martes, 14 de diciembre de 2010

Lo que nos diferencia

Te escribo de prisa, por no perderte.

No llegamos a ninguna conclusión en el caso del pastor y el labrador. En efecto, el Quijote es un libro que no dice, sino que pregunta. Así que es lógico que los que lo han interpretado se han equivocado, ¡qué gracioso! porque la verdad es una, y el resto son disparates.

Vamos a ver si podemos nosotros sacar en limpio la verdad del proto-quijote, que va a dar sentido a las aventuras que se le añaden:

Los libros vuelven loco a don Quijote al creerse que representan el mundo real; adopta el mismo la actitud de un personaje de éstos, se hace armar caballero y se dispone a instaurar la justicia en el mundo. Ya hemos visto como la “impone” aunque viene a salirle mal como para que lo lleven para el arrastre de vuelta a casa. Allí su familia, el ama y la sobrina, deciden quemar su biblioteca que consideran culpable de su locura. Acertadamente piensan que esas historias de los caballeros y sus ideales de justicia y amoríos son disparates y llenan el mundo del caos. Más le vale, dicen, que se ocupe de su hacienda. Llegan el cura y el barbero y en lugar de quemar todos los libros, no solo de caballería, sino los que le da la gana nombrar al autor de diversos géneros, queman la mayoría y salvan los que más les gustan.

Otra vez, ¿en qué quedamos respecto a los libros, aunque fueran solo de caballerías?

Los libros, vehículos de las creencias, se publican y se conservan en función de que aclamen a su patrocinador; en el caso de la Ilíada y la Odisea, para mayor gloria de los invasores griegos, en especial de sus líderes los espartanos, en la Eneida de los romanos, en especial de la casa Julia y así todos los que son y en el mundo han sido (querido lector, te recomiendo el prólogo, donde se hace justicia de los libros en general también). Con ellos sucede como con la imposición de una justicia –aquella a favor de Andrés- o de una sumisión –la de los comerciantes a favor de Dulcinea-, que se impone desde la potencia. Cómo no puede ser de otra manera, todos son ideológicos. La única diferencia, el motivo por el que los salvan el cura y el barbero está en su valor artístico, humano.

Pero este libro, el Quijote, en lugar de decir, pregunta: La razón la llevan enteramente las mujeres, pero lo cierto es que no hay paz, justicia, en el mundo como para que nadie se preocupe por alcanzarla.

De modo que, a fin de cuentas, el motivo por el que este libro no se interpreta bien es porque no ha alcanzado su objetivo; desideologizar la realidad. Aquellos que lo interpretaban estaban haciendo ideología (esto no es culpa ya del autor). Es preciso leer el Quijote en su misma frecuencia para poder interpretarlo correctamente; ¿quién entre los creyentes que lo interpretan les puede interesar juzgar si se ríe de la religión? Y, peor, ¿quién puede decir que el Quijote cuestiona al arma, al estado? si tiene opinión porque éste se la consiente.

En efecto, el Quijote propiamente trata sobre algo que no nos está permitido pensar; la inversión más grande de la humanidad en todo tiempo y lugar. Como tal, un arma no se distingue de un/otra arma, pero nos vemos condenados a diferenciarlas. Cervantes viajó mucho, vió mucho y aprendió como todos somos iguales, nuestra distinción es el arma a la que pertenecemos que nos impone su grandeza, quiero decir su disparate.

La religión, los libros de caballería, han sido sustituidos por los de economía para entontecer al mundo; sus predicadores son ahora los mejor remunerados, pero todos sabemos en que se gasta todo, como se arruina todo, por qué se trabaja.

Con todo, la única cuestión es el reparto.

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