Sin embargo, tras la guerra de los rebuznos es el prosaico Sancho quien una vez más le quiere hacer retornar al mundo real recordándole como huyó dejándole en la estacada a manos de los villanos abanderados con el asno:
“yo pondré silencio en mis rebuznos, pero no en dejar de decir que los caballeros andantes huyen y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheña o como cibera en poder de sus enemigos.”Aquí vuelve entonces don Quijote sus ojos al prudente Ulises, el cual no daba tanto por la fama de violentos de otros héroes, así Aquiles o el mismo don Quijote por ejemplo ante los leones, los cuales todo lo hacían por ganarla sin parar en mientes -cuanto más que gozaban de un rapsoda o encantador para cantar sus valerosos hechos a los que habían de nacer:
—No huye el que se retira —respondió don Quijote—, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo. Y, así, yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores, y desto están las historias llenas, las cuales, por no serte a ti de provecho ni a mí de gusto, no te las refiero ahora..
Como el dolor no cesa tampoco Sancho en sus quejas:
A la fe, señor nuestro amo, el mal ajeno de pelo cuelga, y cada día voy descubriendo tierra de lo poco que puedo esperar de la compañía que con vuestra merced tengo; porque si esta vez me ha dejado apalear, otra y otras ciento volveremos a los manteamientos de marras y a otras muchacherías, que si ahora me han salido a las espaldas, después me saldrán a los ojos. Harto mejor haría yo, sino que soy un bárbaro y no haré nada que bueno sea en toda mi vida, harto mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mi casa y a mi mujer y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con lo que Dios fue servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen, bebiendo mal y comiendo peor. Pues ¡tomadme el dormir! Contad, hermano escudero, siete pies de tierra, y si quisiéredes más, tomad otros tantos, que en vuestra mano está escudillar, y tendeos a todo vuestro buen talante, que quemado vea yo y hecho polvos al primero que dio puntada en la andante caballería, o a lo menos al primero que quiso ser escudero de tales tontos como debieron ser todos los caballeros andantes pasados. De los presentes no digo nada, que, por ser vuestra merced uno dellos, los tengo respeto, y porque sé que sabe vuesa merced un punto más que el diablo en cuanto habla y en cuanto piensa.
—Haría yo una buena apuesta con vos, Sancho —dijo don Quijote—, que ahora que vais hablando sin que nadie os vaya a la mano, que no os duele nada en todo vuestro cuerpo. Hablad, hijo mío, todo aquello que os viniere al pensamiento y a la boca, que a trueco de que a vos no os duela nada, tendré yo por gusto el enfado que me dan vuestras impertinencias; y si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer y hijos, no permita Dios que yo os lo impida: dineros tenéis míos, mirad cuánto ha que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo y mirad lo que podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano.
Estas palabras, que nos explican el romance de Valdovinos que cantaba don Quijote cuando le vapulearon los comerciantes toledanos, son muestra de la buena disposición del caballero, a la que añade:
¿Ahora cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal, que a pesar de tu mujer te llamaran «señoría», te despides? ¿Ahora te vas, cuando yo venía con intención firme y valedera de hacerte señor de la mejor ínsula del mundo?
Todas estas razones ablandan el tierno corazón del buen Sancho quien echa cuentas; no llega ni a un mes lo que se le debe, y recuerda que en el pueblo pasa a la jurisdicción de su mujer, que se la traído a la mente nuestro sibilino Ulises. De modo que el mozo cambia su discurso apelando a Dios para que se lo acredite.
Vuestra merced me perdone y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda.
Que tomen nota los teólogos.
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