domingo, 18 de marzo de 2012

Muerte y santidad de don Quijote

Los hermanos Cervantes Saavedra, de regreso a España tras sus campañas por el Mediterráneo, entre las que destaca su participación en la batalla naval de Lepanto, son hechos prisioneros por corsarios argelinos y su libertad puesta a precio. Rodrigo es pronto rescatado, pero, Miguel, que viajaba con una carta de recomendación de Juan de Austria, es considerado una buena pieza y, dada la pobreza de su familia agudizada por el rescate de Rodrigo, pasa cinco años cautivo y con pocas esperanzas de liberación, por lo que lleva a cabo cinco intentos de fuga, aun sabiendo que la pena en estos casos es ser elevado penetrado por un palo. Fracasa en las cinco ocasiones, pero los, supuestamente, cruelísimos argelinos no le tocan un pelo, de modo que, como don Quijote entregó su espíritu, quiero decir, que se murió hermosísimamente. Veamos porqué y cómo murió don Quijote:

“Llego su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba.

Intentan sus amigos animarle considerando que:

(….) la pesadumbre de verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la libertad y desencanto de Dulcinea le tenía de aquella suerte, por todas las vías posibles procuraban alegrarle, diciéndole el bachiller que se animase y levantase para comenzar su pastoral ejercicio. Pero, no por esto dejaba don Quijote sus tristezas.

Llaman, pues, al médico que les dice que es tiempo de cuidar, más bien, la salud del alma, lo que causó el llanto del escudero, ama y sobrina como si ya le tuvieran muerto delante. Pidió don Quijote después que le dejaran dormir y cuando despertó dijo:

Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías.

Casualmente llegaron en ese momento el bachiller el barbero y el cura y les dijo:

—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de «bueno». Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino.

Hizo salir a la gente el cura, y quedóse solo con él y confesóle.  Acabóse la confesión y salió el cura diciendo:

—Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento.

Y, tras hacerlo, volviéndose a Sancho, le dijo:

—Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

—¡Ay! —respondió Sancho llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.

Se echa de ver lo mucho que todos le quieren y les es más más caro y urgente que se anime y se recobre que sacarle de la locura, pero, lo de la quijotificación de Sancho está manifiestamente exagerado al objeto, sin duda, de llevar, como siempre la contraria al pobre Cervantes.

—Señores —dijo don Quijote—, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano (que estaba allí para tomarle sus últimas voluntades).

»Iten, es mi voluntad que si Antonia Quijana mi sobrina quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él y se casare, pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su voluntad.

Cerró con esto el testamento y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.


Finalmente, dice a su pluma.

Para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los estraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna». Vale.

            A ver, no existe inconveniente en que se le rece a don Quijote como proponen los existencialistas, al modo de Unamuno y muchos otros, según y tal como lo expone Frutos Cortés:

Don Quijote está presente, y su presencia, como la de todo ser creado, es contingente, y la contingencia engendra pesimismo y melancolía; pero se eterniza históricamente en el mito y, personalmente, en la muerte. Lo que fracasa en el mundo se consigue en la eternidad.


Muy bien. A estos, en efecto, les valen igual los santos que don Quijote –y a mí también. Pero, a ese santo lo canoniza Cervantes porque condena los libros de caballerías, los libros de la agresión, el homicidio, la matanza…..por eso, en efecto, pueden si, dirigirle sus plegarias y su jaculatorias, pero, es extremadamente injusto, y necio, que se las hagan precisamente como el patrón de los libros de caballería, es decir, de la justificación y apología por parte de las Letras -cine y otras artes incluídos- del homicidio.

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