijote se cree, es extranjero en ese estado, asume que no sabe sus costumbres y pacientemente las acepta como le vienen. Ritos más raros hay...

Esta es la situación ideal para valorar y ser valorado, estar en otro estado para no estar soldado a la estructura. Cervantes fue buena parte de su vida, su juventud, extranjero; en Italia, un tanto y en Argel, un mucho. Y fue en Argel donde le tasaron bien; arriesgó su vida y su integridad cuatro veces para liberarse y, a diferencia, de muchos de sus compañeros que fueron torturados o asesinados, a él no le tocaron un pelo, pues tuvieron ocasión de comprender su valía sin la valoración a priori del estado. Y así el suyo no le reconocería por otra cosa sino por su patrimonio o, como dicen algunos autores, como un sujeto al que tratarías de tú. Mientras él, para sí mismo, se diría; yo sé quién soy.

Igual te puede decir quién te escribe: yo sé quién soy. Desde mi casi adolescencia he dedicado todas mis fuerzas a la liberación del ser humano del estado, me he sentido abrumado por la Guerra Fría y he luchado hasta mi muerte sin miedo y sin descanso por la paz; viví junto al Muro, lo cruzaba por lóbregos subterráneos, le vi caer en la más alta ocasión que vieron los siglos, a la pérfida Albión fui para contemplar la también épica caída de la Thatcher, a Moscú fui para vivir el secuestro de Gorbachov y el golpe de estado con los diputados del Kremlin en el hotel Moscú, fuí el primer occidental que llegó a Sajalín de la mano de su diputado, me case con un hija de la isla en la que comienza la luz, la Unión Soviética se disolvió bajo mis pies, serví a Japón en la Expo de Sevilla y medité después junto a la Pirámides sobre lo que estaba pasando y de allí fui a China cuando todavía no se había levantado la niebla sobre ella, allí inauguré Internet, allí llegué al fin del mundo, en lo profundo y en lo distante y hoy te escribo desde el otro fin, San Francisco. Pero yo lo que quiero, tú lo sabes, es caminar sobre el Pacífico ¿Es esta vida espiritual acaso una quimera? Mi aspiración, por supuesto, todos lo saben era ser explorador celeste.

Ahora que ya he regresado a casa, como Cervantes, siento la extrañeza de la patria, rastrera, imposible sin raíces en ella, ocupada con sus cosas mediocres, los libros nos parecen incultos, sabemos quiénes somos como don Quijote. Es un jardín, pero es una prisión y tenemos que derribar su muros.

Finalmente, la doncella del aguamanil vino, y acabaron de lavar a don Quijote, y luego la que traía las toallas le limpió y le enjugó muy reposadamente; y haciéndole todas cuatro a la par una grande y profunda inclinación y reverencia, se querían ir, pero el duque, porque don Quijote no cayese en la burla, llamó a la doncella de la fuente, diciéndole:

—Venid y lavadme a mí, y mirad que no se os acabe el agua.

La muchacha, aguda y diligente, llegó y puso la fuente al duque como a don Quijote, y dándose prisa, le lavaron y jabonaron muy bien, y dejándole enjuto y limpio, haciendo reverencias se fueron. Después se supo que había jurado el duque que si a él no le lavaran como a don Quijote, había de castigar su desenvoltura, lo cual habían enmendado discretamente con haberle a él jabonado.


El objetivo de los Duques es reírse de don Quijote, y han dado orden a sus criados que actúen con él como si realmente fuese un caballero andante, pero esta burla nace de la iniciativa de los criados, lo que causa en los Duques tanto risa; ejecutan su fin, como les irrita; el detalle de los medios no ha sido figurado o aprobado por ellos. Finalmente el Duque decide lavarse el mismo también las barbas como don Quijote para no despertar en él sospechas de la burla.

Debiéramos entender que aquel que toma una iniciativa es responsable de ella, sin embargo, en el castillo, como en el estado, la autoridad es responsable de todo, especialmente en la relación con el extranjero, por tanto debe aprobar todo, pero ¿cómo puede aprobar aquello de lo que no tiene conocimiento? Su control pasa por el control de los recursos, y lo mejor de todo es gastar la pólvora del rey. Estas fueron las últimas palabras de la primera parte puestas en boca de Sancho, quien ahora dice:

—¡Válame Dios! ¿Si será también usanza en esta tierra lavar las barbas a los escuderos como a los caballeros? Porque en Dios y en mi ánima que lo he bien menester, y aun que si me las rapasen a navaja, lo tendría a más beneficio.

—¿Qué decís entre vos, Sancho? —preguntó la duquesa.

—Digo, señora —respondió él—, que en las cortes de los otros príncipes siempre he oído decir que en levantando los manteles dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas, y que por eso es bueno vivir mucho, por ver mucho; aunque también dicen que «el que larga vida vive mucho mal ha de pasar», puesto que pasar por un lavatorio de estos antes es gusto que trabajo.

—No tengáis pena, amigo Sancho —dijo la duquesa—, que yo haré que mis doncellas os laven, y aun os metan en colada, si fuere menester.

Y al rato

A este punto llegaban de su coloquio el duque, la duquesa y don Quijote, cuando oyeron muchas voces y gran rumor de gente en el palacio, y a deshora entró Sancho en la sala todo asustado, con un cernadero por babador, y tras él muchos mozos o, por mejor decir, pícaros de cocina y otra gente menuda, y uno venía con un artesoncillo de agua, que en la color y poca limpieza mostraba ser de fregar; seguíale y perseguíale el de la artesa, y procuraba con toda solicitud ponérsela y encajársela debajo de las barbas, y otro pícaro mostraba querérselas lavar.

A lo que dijo el pícaro barbero:

—No quiere este señor dejarse lavar la barba, como es usanza, y como se la lavó el duque mi señor y el señor su amo
.

Nos explica entonces Sancho como no hay tanta diferencia entre los diferentes reinos de la Tierra

—Sí quiero —respondió Sancho con mucha cólera—, pero querría que fuese con toallas más limpias, con lejía más clara y con manos no tan sucias; que no hay tanta diferencia de mí a mi amo, que a él le laven con agua de ángeles y a mí con lejía de diablos. Las usanzas de las tierras y de los palacios de los príncipes tanto son buenas cuanto no dan pesadumbre; pero la costumbre del lavatorio que aquí se usa peor es que de diciplinantes. Yo estoy limpio de barbas y no tengo necesidad de semejantes refrigerios; y el que se llegare a lavarme ni a tocarme a un pelo de la cabeza, digo, de mi barba, hablando con el debido acatamiento, le daré tal puñada, que le deje el puño engastado en los cascos, que estas tales cirimonias y jabonaduras más parecen burlas que gasajos de huéspedes.