lunes, 11 de julio de 2011

El lavatorio de los pies

Finalmente, don Quijote se sosegó, y la comida se acabó, y en levantando los manteles llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata y la otra con un aguamanil asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas al hombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad, y en sus blancas manos —que sin duda eran blancas— una redonda pella de jabón napolitano. Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y, así, tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no solo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero, tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza.

“creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas” Don Quijote se cree, es extranjero en ese estado, asume que no sabe sus costumbres y pacientemente las acepta como le vienen. Ritos más raros hay...

Esta es la situación ideal para valorar y ser valorado, estar en otro estado para no estar soldado a la estructura. Cervantes fue buena parte de su vida, su juventud, extranjero; en Italia, un tanto y en Argel, un mucho. Y fue en Argel donde le tasaron bien; arriesgó su vida y su integridad cuatro veces para liberarse y, a diferencia, de muchos de sus compañeros que fueron torturados o asesinados, a él no le tocaron un pelo, pues tuvieron ocasión de comprender su valía sin la valoración a priori del estado. Y así el suyo no le reconocería por otra cosa sino por su patrimonio o, como dicen algunos autores, como un sujeto al que tratarías de tú. Mientras él, para sí mismo, se diría; yo sé quién soy.

Igual te puede decir quién te escribe: yo sé quién soy. Desde mi casi adolescencia he dedicado todas mis fuerzas a la liberación del ser humano del estado, me he sentido abrumado por la Guerra Fría y he luchado hasta mi muerte sin miedo y sin descanso por la paz; viví junto al Muro, lo cruzaba por lóbregos subterráneos, le vi caer en la más alta ocasión que vieron los siglos, a la pérfida Albión fui para contemplar la también épica caída de la Thatcher, a Moscú fui para vivir el secuestro de Gorbachov y el golpe de estado con los diputados del Kremlin en el hotel Moscú, fuí el primer occidental que llegó a Sajalín de la mano de su diputado, me case con un hija de la isla en la que comienza la luz, la Unión Soviética se disolvió bajo mis pies, serví a Japón en la Expo de Sevilla y medité después junto a la Pirámides sobre lo que estaba pasando y de allí fui a China cuando todavía no se había levantado la niebla sobre ella, allí inauguré Internet, allí llegué al fin del mundo, en lo profundo y en lo distante y hoy te escribo desde el otro fin, San Francisco. Pero yo lo que quiero, tú lo sabes, es caminar sobre el Pacífico ¿Es esta vida espiritual acaso una quimera? Mi aspiración, por supuesto, todos lo saben era ser explorador celeste.

Ahora que ya he regresado a casa, como Cervantes, siento la extrañeza de la patria, rastrera, imposible sin raíces en ella, ocupada con sus cosas mediocres, los libros nos parecen incultos, sabemos quiénes somos como don Quijote. Es un jardín, pero es una prisión y tenemos que derribar su muros.

Finalmente, la doncella del aguamanil vino, y acabaron de lavar a don Quijote, y luego la que traía las toallas le limpió y le enjugó muy reposadamente; y haciéndole todas cuatro a la par una grande y profunda inclinación y reverencia, se querían ir, pero el duque, porque don Quijote no cayese en la burla, llamó a la doncella de la fuente, diciéndole:

—Venid y lavadme a mí, y mirad que no se os acabe el agua.

La muchacha, aguda y diligente, llegó y puso la fuente al duque como a don Quijote, y dándose prisa, le lavaron y jabonaron muy bien, y dejándole enjuto y limpio, haciendo reverencias se fueron. Después se supo que había jurado el duque que si a él no le lavaran como a don Quijote, había de castigar su desenvoltura, lo cual habían enmendado discretamente con haberle a él jabonado.


El objetivo de los Duques es reírse de don Quijote, y han dado orden a sus criados que actúen con él como si realmente fuese un caballero andante, pero esta burla nace de la iniciativa de los criados, lo que causa en los Duques tanto risa; ejecutan su fin, como les irrita; el detalle de los medios no ha sido figurado o aprobado por ellos. Finalmente el Duque decide lavarse el mismo también las barbas como don Quijote para no despertar en él sospechas de la burla.

Debiéramos entender que aquel que toma una iniciativa es responsable de ella, sin embargo, en el castillo, como en el estado, la autoridad es responsable de todo, especialmente en la relación con el extranjero, por tanto debe aprobar todo, pero ¿cómo puede aprobar aquello de lo que no tiene conocimiento? Su control pasa por el control de los recursos, y lo mejor de todo es gastar la pólvora del rey. Estas fueron las últimas palabras de la primera parte puestas en boca de Sancho, quien ahora dice:

—¡Válame Dios! ¿Si será también usanza en esta tierra lavar las barbas a los escuderos como a los caballeros? Porque en Dios y en mi ánima que lo he bien menester, y aun que si me las rapasen a navaja, lo tendría a más beneficio.

—¿Qué decís entre vos, Sancho? —preguntó la duquesa.

—Digo, señora —respondió él—, que en las cortes de los otros príncipes siempre he oído decir que en levantando los manteles dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas, y que por eso es bueno vivir mucho, por ver mucho; aunque también dicen que «el que larga vida vive mucho mal ha de pasar», puesto que pasar por un lavatorio de estos antes es gusto que trabajo.

—No tengáis pena, amigo Sancho —dijo la duquesa—, que yo haré que mis doncellas os laven, y aun os metan en colada, si fuere menester.

Y al rato

A este punto llegaban de su coloquio el duque, la duquesa y don Quijote, cuando oyeron muchas voces y gran rumor de gente en el palacio, y a deshora entró Sancho en la sala todo asustado, con un cernadero por babador, y tras él muchos mozos o, por mejor decir, pícaros de cocina y otra gente menuda, y uno venía con un artesoncillo de agua, que en la color y poca limpieza mostraba ser de fregar; seguíale y perseguíale el de la artesa, y procuraba con toda solicitud ponérsela y encajársela debajo de las barbas, y otro pícaro mostraba querérselas lavar.

A lo que dijo el pícaro barbero:

—No quiere este señor dejarse lavar la barba, como es usanza, y como se la lavó el duque mi señor y el señor su amo
.

Nos explica entonces Sancho como no hay tanta diferencia entre los diferentes reinos de la Tierra

—Sí quiero —respondió Sancho con mucha cólera—, pero querría que fuese con toallas más limpias, con lejía más clara y con manos no tan sucias; que no hay tanta diferencia de mí a mi amo, que a él le laven con agua de ángeles y a mí con lejía de diablos. Las usanzas de las tierras y de los palacios de los príncipes tanto son buenas cuanto no dan pesadumbre; pero la costumbre del lavatorio que aquí se usa peor es que de diciplinantes. Yo estoy limpio de barbas y no tengo necesidad de semejantes refrigerios; y el que se llegare a lavarme ni a tocarme a un pelo de la cabeza, digo, de mi barba, hablando con el debido acatamiento, le daré tal puñada, que le deje el puño engastado en los cascos, que estas tales cirimonias y jabonaduras más parecen burlas que gasajos de huéspedes.

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