“Llego su fin y
acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía que
le causaba el verse vencido o ya por la disposición del cielo, que así lo
ordenaba.
Intentan sus amigos animarle considerando que:
(….) la pesadumbre de
verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la libertad y desencanto de
Dulcinea le tenía de aquella suerte, por todas las vías posibles procuraban
alegrarle, diciéndole el bachiller que se animase y levantase para comenzar su
pastoral ejercicio. Pero, no por esto dejaba don Quijote sus tristezas.
Llaman, pues, al médico que les dice que es tiempo
de cuidar, más bien, la salud del alma, lo que causó el llanto del escudero,
ama y sobrina como si ya le tuvieran muerto delante. Pidió don Quijote después
que le dejaran dormir y cuando despertó dijo:
Yo tengo juicio ya
libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me
pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las
caballerías.
Casualmente llegaron en ese momento el bachiller el
barbero y el cura y les dijo:
—Dadme albricias,
buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso
Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de «bueno». Ya soy enemigo
de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son
odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi
necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de
Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino.
Hizo salir a la gente el cura, y quedóse solo con él
y confesóle. Acabóse la confesión y
salió el cura diciendo:
—Verdaderamente se
muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar
para que haga su testamento.
Y, tras hacerlo, volviéndose a Sancho, le dijo:
—Perdóname, amigo, de
la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error
en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
—¡Ay! —respondió Sancho
llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva
muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es
dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben
que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y
vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de
alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más
que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa,
diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más
que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria
derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.
Se echa de ver lo mucho que todos le quieren y les
es más más caro y urgente que se anime y se recobre que sacarle de la locura, pero, lo de la
quijotificación de Sancho está manifiestamente exagerado al objeto, sin duda, de llevar,
como siempre la contraria al pobre Cervantes.
—Señores —dijo don
Quijote—, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros
hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora,
como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento
y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el
señor escribano (que estaba allí para tomarle sus últimas voluntades).
»Iten, es mi voluntad
que si Antonia Quijana mi sobrina quisiere casarse, se case con hombre de quien
primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de
caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe y, con todo eso, mi
sobrina quisiere casarse con él y se casare, pierda todo lo que le he mandado,
lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su voluntad.
Cerró con esto el
testamento y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. En
fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos
y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de
caballerías. Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en
ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su
lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre
compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero
decir que se murió.
Finalmente, dice a su pluma.
Para mí sola nació don
Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en
uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió o
se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las
hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni asunto
de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que
deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote,
y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la
Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de
largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para
hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos
que él hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron,
así en estos como en los estraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana
profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y
ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente,
como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los
hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que
por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo
sin duda alguna». Vale.
A
ver, no existe inconveniente en que se le rece a don Quijote como proponen los
existencialistas, al modo de Unamuno y muchos otros, según y tal como lo expone Frutos Cortés:
Don
Quijote está presente, y su presencia, como la de todo ser creado, es
contingente, y la contingencia engendra pesimismo y melancolía; pero se
eterniza históricamente en el mito y, personalmente, en la muerte. Lo que
fracasa en el mundo se consigue en la eternidad.
Muy bien. A estos, en efecto, les valen igual los
santos que don Quijote –y a mí también. Pero, a ese santo lo canoniza Cervantes
porque condena los libros de caballerías, los libros de la agresión, el
homicidio, la matanza…..por eso, en efecto, pueden si, dirigirle sus plegarias y su jaculatorias,
pero, es extremadamente injusto, y necio, que se las hagan precisamente como el
patrón de los libros de caballería, es decir, de la justificación y apología por parte de las Letras -cine y otras artes incluídos-
del homicidio.
no porque no aparece donde murio
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