miércoles, 27 de abril de 2011

El Discurso de las Armas y las Letras de la Segunda Parte II (Parte de las Armas)

Poner en claro el pensamiento o la voluntad del autor detrás del Quijote ha sido objeto de incontables intentos; este comentario sirve para ilustrar nuestro método para desentrañarlo:
El tratado sobre las armas que retoma el tema de la primera parte incluye, como habitualmente, una parte discursiva y otra escenificada como se ve con lo que sigue:
Discurso. Propio de los protagonistas, especialmente de don Quijote –el entreverado loco:
“Tenga a felice ventura el haber salido de la corte con tan buena intención como lleva, porque no hay otra cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanzan, si no más riquezas, a lo menos más honra que por las letras, como yo tengo dicho muchas veces; que puesto que han fundado más mayorazgos las letras que las armas, todavía llevan un no sé qué los de las armas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor que se halla en ellos, que los aventaja a todos. Y esto que ahora le quiero decir llévelo en la memoria, que le será de mucho provecho y alivio en sus trabajos: y es que aparte la imaginación de los sucesos adversos que le podrán venir, que el peor de todos es la muerte, y como esta sea buena, el mejor de todos es el morir. Preguntáronle a Julio César, aquel valeroso emperador romano, cuál era la mejor muerte: respondió que la impensada, la de repente y no prevista; y aunque respondió como gentil y ajeno del conocimiento del verdadero Dios, con todo eso dijo bien, para ahorrarse del sentimiento humano (César tuvo esta buena suerte a manos de su hijo Bruto y sus colegas). Que puesto caso que os maten en la primera facción y refriega, o ya de un tiro de artillería, o volado de una mina, ¿qué importa? Todo es morir, y acabóse la obra; y según Terencio más bien parece el soldado muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida, y tanto alcanza de fama el buen soldado cuanto tiene de obediencia a sus capitanes y a los que mandar le pueden. Y advertid, hijo, que al soldado mejor le está el oler a pólvora que a algalia, y que si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os podrá coger sin honra, y tal, que no os la podrá menoscabar la pobreza. Cuanto más que ya se va dando orden como se entretengan y remedien los soldados viejos y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándolos de casa con título de libres los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte.”

El discurso expone los muchos males físicos o reales que conlleva el ejercicio de las armas, tales que lo mejor es la muerte impensada y no prevista, pues peor es una muerte dolorosa y lenta o, seguramente, quedar mutilado y/o inútil, y contrapone a esos males una recompensa “espiritual”, una “fe”: la honra.
Con la honra se abre el discurso:

“no hay otra cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanzan, si no más riquezas, a lo menos más honra que por las letras”
 y también se cierra
“que si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos, no os podrá coger sin honra…”.

Escenificación. Propio y exclusivo del autor –Cervantes:
Iban ya de camino a la venta donde se han de encontrar con el hombre que llevaba las armas para la guerra de los rebuznos topan con un mancebito de dieciocho o diecinueve años que andaba con una espada y un hatillo de ropa al hombro cantando así:
“a la guerra me lleva mi necesidad,
si tuviera dineros no fuera de verdad”.

Y en efecto, se describe como la pobreza le lleva a incorporarse al ejército. No le mueve ningún ideal; simplemente para poder continuar viviendo, alimentarse, tiene que ponerse en manos de “sus capitanes y los que mandarle pueden” que, a cambio de la comida, le ponen en riesgo de muerte -y también en necesidad de dañar y matar a otros.


Ante nosotros lo que se dice “un pobre desgraciado”. Cervantes nos lo presenta como “un mancebito de dieciocho o diecinueve años” con lo que nos mueve a compasión por la inocencia y belleza que podemos adjudicarle. Ese es el mundo humano que tenemos que construir, pues solo quien ama la belleza puede ser feliz.

Y, aunque lo sabemos, no nos es posible tener que ver con este desdichado que va desnudo por ahorrar su única ropa que la lleva en el hatillo. “Más da el duro que el desnudo” decía mi abuela y así este mancebito es motivo de repulsa pues nuestro deber y afán es ir tras el que da, reparte, para recibir, coger, apropiarnos y huir de quien esté en necesidad que nos lleve a tener que compartir. Más nos vale hacer reverencias y genuflexiones a los poderosos, a los ricos, a los que van bien vestidos y en buenos coches (para hacerse cargo de ese paripé pone Cervantes a don Quijote en los caminos) y despreciar a los desnudos para arrinconarles aún más y que sean la carne de cañón. Don Quijote, que es compasivo, le da algunos consejos y le invita a cenar y a las ancas de su caballo. El mancebito aceptó la cena, pero prefirió seguirles a pie.

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