Si una palabra tuviera que definir el Quijote sería "desengaño", pues, perdona, pero en el arte tienen que ganar los buenos. Sin embargo, desengañarse tiene el pesado lado negativo de desilusionarse. Esta paradoja nos arroja una interesante percepción sobre nuestras vidas contrarias y cautivas cuyas carencias han rellenarse con ilusiones.
Cervantes diferencia el Quijote, su obra cumbre, de sus otras producciones por el uso constante de la broma y, sobre todo, de la ironía, y el resultado es que nos desideologiza, y así nos desilusiona. Aquellos que reaccionaron con virulencia al Quijote, como fue el caso de Lope, entendieron que lo que no era edificante no podía ser sino destructivo. ¿Cómo se podía hacer tabla rasa de la religión católica, la ideología de España, precisamente en su hegemonía? Y fue supuestamente el cliqué de Lope, ya que no fuera él mismo, compositor del Quijote apócrifo que precisamente tengo entre manos:
El cual dice en su Prólogo que el del Quijote ofendió a Lope de Vega, del que dice escribe “con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar”. Aparte de otros rastreros menosprecios que dirige a Cervantes en ese mismo Prólogo, le acusa de envidioso, dada su vida fracasada, y de que el Quijote sea un producto nacido en una cárcel y de ahí su ánimo rencoroso/destructivo. Ésta misma argumentación se ha repetido entre muchos de los intérpretes del Quijote hasta el presente.
Veamos ahora como las gasta ese Quijote apócrifo citando el comienzo de su capítulo primero:
Encerrado don Quijote tras su regreso al fin de la Primera Parte, le dieron el cura y el barbero para que leyera en lugar de los libros de caballerías
“Flor Sanctorum de Villegas, los Evangelios y Epístolas y Guía de Pecadores, de fray Luís de Granada: con la cual lición, olvidándose de las quimeras de los caballeros andantes, fue reducido dentro de seis meses a su antiguo juicio, y suelto de la prisión donde estaba. Comenzó tras esto a ir a misa con su rosario en las manos, con las Horas de Nuestra Señora, oyendo también con mucha atención los sermones; de tal manera que ya todos los vecinos del lugar pensaban que estaba totalmente sano de su accidente, y daban muchas gracias a Dios….”
Cualquiera diría que en esta segunda parte nos va a salir un nuevo San Ignacio de Loyola, o cualquiera de los otros místicos del Siglo de Oro, o a lo menos un Unamuno, y casi nos preparamos para lo mejor, pero la mala influencia de un sórdido Sancho y la llegada de unos caballeros granadinos de camino a unas justas a Zaragoza le hacen recaer en su extraña locura, y a este bienintencionado autor ir adelante con su grosera y grotesca segunda parte.
Este Quijote apócrifo nos muestra la situación intelectual de la España de su tiempo. Así se explican mejor otras obras de Cervantes carentes de ironía, más sumisas a la ideología, así como la plena consciencia que tenía de lo que estaba en juego al llevar adelante su propósito en el Quijote. De modo que si la lectura del Quijote es la experiencia del desengaño, el Curioso Impertinente, intercalada en ella, es una confesión, o una cura en salud, de su pecado, o al menos de la preocupante conciencia de su atrevimiento. Pero Cervantes no pretende manipular a nadie en el Quijote como el impertinente curioso, por el contrario su propósito es liberador –el sentido positivo del desengaño. Tampoco pretende sustituir una ideología por otra y, por ese motivo, no tiene inconveniente en que don Quijote recupere la cordura, retorne a ser Alonso Quijano el Bueno y muera cristianamente confesado (ni el mismo Dámaso Alonso, que entiende el papel superior de Sancho en la segunda parte, ni, creo, sus más agudísimos lectores, ven que Cervantes no se opone a nada; que la superación de la ideología si no ha de resultar en la ausencia tampoco en otra ideología). Podría ser por eso que Sansón es derrotado en su primer encuentro; no porque toque a don Quijote vencer, que al final ha de ser vencido por el bachiller, sino para dar tiempo a su autor a manifestar ante el espejo del hidalgo lopecino, el del Verde Gabán que ya viene de camino, dónde en el desengaño está la plenitud. Por eso dejamos el Verde para el final del comentario a esta verdadera Segunda Parte......