Es hora de recapitular con el año nuevo.
Hemos venido interpretando El Quijote a partir del proto-quijote, entendiendo que sea ésta la parte más original del mismo, a la que se van sumando otras aventuras, todas ellas mostrando una imagen coherente del mundo. Y el mundo ha de entenderse básicamente como el de las relaciones humanas.
Así no es extraño que viéramos como se nos representaban primero según el ámbito civil y luego las relaciones internacionales, y asímismo en general el mundo de la historia y la cultura –es decir, la escritura.
Te sugiero ahora que si tienes ganas y tiempo leas mi interpretación de la primera parte titulada “Armas y Letras en la interpretación del Quijote” que tienes a tu disposición a la entrada de este blog. No puedo medir con exactitud la profundidad del pensamiento de Cervantes, pero no me cabe ninguna duda que su experiencia de soldado, de cautivo del, además de enemigo, infiel, unidos a su condición de independencia y desapego del poder, le pusieron en la situación adecuada para poder intentar compartir los frutos de una experiencia tan rica saboreada por un entendimiento tan agudo como el suyo.
Como la Primera Parte queda ya vista, vamos a tratar aquí ahora solo la Segunda para ver si podemos confirmar y ahondar en la misma tesis de la Primera.
No es la personalidad de don Quijote, ni el ser de España lo que Cervantes, una persona inteligente, tiene en mente, a diferencia de sus intelectuales comentaristas, sino al ser humano como tal. Propongo, por cierto, que nos pasemos todos, ante todo, al grupo de los inteligentes.
Por eso puede que sea de mayor interés del que se le atribuye el hecho de que Cervantes comience la Segunda Parte en China, contándonos cómo le pidió la Primera el Emperador para enseñar la lengua española a sus súbditos, cuando, por entonces, precisamente intentaba librarse como de las moscas de los misioneros que le llegaban pese a que, a diferencia de Cervantes, hacían el fatigoso esfuerzo de ir hasta el lejano Estado Central a ofrecersela gratuitamente.
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