Con don Quijote en cama, reflexiona Sancho:
—Señor mío, alce vuestra merced la cabeza y alégrese, si puede, y dé gracias al cielo que, ya que le derribó en la tierra, no salió con alguna costilla quebrada; y pues sabe que donde las dan las toman y que no siempre hay tocinos donde hay estacas, dé una higa al médico, pues no le ha menester para que le cure en esta enfermedad, volvámonos a nuestra casa y dejémonos de andar buscando aventuras por tierras y lugares que no sabemos. Y si bien se considera, yo soy aquí el más perdidoso, aunque es vuestra merced el más malparado: yo, que dejé con el gobierno los deseos de ser más gobernador, no dejé la gana de ser conde, que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de ser rey, dejando el ejercicio de su caballería, y así vienen a volverse en humo mis esperanzas.
—Calla, Sancho, pues ves que mi reclusión y retirada no ha de pasar de un año, que luego volveré a mis honrados ejercicios, y no me ha de faltar reino que gane y algún condado que darte.
Cervantes nos ha venido mostrando que la realidad es objetiva y todo tiene en ella una explicación y así siempre nos la da aclarándonos los hechos que inicialmente aparecen oscuros; por ejemplo, quien era el caballero de la Blanca Luna y de los Espejos, la traza de la cabeza encantada, quien era maese Pedro, etc. Sin embargo, para manifestar el sentido de las relaciones humanas utiliza a un loco cuya visión del mundo es la siguiente:
1. Todo es lucha o injusticia en esta Edad de Hierro 2. El sistema de la sociedad es piramidal y la punta de la pirámide son los reyes o emperadores que ordenan el resto. 3. Se accede a la punta de la pirámide por el ejercicio de las armas, por la violencia o “caballerías”. 5. El fin de las armas es la paz, esto es una justicia cuyo sentido es la organización de la pirámide, castigando a los “malos” y dando condados y cargos a los escuderos. 6. Las caballerías o armas siempre son honradas, se justifican con el deseo del bien para todos y se prueban por el riesgo al que en ellas uno se expone que manifiesta una superior entrega o desapego.
Hasta este punto don Quijote no nos parece loco; si está dispuesto a arriesgar su vida en el ejercicio de las armas, lógicamente debe pretender llegar a emperador o rey y declarando sus intenciones puede ganar escuderos o seguidores. Pero el autor decide que sea un loco como ponen de manifiesto sus alucinaciones de la Primera Parte y, como muchos comentaristas señalan, su proceder es anacrónico dada la evolución de las artes de la guerra, de modo que no le caben más escuderos que el ignorante, ambicioso y compasivo Sancho. Finalmente, aunque prefiere morir a renunciar a Dulcinea, el caballero loco es derrotado y reducido.
Este es el asunto de la novela, producto del deseo de su autor; veamos ahora la mezcla de esta “verdadera historia” con la historia verdadera.
En esto estaban, cuando entró don Antonio, diciendo con muestras de grandísimo contento:
—¡Albricias, señor don Quijote, que don Gregorio y el renegado que fue por él está en la playa! ¿Qué digo en la playa? Ya está en casa del visorrey y será aquí al momento.
Alegróse algún tanto don Quijote y dijo:
—En verdad que estoy por decir que me holgara que hubiera sucedido todo al revés, porque me obligara a pasar en Berbería, donde con la fuerza de mi brazo diera libertad no solo a don Gregorio, sino a cuantos cristianos cautivos hay en Berbería. Pero ¿qué digo, miserable? ¿No soy yo el vencido? ¿No soy yo el derribado? ¿No soy yo el que no puede tomar arma en un año? Pues ¿qué prometo? ¿De qué me alabo, si antes me conviene usar de la rueca que de la espada?
La ocasión de arriesgar la vida para ganar fama y poder es real y don Quijote ve ésta como una ocasión perdida para él, también el interés del renegado es acreditarse para congraciarse con las Iglesia y con la Patria, pero en general el soldado va a combatir a países enemigos por “necesidad”.
Damos un tercer paso para abandonar a don Quijote con sus pensamientos y quedarnos ya a solas con la realidad, para ello el autor adopta un nuevo distanciamiento señalando que Ricote era, “al parecer, bienintencionado” y dirimen los personajes cuerdos como hacer que los moriscos, expulsados por heroica resolución de Felipe II mediante el incorruptible e inflexible brazo de Bernardino de Velasco, se queden en España con su belleza y sus riquezas.
De allí a dos días trató el visorrey con don Antonio qué modo tendrían para que Ana Félix y su padre quedasen en España, pareciéndoles no ser de inconveniente alguno que quedasen en ella hija tan cristiana y padre, al parecer, tan bienintencionado. Don Antonio se ofreció venir a la corte a negociarlo, donde había de venir forzosamente a otros negocios, dando a entender que en ella, por medio del favor y de las dádivas, muchas cosas dificultosas se acaban.
—No —dijo Ricote, que se halló presente a esta plática—, no hay que esperar en favores ni en dádivas, porque con el gran don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quien dio Su Majestad cargo de nuestra expulsión, no valen ruegos, no promesas, no dádivas, no lástimas; porque aunque es verdad que él mezcla la misericordia con la justicia, como él vee que todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido, usa con él antes del cauterio que abrasa que del ungüento que molifica, y así, con prudencia, con sagacidad, con diligencia y con miedos que pone, ha llevado sobre sus fuertes hombros a debida ejecución el peso desta gran máquina, sin que nuestras industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes hayan podido deslumbrar sus ojos de Argos, que contino tiene alerta porque no se le quede ni encubra ninguno de los nuestros, que como raíz escondida, que con el tiempo venga después a brotar y a echar frutos venenosos en España, ya limpia, ya desembarazada de los temores en que nuestra muchedumbre la tenía. ¡Heroica resolución del gran Filipo Tercero, y inaudita prudencia en haberla encargado al tal don Bernardino de Velasco!
Cervantes, como de ordinario, remueve los cimientos del orden del mundo; son los renegados los más hábiles y capaces y los moriscos los más valientes, hermosos, discretos, valentísimos, e incluso los más católicos, aquí se habla de intentar corromper la ley para hacer un bien….
El autor no nos deja saber el resultado de sus gestiones ni nos habla más de ellos, la historia no tiene nada que demostrar pues es la sucesión de violencias, pero la novela continúa y el caballero se nos ha desvelado; no se le puede relacionar con la “justicia”, como hacen la Letras con los caballeros. La lucha se produce siempre y solo contra el infiel, el extranjero, con independencia de las justificaciones que se den para ello, y no tienen que ver con la justicia verdadera, la humana; así nos quedan claros los discursos del discreto Ricote, como los de Cervantes, como los de todos nosotros, ni justos ni injustos, simplemente sometidos.
Con esto se partieron los dos, y don Quijote y Sancho después, como se ha dicho: don Quijote, desarmado y de camino; Sancho, a pie, por ir el rucio cargado con las armas.
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