domingo, 11 de septiembre de 2011

Altisidora resplandece

Vale. Me quito el sombrero e inclino mi cabeza para dar paso a la inigualable Altisidora:



—No me porfíes, ¡oh Emerencia!, que cante, pues sabes que desde el punto que este forastero entró en este castillo y mis ojos le miraron, yo no sé cantar, sino llorar; cuanto más que el sueño de mi señora tiene más de ligero que de pesado, y no querría que nos hallase aquí por todo el tesoro del mundo; y puesto caso que durmiese y no despertase, en vano sería mi canto si duerme y no despierta para oírle este nuevo Eneas, que ha llegado a mis regiones para dejarme escarnida.


—No des en eso, Altisidora amiga —respondieron—, que sin duda la duquesa y cuantos hay en esta casa duermen, si no es el señor de tu corazón y el despertador de tu alma, porque ahora sentí que abría la ventana de la reja de su estancia, y sin duda debe de estar despierto. Canta, lastimada mía, en tono bajo y suave, al son de tu harpa, y cuando la duquesa nos sienta, le echaremos la culpa al calor que hace.


—No está en eso el punto, ¡oh Emerencia! —respondió la Altisidora—, sino en que no querría que mi canto descubriese mi corazón, y fuese juzgada de los que no tienen noticia de las fuerzas poderosas de amor por doncella antojadiza y liviana. Pero venga lo que viniere, que más vale vergüenza en cara que mancilla en corazón.

Dan por hecho la mayoría de los desorientados intérpretes de Cervantes que deste caso tratan que el amor de Altisidora es una burla más de los duques. Yo no he encontrado las instrucciones. A Cervantes no le importa si esta es otra broma de los duques, es indiferente. Así como Cervantes le rompía las medias, Altisidora se insinúa para cosérselas.

No puedo, caro lector, exponerte a la suavísima melodía del harpa ni la dulcísima voz de Altisidora honestísimamente declarándose al alma de cántaro de don Quijote. Por lo que, mejor, mientras suena, discretamente nos retiramos.

Es el momento ahora de reconsiderar a Dulcinea, parte tan importante en el gran lector que es don Quijote, quien anifiesta en muchas ocasiones que por Dulcinea es y por Dulcinea hace y sin ella no es nada. Y vemos que es así también como los creyentes creen; pensando que todo lo que hacen lo hacen por Dios; el cual, en ese diálogo interior continuo, también les anima, les da fuerzas, les socorre, etc. Finalmente, no tiene nada de extraño que la inmensa mayoría de los intérpretes del Quijote, que son cristianos (o a lo menos "idealistas"), se reconozcan en el Quijote y no lo tengan por un loco, un muñeco de su autor, sino por un santo y piensen, llevando la contraria al autor, que El Quijote nació, no para acabar con los libros (de caballerías), sino para depurarlos.

Nuestro entendimiento, pongo a Cervantes a mi lado, es que son los objetivos los que determinan la práctica y no la ficción –por lo que es preciso desenmarañarla, para que aquellos queden claros. Ahora bien, siendo esto así, la ficción tiene la virtud de distraer, y en determinados momentos es posible que tenga un efecto práctico frente al “objeto” que se apodera del “alma". Me explico: para el fumador la cajetilla de tabaco sobre la mesa le está invitando permanentemente a fumar ya que su cuerpo ha establecido un vínculo que revive con el simple pensamiento o recuerdo (cosa que no pasa con el no-fumador, al que la cajetilla no le dice nada) y así sucede con cualquier otro “vicio”, ya sexual, de juego, alcohol, tabaco y otras drogas, donde precisamente se manifiesta que el pensamiento, así el reconocimiento del “mal”, no lleva a prevenir su búsqueda, como habitualmente se presupone -por ejemplo con los sermones-, sino al contrario, a fomentarla.

Pero es cierto que esa falta de libertad, esa limitación de la total disposición que el hombre debe a la comunidad, puede ser atajada en alguna medida con esa distracción; bien el rezo, en el caso de don Quijote el pensamiento en Dulcinea, que le evita todo otro pensamiento, deseo (y quizá sirva también, se me ocurre, contra un pensamiento vicioso de la muerte).

Dice
"—Ya sé yo de qué proceden estos accidentes"


Y luego canta

—Suelen las fuerzas de amor/sacar de quicio a las almas,


tomando por instrumento/la ociosidad descuidada.


Suele el coser y el labrar/y el estar siempre ocupada


ser antídoto al veneno/de las amorosas ansias.

Cervantes no utiliza la perfección en Altisidora, -como en las mujeres de las primera parte que generan una atracción natural, objetiva, simbólica, incluso casta, Altisidora no nos destaca ni mental –ahí tenemos su poesía, ni físicamente, pero aún con esa carencia, el hecho de ser mujer, de ser mujer joven, es suficiente motor para ejercer atracción en el hombre; sobre todo que aquí la mujer convoca al hombre voluntariamente ofreciéndose admirablemente como objeto.
“al pasar por una galería estaban aposta esperándole Altisidora y la otra doncella su amiga, y así como Altisidora vio a don Quijote fingió desmayarse, y su amiga la recogió en sus faldas y con gran presteza la iba a desabrochar el pecho.
Pese al miserable, injustificado y malicioso rechazo de don Quijote, Altisidora, tras haber sido herido por los gatos, y mientras le cura, le dice:

—Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tú lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo, que te adoro”.

Don Quijote deja a Altisidora por Dulcinea. Esa humanidad que no le gustaba describir a Cide Hamete es rechazada por la ficción.

Esa es, en suma, una lección más, la lección, del Quijote nacido para poner fin a los libros (de caballerías)

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