Nos lo ha cambiado su sibilino autor.
En la segunda parte en lugar de ser don Quijote el que imagina y ve en todo cuanto le rodea un mundo fantástico semejante al de los libros de caballería, son los que ya conocen su locura por experiencia, como Sancho, o por haber leído la primera parte, Carrasco, los Duques, don Antonio, etc., los que le manipulan porque lo conocen.
Me vienen a la memoria en este punto las enseñanzas de las escuelas de la estrategia china, que si hubiera que resumirlas con una palabra sería “engaño” y si con una frase; “conoce al otro y lo tendrás en tus manos”.
Igualmente me recuerda a la picaresca, auténtica marea literaria del siglo XVI español, que trata del abuso de la “buena fe”, o creencias de los otros, tanto obteniendo limosna con efectivas invocaciones, cuasi conjuros, como averiguando la mente de sus víctimas.
Y una nueva y aguda muestra de la transformación de don Quijote es la aventura de la carreta de Las Cortes de la Muerte:
Inicialmente don Quijote se planta frente a la carreta y pregunta a sus pintorescos pasajeros quienes son; queda satisfecho de su respuesta y dice:
—Por la fe de caballero andante —respondió don Quijote— que así como vi este carro imaginé que alguna grande aventura se me ofrecía, y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño.
Pero no es este el desenlace del encuentro, pues el botarga, con unas vejigas infladas que llevaba, asusta a Rocinante que da con el caballero en tierra. Y siguen sus desgracias cuando, al dejar Sancho el rucio para socorrer a su amo, monta sobre él el mamarracho llevándoselo y martirizándolo a golpes de las vejigas que llevaba. A lo que nuestro señor don Sancho:
“antes quisiera que aquellos golpes se los dieran a él en las niñas de los ojos que en el más mínimo pelo de la cola de su asno”
Quiso luego responder don Quijote la ofensa, pero, como se pusiesen en formación los farsantes y se apertrecharan de piedras, se deja convencer por Sancho de que no tienen nada que ganar sino mucho que perder. Decide don Quijote cesar en su ataque por no haber entre ellos caballeros, o ganancia, como le dice Sancho, y tampoco llega a agredirles el buen escudero, por no ser de cristianos tomarla de los agravios.
Comentan lo poco que hubieran valido los despojos. (El novedoso agnosticismo de don Quijote les deja en simples bandoleros)
También, a propósito, comentan la semejanza entre la comedia y la vida:
—Pues lo mesmo —dijo don Quijote— acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y finalmente todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura
. —Brava comparación —dijo Sancho—, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego cada pieza tiene su particular oficio, y en acabándose el juego todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
Como de ordinario, es mejor y más inteligente la comparación de nuestro señor don Sancho, lo reconoce el pedante de su amo, pues mientras en la comedia el autor hace aparecer a diversos personajes según su conveniencia, y a menudo arbitrario e ignorante criterio, el tablero de ajedrez representa a la sociedad entera y los que la han de formar al completo. Los puestos estás creados y diferentes personas, diferentes vidas, los ocupan calzándose sus botas y vistiéndose sus hábitos y siguen en ellos hasta que otros, aún no nacidos los puedan ocupar.
De la soberbia del amo, enjuiciandole, da ajustada cuenta su criado replicandole que si acierta es gracias a él, que le sirve, a su ingenio como a la seca tierra, de estiercol.
No es la naturaleza, sino la forma específica de comportarse los hombres; a diferencia de la naturaleza de los animales que saben relacionarse en más variadas formas y hasta guardarse amistad sin seguir necesariamente esa maligna estructura, lo que nos demuestra que esa es, aún si exterior, propia del hombre, que el arma, dada su capacidad de prevenir, le genera.
Canta Cide Hamete la amistad del asno y el rocín a la que dedica varios capítulos (que no transcribe el autor cristiano por no haber sido capaz de hallarles el alma);
“cuán firme debió ser la amistad destos dos pacíficos animales, y para confusión de los hombres, que tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros. Por esto se dijo:¡Qué mentecato don Quijote! ¡Qué buen discipulo de su burro Sancho!
No hay amigo para amigo:
las cañas se vuelven lanzas;
y el otro que cantó:
De amigo a amigo, la chinche, etc.
Y no le parezca a alguno que anduvo el autor algo fuera de camino en haber comparado la amistad destos animales a la de los hombres, que de las bestias han recebido muchos advertimientos los hombres y aprendido muchas cosas de importancia, como son, de las cigüeñas, el cristel; de los perros, el vómito y el agradecimiento; de las grullas, la vigilancia; de las hormigas, la providencia; de los elefantes, la honestidad, y la lealtad, del caballo.