lunes, 11 de abril de 2011

La cueva de Montesinos

Dada la enorme polémica creada por este capítulo, tomado por apócrifo por algunos de los contribuyentes de esta historia, y queriendo yo ser el intérprete definitivo que ponga en claro esta enrevesada aventura, hace dos veranos, con ocasión de una visita que hice a un buen amigo en Bolaños de Calatrava aproveché para visitar la cueva y hacer experiencia de sus profundidades con la que contrastar las de don Quijote. Sucediome todo muy distinto de lo que imaginaba, pues si mi intención es, como de ordinario, atenerme al espíritu pedagógico de Cervantes que alegre, suspenda y enseñe el auténtico sentido de las ideas, en este caso el sueño de don Quijote. Entrado en la cueva no pude pegar ojo, o, por mejor decir, conciliar el sueño, pero, en cambio, fue en aquel oscuro y significativo lugar donde tuve una visión en la que el universo y el tiempo todo adquirían pleno sentido. Fue una sensación irrepetible en la que tuve certeza de la plenitud humana, si bien que no puedo transmitirte ahora pues no recuerdo de qué modo único y maravilloso encajaban todas las piezas entonces…aunque lo sustantivo, sin duda, es el hecho y la conciencia de que tal orden existe pues yo lo vi claramente y ya estoy sobre la pista…

Sí, uno va a un lugar apartado, bonitamente al desierto, y allí le habla Dios, o su mediador, un ángel, y le dice esto o lo otro, y éste, Moisés, Mahoma, vuelve lleno de regocijo a informar a los humanos ordinarios sobre las maravillosas noticias de las que ha tenido el honor de ser partícipe. Unos creen, otros dudan. Se forman grupos de seguidores y de escépticos; los seguidores son tus familiares y los más allegados, los otros tus enemigos, llegan a las manos, los tuyos vencen y el júbilo llena sus corazones de esperanza para el mundo, conquistan la mayor parte de lo descubierto de la Tierra, hasta que su estrella decae, pero siglos más tarde millones de personas aún comparten la esperanza de aquel sueño, o voz angelical, y ordenan su vida según ese principio.

Qué mal se ha venido entendiendo el Quijote, en el que algunos vieron y todavía ven una crítica al imperio español y a su pertinaz empeño en extender la fe católica, cuando tan claramente Cervantes ha dado repetidas muestras de su intenso patriotismo y catolicismo del que queda repetidísimo testimonio en el resto de sus obras. No hay duda ahora que el objeto de su crítica son los musulmanes, a quienes se la debía por retenerle tanto tiempo contra su claramente manifiesta voluntad. No hay duda de que lo pasó mal para mantener su fe cristiana durante su cautiverio en Argel y solo pudo tomar cumplida venganza una vez ya refugiado en su España. He ahí el Quijote.

Son sin duda los musulmanes el objeto de la burla del Quijote, los que como éste adoptan extrañas figuras como esa en la que golpean el suelo con la frente y ofrecen un levantado trasero a todos los puntos cardinales por influencia de un solo libro, aunque basado en otros dos anteriores ¿Está don Quijote loco? Si, pero su locura es ligerita, puramente sintomática, y es esa locura –irracionalismo lo llaman- la que reclaman algunos de los más significados intelectuales españoles y desprecian a Cervantes por ridiculizarla sin comprender que se refería solo a los musulmanes y acaso a los judíos, mientras que, lógicamente, se abstiene de la crítica a los cristianos por lo muy español y católico cristiano que era.

En Argel, les diría: ¿No os valdría con agacharos con menos agresividad, acaso un poco como los japoneses como signo de deferencia y ya está? Aunque, entre nosotros, los cristianos más graves, se insiste mucho en clavar la rodilla en tierra ante el Sagrario y no esa genuflexión desganada, perezosa e indolente de algunos cristianos de fe macilenta. Sin embargo, la respuesta contundente es que una genuflexión ante el rey, o una inclinación de cabeza ante otras personas, vale, pues, a fin de cuentas son mortales, pero ante Dios Todopoderoso, hay que reconocer que lo de los musulmanes es más coherente. Además, y sobre todo, ¡qué carajo!, las cosas como son ¿quién no reconocerá que parece mejor una tercera revelación que una segunda?

Sí, ante la falta de argumentos, a Cervantes solo le quedaba la simple venganza, como al bachiller.

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