Basta ya de los creyentes, a los que tengo muchas ganas y,
por eso, me callo. Si los he mencionado es solo para decir que no se dan cuenta
que ellos mismo hacen lo que Cervantes ahora con Tarfe –no tanto para criticar
al de Avellaneda ¿Dónde está la crítica?- como todos estos suponen, sino para
abundar en uno de los asuntos claves del libro al presentarnos su visión de la
realidad, pues, es a la realidad a la que hemos de referir El Quijote. O, si queremos, cómo dice Vargas Llosa que es el tema
de El Quijote, a la ficción, así, para dejarlo claro; si yo
digo ¡Amanda! a mi hija, puedo significar que venga o, por el contrario, que me
deje en paz. Es el contexto lo que da sentido a las palabras y, por ese motivo,
cuando hablamos sin contexto y nos referimos a referencias, la cultura, estamos
en el vacío; no es que las palabras o las letras sean propiamente vacías, sino
que su sentido solo puede alcanzarse en relación a un contexto real, de
otro modo, podemos manipularlas a nuestro antojo; podemos coger a Tarfe y
ponerle en la boca lo que nos venga en gana, por ejemplo, que el otro Quijote
era calvo, pero que no se molestó el autor apócrifo en dárnoslo a saber.
Todo aquel día esperando la noche
estuvieron en aquel lugar y mesón….Llegó en esto al mesón un caminante a
caballo, con tres o cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor
dellos parecía: —Aquí puede vuestra merced, señor don Álvaro Tarfe, pasar hoy
la siesta: la posada parece limpia y fresca.
—Mira, Sancho: cuando yo hojeé
aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé
allí este nombre de don Álvaro Tarfe.
—Sin duda alguna pienso que
vuestra merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la segunda
parte de la historia de don Quijote de la Mancha recién impresa y dada a la luz
del mundo por un autor moderno.
—El mismo soy —respondió el
caballero—, y el tal don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue
grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o a lo menos le
moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba; y en
verdad en verdad que le hice muchas amistades, y que le quité de que no le palmease
las espaldas el verdugo por ser demasiadamente atrevido.
—Y dígame vuestra merced, señor
don Álvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal don Quijote que vuestra merced dice?
—No, por cierto —respondió el
huésped—, en ninguna manera.
—Y ese don Quijote —dijo el
nuestro— ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?
—Sí traía —respondió don Álvaro—;
y aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.
—Eso creo yo muy bien —dijo a
esta sazón Sancho—, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que
vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco,
frión y ladrón juntamente, que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más
gracias que llovidas; y, si no, haga vuestra merced la experiencia y ándese
tras de mí por lo menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y
tantas, que sin saber yo las más veces lo que me digo hago reír a cuantos me
escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el
discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y
huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene
por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está
presente, que es mi amo: todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro
Sancho Panza es burlería y cosa de sueño.
—¡Por Dios que lo creo —respondió
don Álvaro—, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que
habéis hablado que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron
muchas! Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de
gracioso, y tengo por sin duda que los encantadores que persiguen a don Quijote
el bueno han querido perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué
me diga, que osaré yo jurar que le dejo metido en la Casa del Nuncio, en Toledo,
para que le curen, y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien
diferente del mío.
—Yo —dijo don Quijote— no sé si
soy bueno, pero sé decir que no soy el malo. Para prueba de lo cual quiero que sepa
vuesa merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he
estado en Zaragoza, antes por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se
había hallado en las justas desa ciudad no quise yo entrar en ella, por sacar a
las barbas del mundo su mentira, y, así, me pasé de claro a Barcelona, archivo
de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de
los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes
amistades, y en sitio y en belleza, única; y aunque los sucesos que en ella me
han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin
ella, solo por haberla visto. Finalmente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy don
Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha
querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuestra merced
suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración
ante el alcalde deste lugar de que vuestra merced no me ha visto en todos los
días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la
segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquel que vuestra merced
conoció.
Que don Quijote hable muy bien, y tenga una vastísima cultura,
no impide que sea un mentecato.
—Eso haré yo de muy buena gana
—respondió don Álvaro—, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos
Sanchos a un mismo tiempo tan conformes en los nombres como diferentes en las
acciones; y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha
pasado por mí lo que ha pasado.
Tal como pedía don Quijote, Cervantes no solo hace llover en
verano –aunque lluvia fina- se permite, incluso, que llegue en ese momento al
mesón el alcalde del pueblo con un escribano, que podía haber hecho llegar
también al mismo Carlos V, pero no, eso sería poca cosa; le hace firmar a Tarfe
una declaración…… ¿Podrá Dios menos…que es omnipotente y omnipresente?
Llegóse en esto la hora de comer;
comieron juntos don Quijote y don Álvaro. Entró acaso el alcalde del pueblo en
el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una
petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero
que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don
Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquel que
andaba impreso en una historia intitulada Segunda parte de don Quijote de la
Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente,
el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas
que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy
alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro
la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus
palabras. Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don
Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó
a don Álvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía
de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes.
Echo de menos un sello real, o alguna garantía de los
Estados Unidos de América. Fuese Tarfe y don Quijote:
aquella noche la pasó entre otros
árboles, por dar lugar a Sancho de cumplir su penitencia, que la cumplió del
mismo modo que la pasada noche, a costa de las cortezas de las hayas, harto más
que de sus espaldas, que las guardó tanto, que no pudieran quitar los azotes
una mosca, aunque la tuviera encima.
No perdió el engañado don Quijote
un solo golpe de la cuenta y halló que con los de la noche pasada eran tres mil
y veinte y nueve. Parece que había madrugado el sol a ver el sacrificio, con
cuya luz volvieron a proseguir su camino, tratando entre los dos del engaño de
don Álvaro y de cuán bien acordado había sido tomar su declaración ante la justicia,
y tan auténticamente.
Aquel día y aquella noche
caminaron sin sucederles cosa digna de contarse, si no fue que en ella acabó
Sancho su tarea, de que quedó don Quijote contento sobremodo, y esperaba el día
por ver si en el camino topaba ya desencantada a Dulcinea su señora; y
siguiendo su camino no topaba mujer ninguna que no iba a reconocer si era
Dulcinea del Toboso, teniendo por infalible no poder mentir las promesas de
Merlín.
Así es que las palabras vacías suelen ir acompañadas de las promesas
de unos y de las esperanzas en otros –aquí el desencanto de Dulcinea, y una
declaración por escrito tiene de bueno que sirve de prueba ante el juez.
Con estos pensamientos y deseos,
subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, la cual vista
de Sancho, se hincó de rodillas y dijo:
—Abre los ojos, deseada patria, y
mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado.
Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote, que, si viene vencido de
los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que, según él me ha dicho, es el
mayor vencimiento que desearse puede. Dineros llevo, porque si buenos azotes me
daban, bien caballero me iba.
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