domingo, 11 de septiembre de 2011

Altisidora amanece

No amigos, no. Una vez más tengo que retractarme presto. Procuraré ser más considerado la vez próxima; Cide Hamete se dolía de no poder escribir como quisiera y sacar de su pluma diosas, cristianas eso sí, a troche y moche como las de la Primera Parte y lo dice porque va a referirnos la historia de la humana Altisidora que, por tanto, es más, demasiado, atractiva.
Como dice Cervantes, no se encontrará aquí ningún pensamiento menos que católico cristiano, por lo que la tentación de la duquesa no tiene a Satanás en su origen. ¿O es católico que lo tuviera? Disculpe el lector mi ignorancia. Doctores tiene la Iglesia.


Cuéntase, pues, que apenas se hubo partido Sancho, cuando don Quijote sintió su soledad, y si le fuera posible revocarle la comisión y quitarle el gobierno, lo hiciera. Conoció la duquesa su melancolía y preguntóle que de qué estaba triste, que si era por la ausencia de Sancho, que escuderos, dueñas y doncellas había en su casa que le servirían muy a satisfación de su deseo.

—Verdad es, señora mía —respondió don Quijote—, que siento la ausencia de Sancho, pero no es esa la causa principal que me hace parecer que estoy triste, y de los muchos ofrecimientos que Vuestra Excelencia me hace solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y en lo demás suplico a Vuestra Excelencia que dentro de mi aposento consienta y permita que yo solo sea el que me sirva.


—En verdad —dijo la duquesa—, señor don Quijote, que no ha de ser así, que le han de servir cuatro doncellas de las mías, hermosas como unas flores.

Don Quijote se muestra incorruptible:


“antes dormiré vestido que consentir que nadie me desnude”.

Y la duquesa:
“Viva mil siglos la gran Dulcinea del Toboso, y sea su nombre estendido por toda la redondez de la tierra, pues mereció ser amada de tan valiente y tan honesto caballero, y los benignos cielos infundan en el corazón de Sancho Panza, nuestro gobernador, un deseo de acabar presto sus diciplinas, para que vuelva a gozar el mundo de la belleza de tan gran señora.”

Se preocupa si siente cansancio tras su viaje a Candaya:

—No siento ninguno, señora —respondió don Quijote—, porque osaré jurar a Vuestra Excelencia que en mi vida he subido sobre bestia más reposada ni de mejor paso que Clavileño, y no sé yo qué le pudo mover a Malambruno para deshacerse de tan ligera y tan gentil cabalgadura y abrasarla así sin más ni más.


—A eso se puede imaginar —respondió la duquesa— que arrepentido del mal que había hecho a la Trifaldi y compañía, y a otras personas, y de las maldades que como hechicero y encantador debía de haber cometido, quiso concluir con todos los instrumentos de su oficio, y como a principal y que más le traía desasosegado, vagando de tierra en tierra, abrasó a Clavileño, que con sus abrasadas cenizas y con el trofeo del cartel queda eterno el valor del gran don Quijote de la Mancha.

He aquí como enhebra hipótesis coherentes la duquesa; que como bien dice Vargas Llosa el Quijote trata de la ficción

Total que cenan, se va a acostar y se le rompe una media, a lo que Cide Hamete exclama:

«¡Oh pobreza, pobreza! ¡No sé yo con qué razón se movió aquel gran poeta cordobés a llamarte “dádiva santa desagradecida”!

Más bien es un “designio” divino, ya que “don” es difícil llamarlo, que siendo uno entre los que consiste la santidad, luego, sin embargo, no se agradece, a no ser acogido a la doctrina paulina que ahora viene:

Yo, aunque moro, bien sé, por la comunicación que he tenido con cristianos, que la santidad consiste en la caridad, humildad, fee, obediencia y pobreza; pero, con todo eso, digo que ha de tener mucho de Dios (¡¿eh?!) el que se viniere a contentar con ser pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno de sus mayores santos: “Tened todas las cosas como si no las tuviésedes”; y a esto llaman pobreza de espíritu.

O pobreza de ficción, según Vargas Llosa (divina, que dirían otros).

Pero tú, segunda pobreza, que eres de la que yo hablo, ¿por qué quieres estrellarte con los hidalgos y bien nacidos más que con la otra gente? ¿Por qué los obligas a dar pantalia a los zapatos y a que los botones de sus ropillas unos sean de seda, otros de cerdas y otros de vidro? ¿Por qué sus cuellos por la mayor parte han de ser siempre escarolados, y no abiertos con molde?». Y en esto se echará de ver que es antiguo el uso del almidón y de los cuellos abiertos. Y prosiguió: «¡Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos! ¡Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago!».

¡Vaya! Ahora resulta que a Cide Hamete, que no sería tan pobre, lo que le preocupa es, sí, la ficción.

Y, ¡Dios me perdone! también me parecen de este corte, no solo los intérpretes del Quijote, sino todos los sabios que son en el mundo, que a los pobres pocas veces les da tiempo a serlo.  

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