sábado, 11 de junio de 2011

pueblo, público, piltrafa

El Quijote es, ante todo, un libro generoso en el sentido cabal y humano de la palabra. Refiere ya en el prólogo al lector, que se lo pone a su juicio libre e independiente para que lo juzgue, incluso, entiendase, que lo complete a su mejor sabor. De ahí que, en efecto, haya habido tantos voluntarios para la tarea y hayan siempre encontrado a Cervantes bien dispuesto y de buen carácter para ello. Pero si penetramos esta superficie, lo que encontramos en la oferta es una propuesta y una llamada democrática, a la igualdad, a la complicidad de todos como personas, de manera tal que podemos decir que realmente la propuesta del Quijote es en último término de comunidad, pues cualquier persona - de las Antillas o de Malasia- por el hecho de serlo tiene el mismo juicio, entendimiento, comprensión….y no necesita de autoridades para definir las cosas, sino al contrario. Ese es el ideal humano que nos propone Cervantes, que es, si lo pensamos, y no puede ser de otra manera, simplemente el ideal humano.

Don Quijote, sin embargo, no tiene nada de “persona”, (cuanto menos de ideal humano) es un títere en manos de su autor, y ahí si es un tanto penoso el desarrollo del Quijote por parte de un gran número de sus recreadores lectores. Todos somos iguales, todos tenemos la misma dignidad como personas, y todos lo sabemos; cierto es que tenemos que representar un papel en la vida, ese es nuestro yugo; uno hacen de duques y otros de escuderos, pero cada uno piensa como persona, punto en el que reside esa igualdad y esa comunidad. Así lo hace Sancho siempre, y lo manifiesta aquí cuando queda encargado de anunciar a la Duquesa la disposición de don Quijote, su personalidad, su “persona” no puede ser aniquilada por el servicio que realiza, está presente en él como en cada uno de nosotros –esperándonos siempre:

—Hermosa señora, aquel caballero que allí se parece, llamado «el Caballero de los Leones», es mi amo, y yo soy un escudero suyo, a quien llaman en su casa Sancho Panza. Este tal Caballero de los Leones, que no ha mucho que se llamaba el de la Triste Figura, envía por mí a decir a vuestra grandeza sea servida de darle licencia para que, con su propósito y beneplácito y consentimiento, él venga a poner en obra su deseo, que no es otro, según él dice y yo pienso, que de servir a vuestra encumbrada altanería y fermosura; que en dársela vuestra señoría hará cosa que redunde en su pro y él recibirá señaladísima merced y contento.


En este punto es revelador la manera simplísima de algunos en entender el Quijote, de los que da cumplida imagen y expresión Madariaga quien, alabando y subiendo el valor del Quijote al objeto de demostrar la europeidad de España, se confiesa en este capítulo con desorientado y doloroso compungimiento afirmando ingenuamente que no entiende la “innecesaria crueldad” de Cervantes para con su caballero (pues, y no es éste un caso de "el fracaso" del héroe, como de costumbre refieren los apologistas del loco)

Pero para mi es aún más cruel e indignante el olvido que Madariaga hace de Sancho -que también da bruces en tierra ¡¡¿¿Dios mío, ¡que triste!. Y que defraudada queda aquí esa esperanza !!??

Independientemente de que bien merecido se lo tienen los dos babosos:

En esto llegó don Quijote, alzada la visera, y dando muestras de apearse, acudió Sancho a tenerle el estribo; pero fue tan desgraciado, que al apearse del rucio se le asió un pie en una soga del albarda, de tal modo, que no fue posible desenredarle, antes quedó colgado dél, con la boca y los pechos en el suelo. Don Quijote, que no tenía en costumbre apearse sin que le tuviesen el estribo, pensando que ya Sancho había llegado a tenérsele, descargó de golpe el cuerpo y llevóse tras sí la silla de Rocinante, que debía de estar mal cinchado, y la silla y él vinieron al suelo, no sin vergüenza suya, y de muchas maldiciones que entre dientes echó al desdichado de Sancho, que aún todavía tenía el pie en la corma.

El duque mandó a sus cazadores que acudiesen al caballero y al escudero, los cuales levantaron a don Quijote maltrecho de la caída, y, renqueando y como pudo, fue a hincar las rodillas ante los dos señores.
Como se ve, en total, el autor no más que les ayuda en su propósito, que es acercarles los dientes al suelo para tratar como corresponde a sus altanerías.

1 comentario:

  1. Realmente la distancia entre Cervantes y su personaje nunca se le ocurrió a nadie ponerla en entredicho hasta el romanticismo alemán del siglo XIX. En el XX, como consecuencia, es motivo de disputa y, en estas circunstancias, a principios de siglo, seguramente hastiado de esta polémica, Maeztu esbozó una sentencia que ha hecho fama: "Tomar los molinos por gigantes no es meramente una ilusión, sino un pecado". No se si pecado. Pudo haber elegido Maeztu un ejemplo mejor en el ataque quijotesco a los mercaderes toledanos, en ambos casos Cervantes le hace pagar caro así que no quedara a deber nada a nadie.

    ResponderEliminar