Estamos en la aventura o historia, pues todo es uno, que abría este blog, Hamlet y el Quijote (te lo recomiendo). Aprovecho para pedirte disculpas por ciertos inconvenientes en la edición ya que el comentario que va con Hamlet, parece que refiere a Fausto y el Quijote que es el siguiente post –pero los comentarios yo no sé corregirlos por ahora.
Ahora sin embargo estamos en otro discurso y en parte seguimos, como verás, con la Teología, pues este capítulo es el del Juicio Final. Comienza así:
«Callaron todos, tirios y troyanos”, y cuenta Eneas a los cartagineses la caída de Troya, “cuando se oyeron sonar en el retablo cantidad de atabales y trompetas y dispararse mucha artillería”. Asistimos al espectáculo de la guerra cantada inigualablemente por griegos y romanos; aquí Melisendra es Elena y Troya Zaragoza. No es el esposo don Gaiferos sino Carlomagno, como Agamenón, el que mira por su honra. Como también Marsilio, Príamo, reparte justos azotes. A tanta bondad pone fin nuestro caballero que:
“Diciendo y haciendo, desenvainó la espada y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a este, destrozando a aquel, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo:
—Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. Mire, ¡pecador de mí!, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda.
Más no por esto dejaba de menudear don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como llovidos. Finalmente, en menos de dos credos, dio con todo el retablo en el suelo, hechas pedazos y desmenuzadas todas sus jarcias y figuras, el rey Marsilio malherido, y el emperador Carlomagno, partida la corona y la cabeza en dos partes.”
Hecho, pues, el general destrozo del retablo, sosegóse un poco don Quijote y dijo:
—Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen ni quieren creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes.
En efecto, al objeto de imponer justicia, que ya te dije estábamos en el Juicio Final:
“porque no se puede salvar quien tiene lo ajeno contra la voluntad de su dueño y no lo restituye.”Deste modo contribuye el caballero a, de cara a tan señalada hora, equilibrar un poco las cosas y que vayan todos al cielo sin demora.
—¡Viva enhorabuena —dijo a esta sazón con voz enfermiza maese Pedro—, y muera yo!, pues soy tan desdichado, que puedo decir con el rey don Rodrigo:Habitualmente los filólogos, que son los más de los comentaristas del Quijote, comentan esta hazaña refiriéndola al manido tema de la ficción dentro de la ficción. No es extraño que cambien la terminología del estudio de la lengua casi cada año.
Ayer fui señor de España,
y hoy no tengo una almena
que pueda decir que es mía.
No ha media hora, ni aun un mediano momento, que me vi señor de reyes y de emperadores, llenas mis caballerizas y mis cofres y sacos de infinitos caballos y de innumerables galas, y agora me veo desolado y abatido, pobre y mendigo, y sobre todo sin mi mono, que a fe que primero que le vuelva a mi poder me han de sudar los dientes; y todo por la furia mal considerada deste señor caballero, de quien se dice que ampara pupilos y endereza tuertos y hace otras obras caritativas, y en mí solo ha venido a faltar su intención generosa, que sean benditos y alabados los cielos, allá donde tienen más levantados sus asientos. En fin, el Caballero de la Triste Figura había de ser aquel que había de desfigurar las mías.
Enternecióse Sancho Panza con las razones de maese Pedro y díjole:
—No llores, maese Pedro, ni te lamentes, que me quiebras el corazón, porque te hago saber que es mi señor don Quijote tan católico y escrupuloso cristiano, que si él cae en la cuenta de que te ha hecho algún agravio, te lo sabrá y te lo querrá pagar y satisfacer con muchas ventajas.
—Ya se vee cuán imposible es volver a este rey a su ser primero, y, así, me parece, salvo mejor juicio, que se me dé por su muerte, fin y acabamiento cuatro reales y medio.
—Adelante —dijo don Quijote.
—Pues por esta abertura de arriba abajo —prosiguió maese Pedro, tomando en las manos al partido emperador Carlomagno—, no sería mucho que pidiese yo cinco reales y un cuartillo.
—No es poco —dijo Sancho.
—Ni mucho —replicó el ventero—: médiese la partida y señálensele cinco reales.
—Por esta figura —dijo maese Pedro— que está sin narices y un ojo menos, que es de la hermosa Melisendra, quiero, y me pongo en lo justo, dos reales y doce maravedís.
