sábado, 24 de diciembre de 2011

Que Dios reparta suerte

Cuando Roque Guinart regresó a su campamento, tras dejar a Claudia Jerónima
“halló a sus escuderos en la parte donde les había ordenado, y a don Quijote entre ellos, sobre Rocinante, haciéndoles una plática en que les persuadía dejasen aquel modo de vivir tan peligroso así para el alma como para el cuerpo; pero como los más eran gascones, gente rústica y desbaratada, no les entraba bien la plática de don Quijote.”



Una vez más ironiza Cervantes sobre el predicador, que se cree que los hombres pueden elegir su destino en función de unos principios. Como si a ellos les gustase ser bandidos en lugar de burgueses, por ejemplo.

Este post está comentado aquí en diciembre de 2010. Fue tratado como pintura viva de las Armas y las Letras, estas últimas no las irracionales de la religión, que como hemos visto en los caballeros santos también padecen fuerza, sino como justicia distributiva o REPARTO (tanto de recursos como de cargos) –siendo este nombre de REPARTO suficiente para que el concepto nos quede claro y distinto.

Y lo repito por ser tan conveniente para nuestro tiempo, ya que el engaño que resulta de la guerra, la irracionalidad de nuestros días no está ya basado en el simple ocultamiento o en la religión, sino en la economía, en los dictámenes de los mercados incontrolables, cuya jerga, términos y entendimiento solo es asequible a ciertos expertos, pero no al sentido común y son los que dan lugar una política, justicia distributiva, específica e inexorable.


“Roque Guinart, mandando poner los suyos en ala, mandó traer allí delante todos los vestidos, joyas y dineros y todo aquello que desde la última repartición habían robado; y haciendo brevemente el tanteo, volviendo lo no repartible y reduciéndolo a dineros, lo repartió por toda su compañía, con tanta legalidad y prudencia, que no pasó un punto ni defraudó nada de la justicia distributiva. Hecho esto, con lo cual todos quedaron contentos, satisfechos y pagados, dijo Roque a don Quijote:


—Si no se guardase esta puntualidad con estos, no se podría vivir con ellos.


A lo que dijo Sancho:


—Según lo que aquí he visto, es tan buena la justicia, que es necesaria que se use aun entre los mesmos ladrones.

El robo, o quizás mejor dicho, el abuso, si mantenido se puede solo llevar a cabo con el engaño, no con los objetos a la vista.

—Nueva manera de vida le debe de parecer al señor don Quijote la nuestra, nuevas aventuras, nuevos sucesos, y todos peligrosos; y no me maravillo que así le parezca, porque realmente le confieso que no hay modo de vivir más inquieto ni más sobresaltado que el nuestro. A mí me han puesto en él no sé qué deseos de venganza, que tienen fuerza de turbar los más sosegados corazones. Yo de mi natural soy compasivo y bienintencionado, pero, como tengo dicho, el querer vengarme de un agravio que se me hizo, así da con todas mis buenas inclinaciones en tierra, que persevero en este estado, a despecho y pesar de lo que entiendo; y como un abismo llama a otro y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las venganzas de manera que no solo las mías, pero las ajenas tomo a mi cargo. Pero Dios es servido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir dél a puerto seguro.

Vamos a dar ahora una nueva vuelta a las Letras o Reparto

Llegaron en esto los escuderos de la presa, trayendo consigo dos caballeros a caballo y dos peregrinos a pie, y un coche de mujeres con hasta seis criados, que a pie y a caballo las acompañaban, con otros dos mozos de mulas que los caballeros traían. Cogiéronlos los escuderos en medio, guardando vencidos y vencedores gran silencio, esperando a que el gran Roque Guinart hablase; el cual preguntó a los caballeros que quién eran y adónde iban y qué dinero llevaban. Uno dellos le respondió:


—Señor, nosotros somos dos capitanes de infantería española; tenemos nuestras compañías en Nápoles y vamos a embarcarnos en cuatro galeras que dicen están en Barcelona con orden de pasar a Sicilia; llevamos hasta docientos o trecientos escudos, con que a nuestro parecer vamos ricos y contentos, pues la estrecheza ordinaria de los soldados no permite mayores tesoros.


Preguntó Roque a los peregrinos lo mesmo que a los capitanes; fuele respondido que iban a embarcarse para pasar a Roma y que entre entrambos podían llevar hasta sesenta reales. Quiso saber también quién iba en el coche y adónde, y el dinero que llevaban, y uno de los de a caballo dijo:


—Mi señora doña Guiomar de Quiñones, mujer del regente de la Vicaría de Nápoles, con una hija pequeña, una doncella y una dueña, son las que van en el coche; acompañámosla seis criados, y los dineros son seiscientos escudos.


