domingo, 5 de junio de 2011

El barco encantado

Te lo dije; solo hacía falta ya poner al nuevo Ulises a merced de Neptuno.
—Has de saber, Sancho, que este barco que aquí está, derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y convidando a que entre en él y vaya en él a dar socorro a algún caballero o a otra necesitada y principal persona que debe de estar puesta en alguna grande cuita. Porque este es estilo de los libros de las historias caballerescas y de los encantadores que en ellas se entremeten y platican.

Para don Quijote, que se sabe protagonista, el casual encuentro del bote es tanto como la aventura completa, envasada, empaquetada y con lazo, ya que, en efecto, así debe escribir las aventuras de su héroe un escritor consecuente.

Toda representación humana parte de su final; así también se diseña al malo, como tal muy malo, para que luego le ajusticien los buenos, ese es nuestro pensamiento que de la misma manera cree también modelar el mundo o adjudica ese poder a una voluntad divina.
Lo mismo que un fumador cuando ve un paquete de cigarrillos se le ofrece fumar, a don Quijote cuando ve la barca se le ofrece una aventura. El sentido de los objetos es la sugerencia de una actividad, pero nosotros tendemos a pensar que la genera nuestro pensamiento de la nada –de Dios. El pensamiento asume la responsabilidad porque lo que hace es justificarla, o imaginar su justificación, (ante un público naturalmente).
Cuando las cosas no le salen como espera, don Quijote aún se aferra a una explicación homérica:
—En esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.
Sancho resulta muy desmoralizado de esta aventura y se dispone a regresar a casa; el pago que tuvieron que hacer por la barca después del que antes hicieron al titiritero es superior a lo que pueden soportar sus ya mermadas fuerzas (mentales). Es en esta desesperada situación cuando el autor se compadece y ven el azor............. Encuentran a los duques que les cuidan, regalan y darán a Sancho su merecido gobierno. ¡Ah! Y otros doscientos escudos.

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