—Aun ahí sería el diablo —dijo don Quijote—, si ya no estuviese Melisendra con su esposo por lo menos en la raya de Francia, porque el caballo en que iban a mí me pareció que antes volaba que corría; y, así, no hay para qué venderme a mí el gato por liebre, presentándome aquí a Melisendra desnarigada, estando la otra, si viene a mano, ahora holgándose en Francia con su esposo a pierna tendida. Ayude Dios con lo suyo a cada uno, señor maese Pedro, y caminemos todos con pie llano y con intención sana. Y prosiga.
Maese Pedro, que vio que don Quijote izquierdeaba y que volvía a su primer tema, no quiso que se le escapase, y, así, le dijo:
—Esta no debe de ser Melisendra, sino alguna de las doncellas que la servían, y, así, con sesenta maravedís que me den por ella quedaré contento y bien pagado.
Desta manera fue poniendo precio a otras muchas destrozadas figuras, que después los moderaron los dos jueces árbitros, con satisfación de las partes, que llegaron a cuarenta reales y tres cuartillos; y además desto, que luego lo desembolsó Sancho, pidió maese Pedro dos reales por el trabajo de tomar el mono.
—Dáselos, Sancho —dijo don Quijote—, no para tomar el mono, sino la mona; y docientos diera yo ahora en albricias a quien me dijera con certidumbre que la señora doña Melisendra y el señor don Gaiferos estaban ya en Francia y entre los suyos.
—Ninguno nos lo podrá decir mejor que mi mono —dijo maese Pedro—, pero no habrá diablo que ahora le tome; aunque imagino que el cariño y la hambre le han de forzar a que me busque esta noche, y amanecerá Dios y verémonos.
En resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compañía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo estremo.
Antes que amaneciese se fue el que llevaba las lanzas y las alabardas, y ya después de amanecido se vinieron a despedir de don Quijote el primo y el paje, el uno para volverse a su tierra, y el otro a proseguir su camino, para ayuda del cual le dio don Quijote una docena de reales. Maese Pedro no quiso volver a entrar en más dimes ni diretes con don Quijote, a quien él conocía muy bien, y, así, madrugó antes que el sol, y cogiendo las reliquias de su retablo, y a su mono, se fue también a buscar sus aventuras. El ventero, que no conocía a don Quijote, tan admirado le tenían sus locuras como su liberalidad. Finalmente, Sancho le pagó muy bien, por orden de su señor, y, despidiéndose dél, casi a las ocho del día dejaron la venta y se pusieron en camino, donde los dejaremos ir, que así conviene para dar lugar a contar otras cosas pertenecientes a la declaración desta famosa historia
Los filósofos –liderados por Ortega- con el mejor criterio se interesan más por el estilo, bautizado alcionista, cervantino; esa manera de distanciarse que lleva a Cervantes a ese espíritu jovial, templado, humano, también calificado con el vocablo griego sofrosine; mentalidad sana -en contraste con la enferma. La respuesta es muy difícil, yo te dejo mi franca opinión por escrito para que solo se exponga cuando ya haya muerto.
Bueno, te daré una pista, válganos el aire de hoy: ese espíritu se logra rechazando derechos, en lugar de “reivindicarlos”, ese espíritu se consigue, si acaso, reclamando el derecho a no abusar, a no explotar, a jubilarse. El derecho que hemos de reivindicar es el de poder no cometer injusticias (¡pobres políticos, pobres banqueros, pobres jefes, pobres capataces, forzados a la triste tristeza de forzar!) Por ellos reivindicamos ese derecho; el de poder tener consideración a las necesidades de los demás, a “hacer al otro lo que quisieras que te hicieran a ti” como proclama el maestro Mo, en lugar del incesante “luchar” como los griegos en su agonía por la “democracia”, la “justicia”
Como aquella de ellos, la democracia actual, tampoco nos da cauce para pedir esos derechos y por eso necesitamos una DEMOCRACIA REAL YA, que nos permita reivindicar el derecho a no bombardear, el derecho a no dejar morir de hambre a otros, ni a dejar sufrir inhumanamente porque son de otros países, el derecho que reclamamos es el derecho a ser humanos.
¡DEMOCRACIA REAL YA!
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