—¿Qué te parece, Sancho, del suceso desta noche? Grande y poderosa es la fuerza del desdén desamorado, como por tus mismos ojos has visto muerta a Altisidora, no con otras saetas, ni con otra espada, ni con otro instrumento bélico, ni con venenos mortíferos, sino con la consideración del rigor y el desdén con que yo siempre la he tratado.
De las palabras de don Quijote deducimos que, como es
habitual en él, se cree la muerte de Altisidora y más; a socaire de ello es
interesante notar como tendemos a creer en el mismo lenguaje metafórico de los
poetas, al sostener que ha sido muerta por el rigor y desdén de su amado y no
por instrumentos bélicos ni venenos mortíferos.
—Muriérase ella enhorabuena cuanto quisiera y como quisiera —respondió Sancho— y dejárame a mí en mi casa, pues ni yo la enamoré ni la desdeñé en mi vida. Yo no sé ni puedo pensar cómo sea que la salud de Altisidora, doncella más antojadiza que discreta, tenga que ver, como otra vez he dicho, con los martirios de Sancho Panza. Agora sí que vengo a conocer clara y distintamente que hay encantadores y encantos en el mundo, de quien Dios me libre, pues yo no me sé librar. Con todo esto, suplico a vuestra merced me deje dormir y no me pregunte más, si no quiere que me arroje por una ventana abajo.
De las palabras de Sancho, sin embargo, no podemos deducir
que crea que ha muerto, pues su distanciamiento, “muérase ella enhorabuena
cuanto quisiera y como quisiera”, nos manifiesta que aún, quizás, sin tener
respuesta, sabe, como muchos casos requieren, ponerlo en el paréntesis de “lo
inexplicado por ahora”, recurso que todos poseemos. Y esa ‘suspensión’ es
válida para negarse a aceptar que exista una relación causa efecto entre su
martirio y la resurrección de aquella, por lo que “debe haber encantadores en
el mundo”, del que Dios le libre.
Interviene entonces el autor, encantador o manipulador
acreditado, como es habitual, para poner a los hechos, y los encantadores si lo
fueran, en claro:
Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia, qué les movió a los duques a levantar el edificio de la máquina referida.
Sansón siguió la pista del paje que los duques enviaron a la
mujer de Sancho hasta éstos, los cuales le contaron
(….) cómo la duquesa había dado a entender a Sancho que él era el que se engañaba, porque verdaderamente estaba encantada Dulcinea, de que no poco se rió y admiró el bachiller, considerando la agudeza y simplicidad de Sancho, como del estremo de la locura de don Quijote”.
Raro es que Sancho crea en que Dulcinea estuviera encantada,
pues Sancho ya sabe que Dulcinea no existe, pero si es seguro que dio a
entender a la duquesa que se lo creía y ella, en efecto, se lo creyó. Las
relaciones humanas, a diferencia de la naturaleza y los objetos, tienen esta
condición ineludible de indeterminación, algo que queda al centro del
pensamiento chino en contraste con el pensamiento idealista occidental.
Sansón a su regreso informa al duque de la derrota de don
Quijote y de su regreso a la aldea y
(….) de aquí tomó ocasión el
duque de hacerle aquella burla;… así como tuvo noticia de su llegada mandó
encender las hachas y las luminarias del patio y poner a Altisidora sobre el
túmulo, con todos los aparatos que se han contado, tan al vivo y tan bien
hechos, que de la verdad a ellos había bien poca diferencia.
Y dice más Cide Hamete: que tiene
para sí ser tan locos los burladores como los burlados y que no estaban los
duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos
tontos.
En que mal puesto deja el autor arábigo los rituales de
Confucio….
Volvemos a la historia ya de mañana, cuando acudió
Altisidora a visitar a nuestros héroes:
Sentóse Altisidora en una silla,
junto a su cabecera, y después de haber dado un gran suspiro, con voz tierna y
debilitada le dijo:
—Cuando las mujeres principales y
las recatadas doncellas atropellan por la honra y dan licencia a la lengua que
rompa por todo inconveniente, dando noticia en público de los secretos que su
corazón encierra, en estrecho término se hallan. Yo, señor don Quijote de la
Mancha, soy una destas, apretada, vencida y enamorada, pero, con todo esto,
sufrida y honesta: tanto, que por serlo tanto, reventó mi alma por mi silencio
y perdí la vida. Dos días ha que con la consideración del rigor con que me has
tratado.
Esa indeterminación que caracteriza las relaciones humanas
se manifiesta en la conocida semejanza
entre el amor y en la guerra; declarar el amante su amor es lo mismo que descubrir
el combatiente donde es vulnerable. Por eso toda la literatura china trata de
eso; en la política interna o en la diplomacia se trata de identificar la
pasión o motivos del otro para manipularle.
¿Qué es lo que vio en el otro
mundo? ¿Qué hay en el infierno? Porque quien muere desesperado, por fuerza ha
de tener aquel paradero, preguntó a Altisidora Sancho.
—La verdad que os diga —respondió
Altisidora—, yo no debí de morir del todo, pues no entré en el infierno, que si
allá entrara, una por una no pudiera salir dél, aunque quisiera. La verdad es
que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la
pelota; les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer llenos de viento y
de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver
que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y
entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos
regañaban y todos se maldecían.
