donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia
continúa el Discurso de las Armas y las Letras ya comenzado en la Primera Parte. Nos ocuparemos primero con este post solo de las Letras:
Señores. ¡Documentación!
Frente al proceder arbitrario de la imaginación, del sueño recién soñado, tenemos ahí precisamente al coleccionista de documentación que nos recuerda como la recogían espontáneamente y con su propio esfuerzo, en ausencia de la valiosa colaboración del primo humanista, los renegados de entre los cautivos en Argel para facilitarse la huida si les cogían pirateando o para, dado el caso, poder reintegrarse a la sociedad española.
Sancho y don Quijote, que no tienen noticia todavía de nuestra época moderna, le espetan; “calle, señor, que a buena fe que si me doy a preguntar y responder, que no acabe de aquí a mañana. Sí, que para buscar necedades y responder disparates no he menester yo andando ayuda de vecinos”, le dice Sancho. Y añade don Quijote, “hay algunos que se cansan en saber y en averiguar cosas que después de sabidas y averiguadas no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria”.
Se reitera asimismo en este punto el manido tópico de la Primera Parte sobre la condición de las Letras en recibir licencia, financiación, del poder para ser publicadas. Y no es otro que éste el motivo por el que puso Cervantes a Cide Hamete como su intermediario, y autor verdadero del Quijote; no para poner algo en su boca desacorde con el Santo Oficio, que en ningún caso se lo hubieran permitido o publicado, sino para que tengamos conciencia con la presencia constante de la contradicción de un autor árabe e islámico devoto a la visión e intereses cristianos de la inviabilidad práctica de otra opción.
Las Letras no aparecen ahora solo en un “discurso”; en esta nueva reflexión, como es manera habitual de proceder en Cervantes, las “escenifica”:
—No lejos de aquí —respondió el primo— está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño que dicen ha sido soldado y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy discreto, y caritativo además. Junto con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha labrado a su costa; pero, con todo, aunque chica, es capaz de recibir huéspedes.
—¿Tiene por ventura gallinas el tal ermitaño? —preguntó Sancho.
—Pocos ermitaños están sin ellas —respondió don Quijote—, porque no son los que agora se usan como aquellos de los desiertos de Egipto, que se vestían de hojas de palma y comían raíces de la tierra. Y no se entienda que por decir bien de aquellos no lo digo de aquestos, sino que quiero decir que al rigor y estrecheza de entonces no llegan las penitencias de los de agora, pero no por esto dejan de ser todos buenos: a lo menos, yo por buenos los juzgo; y cuando todo corra turbio, menos mal hace el hipócrita que se finge bueno que el público pecador.
Es entonces, cuando ya de camino al alojamiento del ermitaño, surgen las Armas que, igualmente, entran en escena de mano de un hombre que las transportaba en un macho. Por su destino se interesó don Quijote y el que las llevaba le respondió que no tenía tiempo para darle cuentas pues tenía prisa por llegar a una venta cercana donde pasaría la noche, pero si ellos también se dirigían allí les podría contar luego en ella las maravillas relacionadas con su carga. Esto motivó que don Quijote abandonara la idea de visitar al ermitaño para dirigirse sin demora a la venta.
Como dije, lo que toca las armas no lo tocamos en este post, pero ya vemos también como la presencia de las armas es suficiente para darnos muestra de que algo inquietante, terrible, una tragedia, tiene lugar. Don Quijote, a quien no sin razón son las armas las que le han vuelto loco, no se interesa ya por la historia del ermitaño que puede serle siempre referida; las armas –la realidad en su cumbre- tienen voz ensordecedora, que toda otra acalla, y su urgencia y convocatoria a todo supera.
Finalmente, y, por favor, que no se tome como una referencia a los bombardeos sobre Libia de la OTAN, pues simplemente este capítulo nos ha caído hoy en suerte; toca ahora reconocer como, pese a su supremacía real, las Armas no pueden sino ser presentadas, representadas, envueltas y con lazo adornadas de palabras: los rebuznos.
¡Señor! ¡Y qué injusto es Cervantes con los borricos!
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