Te paso el link del capítulo por si quieres leerlo al tiempo que este comentario: http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/edicion/parte2/cap66/default.htm
Vamos hoy a mostrar el sentido del Quijote, con indiferencia de sus dos partes, sin temor a malinterpretación, pues este capítulo ya final es una recapitulación de los motivos del Quijote que podemos encontrar a lo largo de los capítulos.
Primero, un recuerdo al capítulo pasado en el que nos repetía incesantemente la palabra “desarmar”.
Ahora, tristemente, la reflexión suele acontecer solo tras la derrota.
¡Aquí fue Troya!
Todo destruido, todo arrasado.
Pero aún seguirá arrasando el troyano Eneas o los romanos en su nombre. ¿Hasta cuando?…… ¿hasta que no quede vida?
A continuación tres movimientos: 1. “Fue mi desdicha y no mi cobardía, aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas”. 2. “la fortuna es mujer borracha y antojadiza, y sobre todo ciega, y, así, no ve que hace, ni sabe a quien derriba ni a quién ensalza”. 3. “No hay fortuna en el mundo; cada uno es artífice de su ventura”.
En efecto, no es la fortuna, realmente se podía prever que las “caballerías”, las armas, eran desiguales.
A continuación, otra repetición constante de la obra:
“Atreviose”, por caballero, de todos modos don Quijote, y fue derrotado. Antes –como caballero- “acreditaba sus hechos con sus obras y sus manos” (hacía, forzaba), ahora –como escudero – cumple su palabra (cumple, obedece). Palabra que dio con la punta del lanzón en el cuello.
Propuesta de Sancho:
“Dejemos estas armas colgadas de algún árbol, en lugar de un ahorcado” (refiere a los bandoleros ahorcados que vieron previos al encuentro con Roque Quinart)
Responde don Quijote con otro motivo permanente:
Nadie las mueva
que estar no pueda
con Roldán a prueba.
Y aún más consideraciones sobre la “caballería”:
“—Todo eso me parece de perlas —respondió Sancho—, y si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado.”
Y una nueva reflexión:
—¡Pues ni él ni las armas —replicó don Quijote— quiero que se ahorquen, porque no se diga que a buen servicio, mal galardón!
—Muy bien dice vuestra merced —respondió Sancho—, porque, según opinión de discretos, la culpa del asno no se ha de echar a la albarda; y pues deste suceso vuestra merced tiene la culpa, castíguese a sí mesmo, y no revienten sus iras por las ya rotas y sangrientas armas, ni por las mansedumbres de Rocinante, ni por la blandura de mis pies, queriendo que caminen más de lo justo.
En efecto; el ejercicio de las armas, que no las armas mismas, es “virtual”; no depende de determinados medios. Y ese ejercicio se puede reducir al ataque cuando nuestros medios sean superiores y a evitar el choque en el caso de que sean inferiores.
Hechas ya tales consideraciones, se encuentran con unos labradores que les proponen el siguiente dilema:
—Es, pues, el caso —dijo el labrador—, señor bueno, que un vecino deste lugar, tan gordo que pesa once arrobas, desafió a correr a otro su vecino que no pesa más que cinco. Fue la condición que habían de correr una carrera de cien pasos con pesos iguales; y habiéndole preguntado al desafiador cómo se había de igualar el peso, dijo que el desafiado, que pesa cinco arrobas, se pusiese seis de hierro a cuestas, y así se igualarían las once arrobas del flaco con las once del gordo.
No es el loco el que contesta sino el gobernador Sancho, que no cuenta con otro recurso sino que el mismo que todos compartimos, con el que también debemos entender este libro; el sentido común:
“—Hermanos, lo que el gordo pide no lleva camino ni tiene sombra de justicia alguna. Porque si es verdad lo que se dice, que el desafiado puede escoger las armas, no es bien que este las escoja tales que le impidan ni estorben el salir vencedor”
La superioridad o inferioridad de las armas resulta en, ni más ni menos, que en vida o muerte en el combate, o de otro modo, el “virtual” civil o permanente: en la libertad o en la sumisión, en hacer o en obedecer y, por lo tanto, el arma es el objeto humano decisivo desde el que se entiende, interpreta, la realidad toda. De este modo, el sentido común queda subordinado a la determinación de ese objeto decisivo. Y todo el Quijote, que es el libro del sentido común, apunta en todo lógicamente a la Armas.