—De modo —dijo Roque Guinart— que ya tenemos aquí novecientos escudos y sesenta reales: mis soldados deben de ser hasta sesenta; mírese a cómo le cabe a cada uno, porque yo soy mal contador.


Oyendo decir esto los salteadores, levantaron la voz, diciendo:


—¡Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los lladres que su perdición procuran!


Mostraron afligirse los capitanes, entristecióse la señora regenta y no se holgaron nada los peregrinos, viendo la confiscación de sus bienes. Túvolos así un rato suspensos Roque, pero no quiso que pasase adelante su tristeza, que ya se podía conocer a tiro de arcabuz, y volviéndose a los capitanes dijo:


—Vuesas mercedes, señores capitanes, por cortesía, sean servidos de prestarme sesenta escudos, y la señora regenta ochenta, para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad, de lo que canta yanta, y luego puédense ir su camino libre y desembarazadamente, con un salvoconduto que yo les daré, para que si toparen otras de algunas escuadras mías que tengo divididas por estos contornos, no les hagan daño, que no es mi intención de agraviar a soldados ni a mujer alguna, especialmente a las que son principales.


Infinitas y bien dichas fueron las razones con que los capitanes agradecieron a Roque su cortesía y liberalidad, que por tal la tuvieron, en dejarles su mismo dinero. La señora doña Guiomar de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque, pero él no lo consintió en ninguna manera, antes le pidió perdón del agravio que le había hecho forzado de cumplir con las obligaciones precisas de su mal oficio. Mandó la señora regenta a un criado suyo diese luego los ochenta escudos que le habían repartido, y ya los capitanes habían desembolsado los sesenta. Iban los peregrinos a dar toda su miseria, pero Roque les dijo que se estuviesen quedos y, volviéndose a los suyos, les dijo:


—Destos escudos dos tocan a cada uno, y sobran veinte: los diez se den a estos peregrinos, y los otros diez a este buen escudero, porque pueda decir bien de esta aventura.


Y trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído, Roque les dio por escrito un salvoconduto para los mayorales de sus escuadras y, despidiéndose dellos, los dejó ir libres y admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno que por ladrón conocido. Uno de los escuderos dijo en su lengua gascona y catalana:


—Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si de aquí adelante quisiere mostrarse liberal, séalo con su hacienda, y no con la nuestra.


No lo dijo tan paso el desventurado, que dejase de oírlo Roque, el cual, echando mano a la espada, le abrió la cabeza casi en dos partes, diciéndole:


—Desta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos.


Pasmáronse todos y ninguno le osó decir palabra: tanta era la obediencia que le tenían.

Dos conclusiones vamos a extraer de este suceso. Uno primero secundario:

El motivo por el que Roque se emplea tan rápidamente y tan a fondo, tan fuera de su naturaleza de compasivo y bienintencionado, es su condición de jefe de unas fuerzas armadas. Los jefes, todos, pero especialmente los militares, tienen que actuar sin "humanidad". Este desdoblamiento del carácter persona lo señalaba Vicens Llorens en su Historia y ficción en el Quijote como característico de la novela de Cervantes en relación con la expulsión de los moriscos. Y otro elemento a considerar es que siendo la guerra una tragedia, una vez desatada enciende la pasión de venganza y de odio, así lo dice Roque, y así nos lo manifestaba el Caballero de los Espejos tras su inesperada derrota.

Pero más interesante para nuestro tema de hoy es como el jefe, aquel que tiene poder, puede romper la justicia a su antojo, de modo que vemos, aunque sea para bien en este caso, extraordinaria maestría de Cervantes, la supremacía de las Arms sobre las Letras, de la fuerza sobre el reparto.

Finalmente nos describe la actividad de las Armas, la tragedia humana.

Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trecientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida: aquí amanecían, acullá comían; unas veces huían, sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién; dormían en pie, interrompiendo el sueño, mudándose de un lugar a otro. Todo era poner espías, escuchar centinelas, soplar las cuerdas de los arcabuces, aunque traían pocos, porque todos se servían de pedreñales. Roque pasaba las noches apartado de los suyos, en partes y lugares donde ellos no pudiesen saber dónde estaba, porque los muchos bandos que el visorrey de Barcelona había echado sobre su vida le traían inquieto y temeroso, y no se osaba fiar de ninguno, temiendo que los mismos suyos o le habían de matar o entregar a la justicia. Vida, por cierto, miserable y enfadosa.

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