—Eso no es maravilla —respondió
Sancho—, porque los diablos, jueguen o no jueguen, nunca pueden estar
contentos, ganen o no ganen.
Es lo que tiene oficiar la condena.
A uno de los libros, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo, que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: «Mirad qué libro es ese». Y el diablo le respondió: «Esta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas». «Quitádmele de ahí —respondió el otro diablo— y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos.» «¿Tan malo es? —respondió el otro.» «Tan malo —replicó el primero—, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara.» Prosiguieron su juego, peloteando otros libros, y yo, por haber oído nombrar a don Quijote, a quien tanto adamo y quiero, procuré que se me quedase en la memoria esta visión.
Que casualidad, ¡caramba!
—Visión debió de ser, sin duda
—dijo don Quijote—, porque no hay otro yo en el mundo, y ya esa historia anda
por acá de mano en mano, pero no para en ninguna, porque todos la dan del pie.
Yo no me he alterado en oír que ando como cuerpo fantástico por las tinieblas
del abismo, ni por la claridad de la tierra, porque no soy aquel de quien esa
historia trata. Si ella fuere buena, fiel y verdadera, tendrá siglos de vida;
pero si fuere mala, de su parto a la sepultura no será muy largo el camino.
Bien cerca nos pone Cide Hamete la fingida muerte de
Altisidora con la verdadera de don Quijote para que nos valga por lo que no se
entretuvo en contarnos luego; –en el Cielo se servían de él los sonrientes
ángeles para hacer equilibrios poniéndole sobre sus cabezas.
—Muchas veces os he dicho,
señora, que a mí me pesa de que hayáis colocado en mí vuestros pensamientos,
pues de los míos antes pueden ser agradecidos que remediados: yo nací para ser
de Dulcinea del Toboso, y los hados (si los hubiera) me dedicaron para ella, y
pensar que otra alguna hermosura ha de ocupar el lugar que en mi alma tiene es
pensar lo imposible. Suficiente desengaño es este para que os retiréis en los
límites de vuestra honestidad, pues nadie se puede obligar a lo imposible.
Oyendo lo cual Altisidora,
mostrando enojarse y alterarse, le dijo:
—¡Vive el señor don bacallao,
alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro que villano rogado cuando tiene
la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos!
¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos, que yo me he muerto por
vos? Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido, que no soy yo mujer que
por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña,
cuanto más morirme.
—Eso creo yo muy bien —dijo
Sancho—, que esto del morirse los enamorados es cosa de risa: bien lo pueden
ellos decir, pero hacer, créalo Judas.
Y este punto nos aclara la historia; podemos preguntarnos,
¿estaba enamorada Altisidora de don Quijote?, con ‘enamorada’ pretendemos fijar
lo que no es fijable como intentamos con las relaciones humanas con lo justo,
lo correcto, bondadoso, etc.; posiblemente quiso ver si se interesaba por ella
y fingió, sintió algo y ahora, rechazada ella, vencido y derrotado él, no le
interesa…, aunque la manifestación se produce como reacción; cuando se ha
sentido mal juzgada.
En esto, entró el músico, que dijo contarse entre los fans
de las hazañas y fingimientos de don Quijote, y después los duques. La duquesa
le preguntó a don Quijote por Altisidora:
—Señora mía, sepa vuestra señoría
que todo el mal desta doncella nace de ociosidad, cuyo remedio es la ocupación
honesta y continua. Ella me ha dicho aquí que se usan randas en el infierno, y
pues ella las debe de saber hacer, no las deje de la mano, que ocupada en
menear los palillos no se menearán en su imaginación la imagen o imágines de lo
que bien quiere; y esta es la verdad, este mi parecer y este es mi consejo.
—Y el mío —añadió Sancho—, pues
no he visto en toda mi vida randera que por amor se haya muerto, que las
doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas que en
pensar en sus amores. Por mí lo digo, pues mientras estoy cavando no me acuerdo
de mi oíslo, digo, de mi Teresa Panza, a quien quiero más que a las pestañas de
mis ojos.
Este consejo, tanto de don Quijote, como de Sancho, nos
descubre también la psicología humana; no son las palabras o pensamientos
condenatorios sobre una actividad si fuera ‘viciosa’ , una tal que se
caracteriza precisamente por el vínculo que establece el pensamiento y el recuerdo
de su efecto en el cuerpo, como el alcohol, el tabaco, el sexo, etc., los que
nos pueden liberar de ella, sino que al contrario, nos la fomentan y llevan a
cometerla. Con lo que la solución es precisamente evitar el pensamiento de
ella. Precisamente el autor nos pedía en su Prólogo que usásemos el sentido
común, que no partiésemos con ideas (sobra decir, predeterminadas), así por
ejemplo, no todo lo que dice el loco es para ser ridiculizado, también
Cervantes puede hablar por él, como lo confirma que le de la razón Sancho, y,
en efecto, también se puede rezar para apartar los pensamientos del vicio. Y
también entendemos así como alguien puede ser vulnerable.
Altisidora aclara que no hace falta tomar medidas pues la
realidad es que le aborrece sinceramente. A esto también dice el duque
Porque aquel que dice injurias,
cerca está de perdonar.
Expresión que, abundando en la misma línea de razonamientos,
nos manifiesta también como las palabras sirven más para ocultar que para
desvelar.
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