Y eso que es evidente y todos sabemos, nos lo ocultamos, sin embargo, en su virtualidad. Y así dicen los labradores a la sentencia de Sancho la estupidez más grande que se puede leer en el Quijote que, con humildísimo perdón, es lo que les pasa a sus comentaristas en general y todo bicho viviente; que tienen el sentido común a la mano y buscan tratar las cosas por los cerros de Úbeda:
“—Si el criado es tan discreto, ¡cuál debe de ser el amo! Yo apostaré que si van a estudiar a Salamanca, que a un tris han de venir a ser alcaldes de corte. Que todo es burla, sino estudiar y más estudiar, y tener favor y ventura; y cuando menos se piensa el hombre, se halla con una vara en la mano o con una mitra en la cabeza.”
Pero aún se encuentran con Tosilos y don Quijote no quiere reconocerlo, por que a fuerza de querer saber “quien es el mismo” niega la realidad, la personalidad de los otros bajo el efecto de la violencia armada.
Por eso Cervantes es piadoso, pues no se ama si no es a todos los hombres; porque la violencia que nos hacemos unos a otros es siempre sin querer y todos somos interdependientes.
—¡Oh, mi señor don Quijote de la Mancha, y qué gran contento ha de llegar al corazón de mi señor el duque cuando sepa que vuestra merced vuelve a su castillo, que todavía se está en él con mi señora la duquesa!
—No os conozco, amigo —respondió don Quijote—, ni sé quién sois, si vos no me lo decís.
—Yo, señor don Quijote —respondió el correo—, soy Tosilos, el lacayo del duque mi señor, que no quise pelear con vuestra merced sobre el casamiento de la hija de doña Rodríguez.
—¡Válame Dios! —dijo don Quijote—. ¿Es posible que sois vos el que los encantadores mis enemigos transformaron en ese lacayo que decís, por defraudarme de la honra de aquella batalla?
—Calle, señor bueno —replicó el cartero—, que no hubo encanto alguno, ni mudanza de rostro ninguna: tan lacayo Tosilos entré en la estacada como Tosilos lacayo salí della. Yo pensé casarme sin pelear, por haberme parecido bien la moza; pero sucedióme al revés mi pensamiento, pues así como vuestra merced se partió de nuestro castillo, el duque mi señor me hizo dar cien palos por haber contravenido a las ordenanzas que me tenía dadas antes de entrar en la batalla, y todo ha parado en que la muchacha es ya monja, y doña Rodríguez se ha vuelto a Castilla, y yo voy ahora a Barcelona a llevar un pliego de cartas al virrey que le envía mi amo.
Ni siquiera este “malvado” duque es objeto de odio por parte de Cervantes, pues entiende que su deber supremo es velar que se cumplan sus órdenes. En cuanto a las Rodríguez ya sabemos que se le declararon “extranjeras”, salieron de su jurisdicción y se independizaron para que el duelo pudiera tener lugar.
Del mismo modo que tampoco siente Cervantes odio por los abusos de los poderosos, abuso sexual -sobre todo en tiempos pasados, corrupción, etc., porque la tentación no se puede resistir….cuando la ocasión se sirve.
Ahora Tosilos nos habla a todos, porque al igual que don Quijote vemos el mundo “subjetivamente”, sin comprender como nos median las armas. Y como él, así estamos pagando caro y aún más caro:
—Sin duda este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco.
—¿Cómo debe? —respondió Sancho—. No debe nada a nadie, que todo lo paga, y más cuando la moneda es locura. Bien lo veo yo, y bien se lo digo a él, pero ¿qué aprovecha? Y más agora que va rematado, porque va vencido del Caballero de la Blanca Luna.
En raros tiempos de terror atenuado como ahora, a ver si se nos adoba el entendimiento y cambiamos nuestra ventura.
Sentido común:
Que trata de lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer