“No la has de ver en todos los días de tu vida”, escucha
decir.
—¿No adviertes, amigo, lo que
aquel mochacho ha dicho: «no la has de ver en todos los días de tu vida»?
—Pues bien, ¿qué importa
—respondió Sancho— que haya dicho eso el mochacho?
—¿Qué? —replicó don Quijote—. ¿No
vees tú que aplicando aquella palabra a mi intención quiere significar que no
tengo de ver más a Dulcinea?
Queríale responder Sancho, cuando
se lo estorbó ver que por aquella campaña venía huyendo una liebre, seguida de
muchos galgos y cazadores, la cual, temerosa, se vino a recoger y a agazapar
debajo de los pies del rucio. Cogióla Sancho a mano salva y presentósela a don
Quijote, el cual estaba diciendo:
—¡Malum signum! ¡Malum signum!
Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece!
Entran, por fin, en su patria chica, pero, es el asno y no
el famoso caballero el que más atrae la atención, pues, es el más significado
para la ocasión:
Sancho Panza había echado sobre
el rucio y sobre el lío de las armas, para que sirviese de repostero, la túnica
de bocací pintada de llamas de fuego que le vistieron en el castillo del duque
la noche que volvió en sí Altisidora; acomodóle también la coroza en la cabeza,
que fue la más nueva transformación y adorno con que se vio jamás jumento en el
mundo.
Fueron luego conocidos los dos
del cura y del bachiller, que se vinieron a ellos con los brazos abiertos.
Apeóse don Quijote y abrazólos estrechamente; y los mochachos, que son linces
no escusados, divisaron la coroza del jumento y acudieron a verle, y decían
unos a otros:
—Venid, mochachos, y veréis el
asno de Sancho Panza más galán que Mingo, y la bestia de don Quijote más flaca
hoy que el primer día.
Luego cada mochuelo a su nido. Sancho no viene de
gobernador, pero, trae dinero y todos contentos.
—¿Cómo venís así, marido mío,
que me parece que venís a pie y despeado, y más traéis semejanza de
desgobernado que de gobernador?
—Calla, Teresa —respondió
Sancho—, que muchas veces donde hay estacas no hay tocinos, y vámonos a nuestra
casa, que allá oirás maravillas. Dineros traigo, que es lo que importa, ganados
por mi industria y sin daño de nadie.
—Traed vos dinero, mi buen
marido —dijo Teresa—, y sean ganados por aquí o por allí, que como quiera que
los hayáis ganado no habréis hecho usanza nueva en el mundo.
Abrazó Sanchica a su padre y
preguntóle si traía algo, que le estaba esperando como el agua de mayo; y
asiéndole de un lado del cinto, y su mujer de la mano, tirando su hija al
rucio, se fueron a su casa, dejando a don Quijote en la suya en poder de su
sobrina y de su ama y en compañía del cura y del bachiller.
Don Quijote de inmediato da cuenta de su vencimiento al
bachiller y al cura y los invita a sumarse a sus planes de
hacerse pastor para dar rienda suelta a sus amorosos pensamientos, donde "lo
principal del negocio estaba hecho", que era ponerse los nombres:
Don Quijote, sin guardar
términos ni horas, en aquel mismo punto se apartó a solas con el bachiller y el
cura, y en breves razones les contó su vencimiento y la obligación en que había
quedado de no salir de su aldea en un año, la cual pensaba guardar al pie de la
letra, sin traspasarla en un átomo, bien así como caballero andante obligado
por la puntualidad y orden de la andante caballería, y que tenía pensado de
hacerse aquel año pastor y entretenerse en la soledad de los campos, donde a
rienda suelta podía dar vado a sus amorosos pensamientos, ejercitándose en el
pastoral y virtuoso ejercicio; y que les suplicaba, si no tenían mucho que
hacer y no estaban impedidos en negocios más importantes, quisiesen ser sus compañeros,
que él compraría ovejas y ganado suficiente que les diese nombre de pastores; y
que les hacía saber que lo más principal de aquel negocio estaba hecho, porque
les tenía puestos los nombres, que les vendrían como de molde. Díjole el cura
que los dijese. Respondió don Quijote que él se había de llamar el pastor
Quijótiz; y el bachiller, el pastor Carrascón; y el cura, el pastor Curiambro;
y Sancho Panza, el pastor Pancino.
También a las pastoras
—Y cuando faltaren, darémosles
los nombres de las estampadas e impresas, de quien está lleno el mundo:
Fílidas, Amarilis, Dianas, Fléridas, Galateas y Belisardas; que pues las venden
en las plazas, bien las podemos comprar nosotros y tenerlas por nuestras. Si mi
dama, o, por mejor decir, mi pastora, por ventura se llamare Ana, la celebraré
debajo del nombre de «Anarda», y si Francisca, la llamaré yo «Francenia», y si
Lucía, «Lucinda», que todo se sale allá; y Sancho Panza, si es que ha de entrar
en esta cofradía, podrá celebrar a su mujer Teresa Panza con nombre de «Teresaina».
Oyólo el ama y dijo:
—¿Y podrá vuestra merced pasar
en el campo las siestas del verano, los serenos del invierno, el aullido de los
lobos? No, por cierto, que este es ejercicio y oficio de hombres robustos,
curtidos y criados para tal ministerio casi desde las fajas y mantillas. Aun,
mal por mal, mejor es ser caballero andante que pastor. Mire, señor, tome mi
consejo, que no se le doy sobre estar harta de pan y vino, sino en ayunas, y
sobre cincuenta años que tengo de edad: estése en su casa, atienda a su
hacienda, confiese a menudo, favorezca a los pobres, y sobre mi ánima si mal le
fuere.
Los nombres no la impresiones. Las necesidades prácticas se
imponen en la vida.
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